lunes, 29 de noviembre de 2010

Paraíso Quebrado

Angel era un pibe normal. En la escuela le iba bastante bien y ya se perfilaba como un buen número siete en el fútbol..., hijo único, era el orgullo de su mamá, que lo tenía siempre con la ropa almidonada y el pelo peinado a gomina, pegadito a la frente.
En su vida solo existía un grave lunar... su padre.
El viejo Ruiz tenía un carácter violento, que el vino de la tarde caldeaba mas allá de lo aconsejable, solía volver del trabajo a las siete u ocho, dependiendo de la cantidad de copas que hubiera trasegado en el viejo almacén de Poroto, donde otros como él se emborrachaban para olvidar por un momento sus propios fracasos...

La tarde en que Angel perdió su futuro, el viejo Ruiz volvió temprano, pero curiosamente mas borracho que de costumbre, su madre lo miró con la tristeza y la resignación de quien sabe que su suerte está echada... en ese momento, la fuente con el huevo batido para las milanesas que tenía en las manos cayó estrepitosamente al suelo, manchando la botamanga del pantalón del viejo, eso y su reacción, fueron una sola cosa... solo que Ángel se cruzó frente al golpe que el viejo dirigió a su mujer.

El violento revés de la mano derecha golpeó al pequeño que por entonces tenía nueve años haciéndolo rebotar contra el borde de la mesada, con la mala fortuna que su sien izquierda golpeó de lleno el filo de ésta.
Tres meses se debatió entre la vida y la muerte en el hospital, y en esos tres meses sucedieron varias cosas. Su padre fue preso y alguien lo mató de un puntazo al tercer día de detención, su madre se vio obligada a empeñar y vender cuanto tenía para tratar de salvarle la vida, incluso hasta vendió la casa que había sido de su abuela y que era donde vivían... también durante esos tres meses su inteligencia se detuvo, su mente dejó de ser una máquina perfecta para pasar a funcionar de forma intermitente.
Su destino estaba sellado.

Creció en el barrio Bardessono, en una casita que la madre había conseguido alquilar gracias a los buenos oficios de un pariente lejano (y único) que tenía. Angel Ruiz a duras penas (y gracias a la preocupación de sus maestras) logró terminar la primaria pero nada mas. Aun cuando ponía su mejor esfuerzo, cualquier tarea que requiriera cierto esfuerzo intelectual le estaba vedada, sin embargo tenía alguna destreza manual que le permitió encontrar un trabajo que ayudara a la economía de su madre.
El viejo Medina tenía una cerrajería sobre Mitre que funcionaba bastante bien en una época en que las cerraduras (inseguridad mediante), empezaron a hacerse necesarias. Allí trabajaba Angel y le iba bastante bien, la repetición mecánica propia del trabajo lo favorecía y desarrolló una vida relativamente normal.
Ya a los veinticinco años comprendió que conseguir una mujer no le iba a ser sencillo, si bien era alto, su extrema flacura le daba una aspecto desgarbado, sumado ello a su falta de luces y a la sencillez con que vivía agregaban peso a su gran timidez.
Debutó sexualmente (como muchos) en el Cabaret Stella Maris, un antro que siempre estaba con las puertas abiertas para solitarios como Angel.
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A los treinta y cinco su vida sufrió otro grave revés. Su Mentor y patrón, el viejo Medina falleció. Angel estaba desolado, el mundo que laboriosamente había construido se desmoronaba; sin alguien que le dijese que hacer, el futuro se presentaba a su vista como un territorio lleno de peligros y dificultades, eso sin contar con que su madre, ahora jubilada tenía un ingreso magro que no permitiría mantenerlos a ambos.
Los hijos de Medina sin embargo lo apreciaban, así que decidieron regalarle todas las máquinas del taller, pero vendieron el local, por lo que Angel debió instalar la máquinas en su habitación y desde allí comenzó a hacer trabajos entre los viejos clientes de la cerrajería, que lo llamaban mas por lástima que por necesidad.
Sin embargo su vida austera y esos ingresos equilibraron su economía y la vida continuó sin aristas algunos años mas.

A los cuarenta y cuatro sufrió el dolor mas profundo de su vida. Una tarde de agosto en que volvía de reparar un candado encontró a su madre muerta en la cocina. Su mundo volvió a destrozarse una vez mas y por primera vez cruzó su mente la idea del suicidio. Para agregar mas dolor a su ya pesada carga, los nuevos dueños de la casita que alquilaban, decidieron no renovar el contrato por lo que su situación real era verdaderamente desesperante.

Pero a veces el destino le da un respiro a quienes tiene contra las cuerdas. Desde hacía unos años reparaba sin costo las cerraduras de un centro de jubilados y algunos de ellos, anoticiados del negro porvenir que le esperaba decidieron ayudarlo. Por lo pronto todos los días le preparaban una vianda para que no tuviera el gasto y le conseguían buena ropa entre todos. Por supuesto y para no herir su orgullo intercambiaban esto por su trabajo, al punto que en ocasiones y para que aceptara la ayuda rompían ex profeso algunas cerraduras...

Una tarde Angel recibió una alegría, una de las jubiladas nuevas, enterada de las vicisitudes de su vida, y justo unos días antes de tener que entregar la casa, le ofreció un lugar. Ella poseía unos pequeños departamentos cerca de la ruta y uno de ellos, el del fondo, estaba desocupado. Llegaron a un acuerdo en el que él cambiaría el alquiler por trabajo, cuando los otros departamentos tuvieran algún desperfecto, él se encargaría de solucionarlos.

Así su vida pareció restablecer el cauce y poco a poco la idea del suicidio se desvaneció, seguía haciendo pequeños trabajos de cerrajería ya que había instalado las máquinas en uno de los dos cuartos del departamento. Seguía cambiando mantenimiento por almuerzo y cena y poco a poco comenzó incluso a ahorrar algún dinero, con el que compró un televisor usado y una radio, con lo que su vida se transformó en algo apacible y tranquilo.
Su horizonte parecía haberse suavizado y hasta alguna noche se sintió feliz de haber logrado desempeñarse tan bien y haber logrado sobrevivir solo y a pesar de todo. Su madre se sentiría orgullosa de él si lo viera.
Decoró su departamento y pintó sus paredes de colores alegres, algunas jubiladas colaboraron con cortinas y algunos muebles y Angel quedó satisfecho. La vida volvió a ser feliz y tranquila para él.
Entonces conoció a Vanesa.
La chica ocupó el departamento contiguo al suyo y si bien no era bonita, era terriblemente simpática. Angel la admiraba cuando volvía de su trabajo de cajera en el supermercado y la saludaba con la mano. Ella solía tomar sol en el patio central y leía allí sentada durante las tardes.
Un día llegó temprano y en un mal movimiento quebró la llave dentro de la cerradura. Buscó a Angel quien de inmediato le solucionó el problema e incluso le hizo una copia nueva de la llave rota. Por supuesto no le quiso cobrar y la saludó amablemente antes de despedirse.
Al día siguiente, cuando volvía del centro de jubilados ella lo estaba esperando. Tenía puesto un vestido floreado que a Angel se le antojó celestial, estaba realmente bonita con esa vincha y los ojos radiantes.

- Te preparé esta torta por el favor que me hiciste ayer, le dijo

- Gracias. No era necesario, pero igual gracias...
- Querés que la probemos a ver como me salió?, que te gusta? El mate, el té o el café?... o algo fresco?

Así pasaron la tarde en el patio conversando y riendo.
Esa noche Angel no podía dormir. Sentía algo dentro de sí que jamas había sentido y la sola evocación del rostro de Vanesa le provocaba una sensación desconocida en el estómago.
Al día siguiente se cruzó con ella en el patio nuevamente.

- Venís a tomar unos mates?... hoy hice galletitas, me salieron bárbaras...
Angel debió ponerse de color bordó porque a ella se le escapó una risa...
- Dale, no seas tímido, que hice un montón...
..................................................................................................................................... Así comenzó una relación que cambió por completo la vida de Angel, por las noches sonreía inexplicablemente y se sentía inmensamente satisfecho de sí... había comprado una camisa y pantalón nuevos e incluso un frasco de perfume. Todas las tardes esperaba ansioso a Vanesa y él mismo preparaba el mate e incluso alguna vez compró facturas.
Ella se divertía riendo ruidosamente con las anécdotas que él le contaba sobre algunos casos cómicos en su trabajo, siempre con personas encerradas en lugares increíbles y cerraduras rotas.
Ella no hablaba mucho de sí misma, solo mencionó que venía de Pilar y que tampoco tenía familia.

Los días de Angel se hacían infinitamente felices y creyó, por un momento que el destino quizá le fuese grato, que después de tanta penuria y dolor al fin encontraría la felicidad, el paraíso. Por supuesto se enamoró perdidamente de Vanesa, con aquel amor entre infantil (a pesar de tener cuarenta y ocho años) y primerizo, ya que nunca antes se había enamorado.
Para su cumpleaños Vanesa le regaló un cachorro de cóquer, “para que nunca mas estés solo”, le dijo.

El perrito llenó de luz la vida del hombre. Ambos ahora esperaban por las tardes a la mujer, el perro meneando su rabo corto y el hombre agrandando su sonrisa y su corazón.
Cocinaba para ella y ella le arreglaba la ropa y le prestaba sus libros “para que se entretenga mientras ella no estaba”, le dijo.

Así transcurrieron varios meses, los mas felices y plenos que jamas había vivido, hasta las jubiladas del Centro notaron su cambio y sonreían satisfechas, después de todo Angel parecía haber vencido su destino de soledad y miseria.

Cierta tarde, Vanesa le estaba enseñando a preparar un pollo al horno cuando se lastimó una mano con la cuchilla. Angel se apresuró a curarla mientras le acariciaba las manos.

Sus miradas se cruzaron de una forma inequívoca.
Esa noche Angel durmió en la cama de Vanesa.

Las siguientes semanas él estaba como en otro mundo, nunca antes se lo había visto mas feliz y parlanchín... saludaba a todo el mundo y se paraba a charlar con todos. En el centro de jubilados la noticia de su noviazgo fue recibida con un clamor propio de un aumento de los haberes jubilatorios y de inmediato quisieron conocer a la muchacha.
Todo parecía brillar en la vida de Angel y Vanesa.

Una tarde decidió ir a buscarla a la salida del supermercado y en el camino compró un ramito de fresias que eran las flores favoritas de ella.
Cuando llegó a la puerta la vio hablando con un hombre, dudó en acercarse pero finalmente lo hizo. Ella, visiblemente turbada lo llamó por su nombre y le dijo:

- Te presento a Sebastián, mi ex marido...
Angel lo saludó y notó la mirada fría de él, que lo miró como si se tratara de una mosca o un perro.
- Por favor esperame en casa, le dijo ella, que tengo que arreglar un asunto con Sebastián.
- Claro, no hay problema, le respondió Angel
Esa tarde la mirada de Vanesa ya no era la misma, estaba opaca y gris, no reía como siempre y lo despidió temprano diciendo que estaba cansada.
Dos días después le contó su historia: Su ex marido era alcohólico y se habían separado porque la golpeaba, ahora estaba haciendo un tratamiento y parecía haber cambiado.
Las siguientes semanas el mundo de Angel se resquebrajada y caía a velocidad vertiginosa.
Ella ya no lo recibía seguido y lo esquivaba siempre que podía... hasta evitaba al cóquer que siempre la buscaba por las tardes.
Angel lloraba en silencio por las noches, impotente frente a la devastación que la presencia del intruso había provocado en su vida.
Una tarde ella llegó con el hombre hasta la puerta del departamento y Angel, desde su ventana, reconoció en forma inequívoca una mirada que ya había visto antes. En el rostro de su madre cuando su padre volvía fresco y arrepentido luego de haberla golpeado y ella volvía a recibirlo una y otra vez.


Finalmente una tarde en que volvía de arreglar un candado Vanesa estaba esperándolo en la puerta de su departamento, vestía el mismo vestido con el que la conociera el primer día.

- Vengo a despedirme, le dijo con los ojos tristes.
No necesitaba que se lo dijera, ya la mirada de ella desde lejos denunciaba aquella decisión.

- Te voy a extrañar... fue lo único que su breve mente alcanzó a articular.

- Lo sé, yo también a vos... cuidate mucho, sos una buena persona...
Le dio un último beso y se fue, en un auto al otro lado de la calle alcanzó a ver el pelo largo de Sebastián.
..................................................................................................................................... Angel volvió lentamente a su vida anterior. Su mundo de felicidad y la posibilidad de haber llevado una vida como la de cualquiera, de haber amado y ser amado se habían esfumado para siempre, y con aquella mujer habían partido sus escasos sueños...
Su paraíso estaba definitivamente quebrado.
Solo el perro quedaba como recordatorio de aquel tiempo feliz donde vivió en ese breve refugio de felicidad.

Hoy aun puede vérselo por las tardes, caminando con la espalda encorvada, con su flacura, su perro y su soledad.
Volviendo a casa con bolsita de la vianda que le prepararan las jubiladas del Centro.

viernes, 15 de octubre de 2010

Metamorfosis (cuidado con lo que deseamos)

Se despertó en la oscuridad, un mareo raro le daba vueltas en la cabeza... una sensación difícil de explicar, una desorientación que no le permitía terminar de entender dónde estaba... le costaba reconocer algo en la penumbra del cuarto. Una suavidad desconocida en las sábanas le hicieron creer que estaba entre algodones, o mejor, entre seda. Trató de alcanzar la linterna que siempre tenía sobre la silla que oficiaba de mesa de luz, pero su mano chocó con algo que le pareció de vidrio, que cayó con estrépito al piso. El ruido sordo de eso al golpear el suelo lo terminó de despertar... en ese momento su pierna sintió el roce con un cuerpo que lo aterró, justo cuando se encendía una luz.
- Qué te pasa Lautaro? Preguntó una cara bellísima con una caballera lisa y platinada que estaba a centímetros de su rostro.
No pudo reprimir un grito y se sentó en la cama de un salto
- Vos quién sos?... preguntó aterrado
- Que te pasa Lau? Estás soñando? Te sentís bien? El cuerpo escultural de la rubia quedó a la vista al correrse unas sábanas que evidentemente eran de seda.
Carlos no entendía nada, miraba con asombro y miedo el cuarto magnífico donde se encontraba en una cama con una rubia increíble, que desnuda, le acariciaba la cabeza y trataba de tranquilizarlo. La apartó y se puso de pié, instantáneamente comprendió que él también estaba desnudo e instintivamente cubrió sus sexo con la mano, mientras la rubia dibujaba una sonrisa.
Miró a la izquierda y vio una puerta que daba a un baño, fue a velocidad hacia allí y tanteando en la oscuridad encendió la luz. El baño tenía una bañera como nunca había visto, enorme y llena de tubos y salidas plateadas, a un costado había dos piletas y dos espejos. Allí abrió rápidamente la canilla y se mojó la cara, cuando levantó el rostro para mirarse al espejo, una cara que no era de él lo miraba con asombro. La impresión lo venció y perdió el conocimiento.

Despertó en el cuarto de una clínica, la rubia, ahora vestida, le sostenía la mano, junto a ella una pareja mayor lo miraba con preocupación
- Ay Lautaro, que dolores de cabeza nos traes.. a vos te parece?, la pobre Bárbara no llamó a las cuatro de la mañana desesperada... tenés que parar con los excesos...
- Lau, me hiciste morir del susto cuando te vi desmayado en el baño, como te sentís?, le preguntó la rubia que ahora se llamaba Bárbara
Carlos no entendía absolutamente nada, no sabía quiénes eran éstas personas, ni donde estaba... tampoco estaba seguro de quién era él.
Trató de hacer memoria y recordó quién era, desde luego no era Lautaro, él era Carlos una albañil de obra que trabajaba en un edificio de la calle Cangallo hasta recordaba la última mañana antes de despertarse en ese lugar.
Tenía las manos resecas y doloridas, el frío de esa mañana le pesaba en los hombros y las bolsas de cemento incrementaban su peso relativo a medida que las iba apilando prolijamente a un costado de la mezcladora. Carlos era un muchacho joven, pero el rudo trabajo de albañil lo había gastado y parecía mayor de los veintiocho años que tenía, su vida nunca había sido fácil; de padre desconocido y seis hermanos, las privaciones siempre habían sido la compañía angustiosa desde su infancia. Pero no todo era malo, era fuerte y sano, el ejercicio diario de su trabajo le daba un cuerpo esbelto y trabajado. Vivía en la villa con su madre y varios de sus hermanos, a los que mantenía con su trabajo. Mabel se llamaba su novia, una morocha delgada y cariñosa que lo esperaba todas las tardes es su pieza, con mates calientes y besos aún mas.
Poco a poco las cosas en su cabeza se iban acomodando.
Recordó también el edificio donde trabajaba, y en ese momento, un rayo de luz se hizo en su mente. Recordó dónde había visto la cara que lo miraba desde el espejo cuando despertó con la rubia.
Trabajaba en el sexto piso de la obra y desde allí veía todos los días el departamento de esa cara, de Lautaro.
Todas las mañanas al pararse al borde de la losa para alimentar la mezcladora miraba las ventanas del edificio vecino. Allí veía a ese muchacho y su rubia, registraba en su mente las cosas que hacía, el lujo de su departamento y su ropa. El enorme televisor del living que hasta él desde ahí podía ver. Lo veía hacer gimnasia en ese raro aparato parecido a una bicicleta.
Recordó también que muchas veces había deseado la vida de ese muchacho... no tener que sufrir el frío de las mañanas, tener las manos sanas de solo manejar esa computadora chiquita que se veía en el sillón... manejar ese auto sin techo con el que salía del edificio al mediodía, para llevar a la rubia a alguna parte.
Mientras él hombreaba esas pesadas bolsas de cemento, el chico del departamento miraba el fútbol desde el gigantesco televisor o tomaba de esas botellas raras de colores que tenía en un carrito gracioso junto al sillón.
Carlos comenzó a entender lo que pasaba.
Por alguna razón, él ahora era Lautaro... de alguna forma se había convertido en el muchacho de la ventana y estaba viviendo su vida... era como un sueño; como ganarse una extraña lotería donde su deseo había sido cumplido.
No mas mañanas de frío. No mas tener las manos destruidas por el cemento, no mas viajar colgado del colectivo soportando los apretujones y la húmeda viscosidad de los pasajeros. No mas dormir en el suelo rogando que no lloviera.
Decidió que le gustaba lo que pasó y que lo viviría a fondo. Que sería Lautaro y disfrutaría de la vida tal como lo había deseado cuando miraba las ventanas del muchacho.
Quizá extrañaría un poco a Mabel, pero la impresionante rubia seguramente lo ayudaría a olvidarla.
El nuevo Lautaro fingió una total pérdida de memoria y así se lo dijo a los médicos que lo atendían.
- Pobre mi Lau... repetía la rubia entre mimos y mohines
- Hijo, vamos a ayudarte a recuperar la memoria, le dijo el hombre que era evidentemente el padre de Lautaro

Dos días después le dieron el alta en la clínica y sus nuevos padres lo llevaron en un auto impresionante a una casa enorme en un lugar donde unos guardias cuidaban la entrada. Carlos-Lautaro festejaba su buena suerte y disfrutaba de los placeres de una vida que desconocía por completo.
Dormía hasta la hora que le daba la gana, comía cosas exquisitas que no conocía ni de nombre, lo llevaban a todas partes en auto y como él no sabía manejar, fingía que no se sentía seguro y hacía que la rubia manejara el auto sin techo que tanto había admirado desde la losa de la obra.
Se bañaba en la enorme pileta de la casa de sus nuevos padres y en su billetera tenía mas dinero junto del que había visto nunca en su vida. Todo eran placeres y sensaciones desconocidas... sábanas mas suaves que una caricia, bebidas de sabores increíbles. Conoció toda clase de personas que se compadecían de él y le contaban cosas que Lautaro había hecho. Él se asombraba de la vida que llevaban esas personas y que era tan distante de la que había vivido.
Alguna vez recordó con cierta nostalgia a Mabel, pero la rubia, en esa bañera llena de burbujas haciéndole toda clase de cosas, lo hacían olvidarla completamente...
Varias veces le preguntaron si quería volver a su departamento, pero él, sistemáticamente se negaba, secretamente temía encontrarse con la mirada del otro Carlos-Lautaro, que lo miraría con odio, o quién sabe como, desde la obra de enfrente.

Así pasaron dos meses, donde el nuevo Lautaro hizo una vida que Carlos ni siquiera había visto por televisión, conoció lugares que no podía imaginar y vivió las noches mas increíbles con la rubia.
Vaya si tengo suerte, pensó... esto es mejor que ganarse la lotería.

Una mañana sintió un fuerte dolor en los huesos, pensó que descansado se le pasaría pero no fue así. El dolor se hacía todos los días un poco mas fuerte.
Una noche se despertó mareado y la rubia lo acompañó al baño, cuando quiso mojarse la cara todo le dio vueltas y se desmayó.
Despertó en la clínica que había estado antes. La pareja mayor y la rubia lo miraban con caras angustiadas y los médicos no le miraban los ojos. Algo no andaba bien, ya no le dolía el cuerpo y no entendía por qué lo tenían aún allí si ni siquiera le daban medicamentos.
Dos días después la rubia y los padres de Lautaro decidieron llevarlo al departamento para que esté mas cómodo.
Allí reconoció todas las cosas que Carlos siempre había visto desde enfrente, se sentó en el sillón y bebió de las bebidas del carrito, abrió la computadora, pero desde luego no sabía usarla. La rubia había cambiado la expresión que ahora era triste, lo acariciaba todo el tiempo pero no quería tener sexo. Él se sentía bien y quería volver a la otra casa pero los padres le dijeron que no era conveniente, que era mejor estar allí, cerca de la clínica.
Evitaba en todo momento mirar la obra de enfrente, no fuera a ser que viera a Carlos.
Así pasaron tres días donde hizo todo lo que deseaba cuando era Carlos y miraba todo desde afuera. Hasta que una mañana perdió el pié y cayó al piso.
La rubia, desesperada, llamó a los padres y a la clínica, y en menos de media hora lo subían a una camilla.
- La leucemia ya es terminal, creo que nos estamos enfrentando al final, sería conveniente que hiciera ir un sacerdote a la clínica, esperemos que llegue, le dijo en un susurro el médico al padre de Lautaro en la otra habitación.
Mientras tanto los camilleros llegaban ya a la calle, y allí, desde esa posición Lautaro pudo ver como Mabel (su Mabel) le daba un beso a Carlos mientras le daba un sándwich de milanesa.
La miradas de ambos se cruzaron y el falso Carlos, desde allá arriba lo miró directo a los ojos, con una gran sonrisa, mientras abrazaba a Mabel, con su fuerte, trabajado y sano cuerpo de manos maltratadas.



domingo, 11 de julio de 2010

DOS DE AMOR

Hacía frío esa tarde de julio. El viento espantaba los pájaros de la plaza y la llovizna molestaba sin llegar a mojar demasiado.
En el bar el clima era agradable e invitaba a la charla, mi amigo Guiyo había pedido un cortado y yo, fiel a mi costumbre, un capuchino, acompañábamos ambos con una copita de Legui, que calentaba el cuerpo y el alma.
La charla rotaba desde la política (tema recurrente) a las expresiones del arte que ambos profesábamos... su nuevo cortometraje me había parecido fantástico y le proponía llevar al celuloide uno de mis textos cuando la vimos.
Los cristales del bar estaban empañados por dentro y empapados de llovizna por fuera pero aún así la estupenda figura de la dama que llegó a la esquina nos cautivó, vestida con un bello tailleur estaba arreglada con esmerado cuidado y todos los detalles de su vestuario hablaban del tiempo que había demandado aquella producción.
Sin embargo algo no encajaba. El frío allí fuera era bravo a esa hora y la llovizna, si bien no era abundante, bajaba del cielo arremolinándose y empapando todo a su paso. Solo algunos pocos transeúntes habíamos visto durante el tiempo que estábamos allí, y todos ellos escapaban por la vereda huyendo del frío de aquella tarde de martes, sin embargo la dama parecía no notar nada de lo que acontecía a su alrededor, su mirada, ávida, estaba clavada en la avenida, como esperando algo... o a alguien.
- La conocés?, le pregunté a mi amigo.
- No, pero me encantaría, es hermosa.
- Parece esperar a alguien...
- Afortunado el que viene por ella, contestó mi amigo con un brillo pícaro en la mirada.
Los minutos fueron pasando y pedimos una nueva ronda de café y tragos, la charla seguía vagando por territorios vanos, mientras ninguno de los dos dejaba de prestar atención a la mujer... finalmente y luego de casi cuarenta y cinco minutos de espera bajo el frío y la lluvia la mujer decidió marcharse.
Colocó su cartera bajo el brazo y dedicó una mirada triste a la avenida vacía, evidentemente la habían dejado plantada. Su figura se perdió difuminada en los cristales empañados y la perdimos de vista.
- Parece que el tipo no vino, le comenté a mi amigo.
- Como sabés que esperaba a un hombre?, me preguntó.
- Ninguna mujer se arregla con tan exquisita prolijidad si no es para agradar a un hombre, y hasta me atrevería a decirte que quien esperaba es un hombre casado...
- Ah, bueno, ahora sos adivino...
- No, nada de eso, es que esperaba en una avenida, en un lugar donde sería recogida por un auto de manera discreta, por la tarde de un día de semana, arreglada como para salir un sábado por la noche... no llamó por celular para confirmar ni recibió ningún llamado, lo que indica que quien esperaba no le avisaría.
- Parecés del FBI... comentó mi amigo con una sonrisa oculta bajo la sombra de su frondoso bigote...
La charla siguió sobre mujeres y amores prohibidos y por supuesto cada uno recordó situaciones así, vividas en el pasado... al cabo de un rato ambos guardamos silencio. En nuestras almas se refrescaban recuerdos ocultos que ninguno de los dos dejaría escapar...
- Ésta mina me hace acordar a la historia de Amalia M., te acordás?, la “querida” de Saúl, el de la tienda...
- Si, conozco la historia y la vi muchas veces en la esquina, pero nunca supe como fue la cosa...
Mi amigo acomodó los codos en la mesa y comenzó su relato:
- Parece que Amalia conoció a Saúl en uno de los bailes que se hacían en el Sportivo hace unos años, y se veían furtivamente en el Parque Belén, el tipo la levantaba y se iban al telo, después la dejaba a un par de cuadras de su casa... la mujer de Saúl miraba para otro lado, porque parece que el ruso era bastante bravo y Amalia no sería la única...
- Qué turro, agregué.
- Si, la cosa es que Amalia se enamoró fuerte de Saúl, ella vivía con su madre en una casita sobre la avenida a un par de cuadras de la ruta, y se ganaba el mango como profesora particular, creo que enseñaba piano o algo así.
Con el tiempo la cosa parecía prosperar y no era raro verlos juntos alguna tarde de sábado por el río o cenando alguna noche en los restaurantes de la ruta, incluso se comentaba de alguna escapada de ambos por la costa o por Tandil... En el pueblo todo el mundo sabía de la relación y parecía que en algún momento Saúl la blanquearía y se irían juntos, aunque el ruso era muy familiero y los hijos le tiraban mucho, por otro lado su mujer era buena mina y no le daba motivos para pegar el batacazo...
- Me acuerdo de verla siempre arregladita en la esquina de Hirigoyen y Travi, acoté.
- Exacto, tres veces por semana al principio y todos los días al final, puntualmente a las siete de la tarde estaba en la esquina esperándolo, siempre arreglada, siempre mirando la calle esperando ver el auto de Saúl.
- Me acuerdo, no importaba si era invierno o verano, ahí estaba siempre, inclusive si llovía...
- Como la mujer que vimos recién...
- Viste?, no estaba tan errado... y como terminó la cosa?
- Tristemente. A Saúl le pegó un cáncer fulminante y en tres meses terminó en el cementerio... ahí parece que se perdió la mente de Amalia.
- Cómo es eso?, pregunté intrigado.
- Todos los días a las siete Amalia estaba arreglada y en su esquina, esperando, esperando...
- Pero cómo?, no se enteró que se había muerto?
- Parece que si, pero lo esperaba igual, y acá viene lo raro, como para creer que el amor va mas allá de la muerte...
- Contá, le dije a mi amigo, mientras con una seña le pedí al mozo una nueva ronda...
- Hace un par de años, el invierno fue mucho mas duro que éste, te acordás?, bien, ella, como siempre estaba en la esquina, para ese entonces también había muerto su madre y parece que estaba completamente sola, el frío era terrible y no andaba nadie por la calle esa tarde, sin embargo yo hable con la dueña del video, que está a media cuadra y me contó lo que pasó... apuró el café y se puso a masticar unas confituras que lo acompañaban.
- Contá!, volví a pedirle a mi amigo.
- Me contó que la estaba mirando porque no entendía como seguía ahí parada a pesar del frío tremendo, de pronto la mirada se le iluminó como si viera a quien estaba esperando hizo dos pasos y cayó muerta.
- Epa, así nomás...?
- Si, parece que de un paro, los de la ambulancia no entendían por qué el rostro tenía esa sonrisa, ya que los paros son muy dolorosos...
- Pobre mina...
- Y sabés algo?... murió exactamente a las siete de la tarde...

Por un rato ambos hicimos silencio mirando la lluvia y los pocos autos que apuraban la tarde.

- Vos conociste a la loca de la estación?, le pregunté a mi amigo.
- La verdad no, aunque mis viejos a veces la nombraban...
- Es una historia parecida, la mujer se llamaba Mabel o Elsa, no puedo recordar muy bien, pero si sé que era en la época de los trenes viejos, los diesel italianos, esta chica vivía en Mitre, a la vuelta de la estación, y parece que se había enamorado de un maquinista, un tal Arnoldo, tipo que vivía en Zárate con su familia, estaba casado y tenía varios hijos... todos los días justo a las tres de la tarde pasaba con la máquina por acá y hacían el cambio de vagones, en esas dos horas se encontraban en la casa de ella, que tenía un tallercito de costura, del que vivía. También la cosa parecía prosperar y se habían puesto de acuerdo para irse juntos a Córdoba, creo que a Vialet Massé o por ahí...
El mozo trajo la cuarta ronda, esta vez dos té con limón y unos tostados, ya que el frío nos había dado hambre.
- Esa no era la que hacía los vestidos de quince y de casamiento? Preguntó mi amigo.
- Si, la rubia, una mujer muy bonita, aunque algo flaca. Te sigo contando: la cosa venía bárbaro, Arnoldo la había blanqueado y se había ido de la casa, habían juntado unos mangos y tenían todo decidido, esa semana harían el viaje para conseguir casa y se irían a vivir juntos... para hacer unos pesos mas, Arnoldo hacía los francos de otros maquinistas, esa tarde no vino en el de las tres, sino que pasó en el de las siete de la tarde, era febrero y hacía un calor bárbaro, pero la flaca esperó desde la tres en la estación hasta que lo vio, apenas tuvieron tiempo de un beso porque este tren no hacía cambio de vagones, solo una parada normal... lo saludó con las manos y él le dedicó varios cornetazos de la locomotora. Ninguno de los dos sabía que no se verían nunca mas. El tren de Arnoldo se detuvo pasando Benavídez por un problema mecánico, justo frente a la bajada 71, donde ahora está Nordelta; y se lo llevó por delante el Estrella del Norte que venía de Tucumán... murieron casi trescientas personas, entre ellas el maquinista Arnoldo Acevedo.
- Pobre tipo... y pobre mujer, y que hizo después ella?
- La flaca decidió no darse por enterada que su amor había muerto y todos los días, por años, a las tres de la tarde, no importaba si hacía calor, lluvia o frío, ella esperaba en la estación, bellamente arreglada y con los labios de color rojo fuego, muchos quisieron acercarse a ella, ya que tenía espléndida figura, pero siempre los espantó a todos... y a todos les decía que estaba esperando a su amor. Mi vieja solía pararse a charlar con ella cada tanto, y me contaba que le faltaba un tornillo... creía que su amor era retenido por la mujer en Zárate, y que por eso no la venía a buscar...
- Y como terminó la historia?
- Una tarde el cambio de vagones demoró mas de lo debido y los maquinistas se bajaron a tomar algo fresco en el bar de la estación, la flaca aprovechó y se subió a la máquina, la arrancó y se fue por la vía contraria rumbo a Zárate, parece ser que Arnoldo le había enseñado a manejar la locomotora en alguna de las ocasiones en que ella lo había acompañado furtivamente en sus viajes.
- A la pelota!!!, y qué pasó?
- Llegó a Zárate y detuvo prolijamente la máquina en el playón de maniobras...
- Que ídola la flaca!
- Si, cuando la policía la arrestó, antes de internarla en la colonia Montes de Oca, una de las agentes le preguntó por qué había hecho eso, y ella le respondió: Lo hice por mi amor..., vos que serías capaz de hacer por tu amor...?

La noche había cerrado ya y nos quedamos viendo el asfalto mojado... cada uno en silencio y pensando si alguna vez, alguien llegaría a amarnos así...


domingo, 18 de abril de 2010

LA REDENCIÓN DEL ASESINO


El que parecía ser el jefe miraba hacia todas partes a través de los binoculares.
- Quién es ese tipo?, preguntó dirigiéndose al que tenia el cabello como un cepillo
- Tranquilo jefe, es un “pajarólogo”, hace un mes que le saca fotos a los pájaros de la cancha...ya chequeé los papeles, tiene los permisos en orden.
El jefe no pudo evitar una risotada.
- Ornitólogo, animal... esos tipos si que pierden el tiempo, pensó.
El ornitólogo estaba tomando fotos de unas aves posadas en un pequeño grupo de árboles, pegados al primer cerco perimetral de la cancha.
- El objetivo se está moviendo, jefe...
El objetivo era en realidad Franco Makko, el mega empresario, sospechado de tener contactos muy íntimos con la mafia china y dueño de media provincia. Le gustaba jugar al golf sólo, con su caddy y los custodios como única compañía, razón por la cual, cuando él lo decidía, cerraban la cancha del exclusivísimo country donde vivía, solo para él. Sus guardaespaldas odiaban esos momentos porque el viejo se movía en un carro eléctrico con el ayudante mientras ellos tenían que recorrer la cancha de golf a pié, lo cual representaba un trabajo arduo por el intenso calor que hacía en esa mañana de septiembre... debajo de los sacos, que no podían sacarse, abultaban las sobaqueras con armas de grueso calibre, mientras que de las orejas izquierdas de ambos partía el clásico cable espiralado del equipo de comunicaciones.
El ayudante del golfista le alcanzó el palo 6 mientras el viejo se acomodaba la visera, los guardaespaldas miraban la bolsa de palos de golf pensando que hay gente con trabajos mas pesados que el de ellos...
En ese momento la visera del viejo se movió abruptamente mientras el empresario caía pesadamente al suelo, ambos custodios se precipitaban sobre el caído, uno de ellos giró sobre si mismo y cayó a un costado. El jefe miró hacia los árboles donde estaba el ornitólogo mientras intentaba desenfundar su arma. Un impacto de bala le borró el ojo izquierdo y el cerebro en ese instante.
El Caddy miró desesperado a los tres muertos en el suelo y aterrado subió al carro eléctrico y salió a escape hacia el club house... treinta metros después el carro se desviaba y caía en una pequeña laguna, su conductor estaba muerto de un disparo en la nuca.
El falso ornitólogo metió el pequeño rifle .22 que había sacado de los pies del trípode fotográfico en la bolsa, mientras que con una cizalla cortaba rápidamente el alambrado que segundos antes había electrificado con el condensador de un flash de alta potencia para anular los sensores de la cámara de vigilancia. En menos de dos minutos corría por el terraplén del ferrocarril contiguo a la cancha de golf, a menos de cien metros se encontraba la alcantarilla donde había ocultado la motocicleta. Media hora después dejaba la moto estacionada en una villa de Boulogne junto con el bolso que contenía el arma y la ropa que había tenido puesta, mientras tomaba el colectivo hacia el centro, de ambas cosas no quedaba nada...
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Jeremías Hess, conocido en el oscuro ambiente de los asesinos a sueldo como Réquiem, llegó a su departamento hora y media después de haber ejecutado con precisión y absoluta limpieza a uno de los empresarios mejor custodiados del país.

Se sirvió una copa de Legui mientras encendía su laptop... el sonido del tránsito en la avenida le llegaba apagado a través de la ventana del vigésimo piso donde vivía, en Puerto Madero. Consultó su correo y luego el estado de su cuenta de un banco uruguayo... la misma había crecido considerablemente en la última hora, cien mil dólares habían sido depositados hacía cuarenta minutos.
Se duchó y se puso ropa deportiva, calzó unas zapatillas livianas y encendió el equipo de música, no tardó en dormirse en su cómodo sillón, absolutamente libre de remordimientos o pensamiento alguno...
Dos horas después llamaron a la puerta del departamento, de una forma muy particular y distintiva. Se levantó pausadamente y tomó una pistola Bersa .22 que estaba debajo de una pequeña mesada junto a la puerta.
- Quién es? Preguntó colocándose a un costado del marco de la puerta y amartillando la pequeña pistola.
- Latrodecto, respondió una voz femenina del otro lado.
- Séptimo... dijo él
- Tres octavos respondió la voz. Era la clave acordada para saber que estaba sola
Abrió la puerta y dejó pasar a la chica.
Latrodecto era en realidad Valeria Rivas, una estudiante avanzada de informática cuyo apodo lo había tomado de la araña viuda negra (latrodectus mactans) ya que con una computadora conectada a la red era LETAL y una de las hackers mas peligrosas que existía. No había barrera informática, cortafuegos o programa que estuviera a salvo de ella.
- Acá está lo tuyo, le dijo él mientras le daba un sobre de papel madera que contenía un abultado fajo de dólares, fue fácil aunque demoró mas de lo debido.
- Me imagino pasándote las tardes fotografiando pajaritos, je je
- Eso fue duro
Le sirvió una vaso de vino y se sentaron en el estar
- Hay algo raro, le dijo ella, estuve tratando de penetrar el sistema de una empresa nueva que está comprando medio país y no encuentro la forma, pero logré infiltrar algunos archivos y encontré algo rarísimo.
- Qué?, le preguntó sin mayor interés por los desafíos informáticos de su amante, que poco le importaban.
- Parece como una comunidad religiosa pero muy rara, estoy intrigada.
Cuando Latrodecto decía esto, al sistema elegido le quedaban las horas contadas.
- No sé que hacen, pero es una fachada, están haciendo algo pesado y voy a averiguar qué... el dueño o jefe de esa empresa es un tipo joven de treinta y dos años que vive sólo en una mansión en las barrancas de San Isidro, pero tiene ramificaciones en todo el mundo, y muchísima plata y recursos... me arruinó varias máquinas con los sistemas de contramedidas que tiene.
- Mirá vos... le respondió casi sin escucharla el asesino.
- Te digo que hay algo muy pesado y lo voy a descubrir.
Ella siguió hablando pero él apenas lo registraba, tenía hambre y le propuso salir a comer.
La noche finalizó con ambos en un encuentro sexual de altísimo voltaje.
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Dos días después Latrodecto le envió un correo electrónico con un nombre, una dirección y una fotografía. El nuevo blanco era un científico alemán que trabajaba para un importante laboratorio farmacéutico, pero que en realidad era el responsable de la mitad de la droga sintética que circulaba por Buenos Aires.

Alguien lo quería muerto y había pagado por ello.
Vivía en un piso cerca de la Iglesia de la Merced en la calle Reconquista, era un tipo verdaderamente desconfiado que solo tenía un ama de llaves que se encargaba de sus cosas. Frente al edificio del químico había un pequeño café donde el asesino se instaló un par de tardes para fotografiar discretamente el piso y sus accesos, mientras Latrodecto se encargaba de investigar los planos y el sistema de seguridad de la propiedad. El trabajo no podía hacerse en la calle ya que el alemán se movía en un automóvil blindado y no tenía una vida social.
En un momento Réquiem se sonrió... había encontrado la forma. Pagó el café, se levantó y se fue.
Dos tardes después saltó a la terraza del edificio desde la de un supermercado que estaba a un lado. Colocó un paquete de espuma de goma dentro del aire acondicionado del departamento del químico y se fue.
Latrodecto de encargó de desviar la llamada del ama de llaves solicitando la reparación y al día siguiente Réquiem vestido como técnico de aire acondicionado se presentaba frente a la mujer.
No le costó demasiado esfuerzo caerle simpático a la vieja dama que lo miraba extasiada mientras él simulaba revisar el equipo. En un momento le solicitó a la mujer un vaso de agua, lo que ella se apresuró a complacer.
Mientras la mujer se dirigía a la cocina, el asesino sacó de un envase a prueba de golpes una jeringa con doscientos centímetros cúbicos de JP1 o nafta de aviación. Desenroscó rápidamente la lámpara del escritorio del alemán y le inyectó el contenido de la jeringa, luego volvió a roscarla y guardó sus herramientas y la jeringa. Pidió a la mujer las llaves de la terraza y una vez allí retiró el paquete de espuma de goma que había colocado y que impedía el funcionamiento del aparato. Se despidió y fue directamente al departamento de Latrodecto donde tenía ropa.
Ella prácticamente ni lo saludó, estaba absorta mirando la pantalla de su computadora mientras sus dedos se desplazaban frenéticamente por el teclado.
- Estoy a punto de develar el misterio de ese tipo, te dije que había algo muy raro... es algo que tiene que ver con los judíos y los cristianos... será nazi éste tipo? Le decía mientras parecía mas estar hablando consigo misma que con él... Ya estoy a punto de bajarle los últimos cortafuegos y veré que traman... te digo que es algo gordísimo...
Jeremías la miró con cariño pero casi sin oírla, su mente estaba concentrada en el trabajo que estaba llevando a cabo.
Luego de cambiarse volvió a la calle Reconquista y se instaló tranquilamente en el café a esperar.
A las siete de la tarde vio ingresar el Bora negro del químico a la cochera del edificio. Se concentró en la ventana que daba al escritorio y esperó.
Sabía que el alemán revisaba su correo electrónico al llegar a casa.
Vio encenderse la luz principal ya que estaba oscuro.
Al siguiente instante escuchó la explosión. Al encender la lámpara del escritorio el contenido de combustible de la bombilla explotó incendiando el rostro y la ropa del químico, además de todo el estudio.
Cuando las llamas salían por la ventana y habían cesado los gritos del hombre, se levantó y se fue caminando por Reconquista antes que se juntara mas gente y curiosos que venían a ver el incendio.
Dos cuadras mas abajo y casi llegando a la Iglesia de la Merced escuchó el primer disparo, instintivamente buscó cobertura en la entrada de la iglesia al tiempo que empuñaba la Bersa... en ese instante sonó otro disparo y luego varios mas hasta que se desató un infernal tiroteo.
Desde el lugar donde estaba alcanzó a ver como unos policías desde un patrullero se tiroteaban con unos sujetos con pasamontañas que salían de una casa de cambio... de inmediato entró en la iglesia y buscó un lugar donde dejar la pistola, ya que no quería ser confundido con uno de los ladrones, afuera el tiroteo continuaba.
El asesino vio la pira bautismal llena de agua bendita que era lo bastante oscura y profunda como para no verse el fondo. Sin pensarlo dejó la pistola dentro del agua y también su navaja. Se sentó en una de las bancas y esperó tranquilamente mirando una imagen de Jesús que lo miraba desde lo alto de una cruz con mirada inescrutable. No mas de cuarenta minutos después el lugar se llenó de policías y no le costó gran trabajo pasar como feligrés refugiado del tiroteo.
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Volvió a su departamento y se sirvió una copa de Legui mientras chequeaba en su laptop que se hubiera efectuado el pago. Preparó el sobre con el dinero para Latrodecto, se duchó y se sentó a escuchar música.
A las once despertó extrañado que Valeria no hubiese llegado. La llamó a su celular pero le respondió el contestador. Frunció el ceño con gesto de preocupación mientras se cambiaba, debería ir al departamento de la muchacha ya que no era habitual que no le respondiera. Recordó que la pequeña Bersa .22 estaba sumergida en el agua bendita y del falso fondo del botiquín del baño extrajo una .380 que solía usar en ocasiones. Jamás salía desarmado.
Llegó al edificio y llamó por el portero varias veces. Nadie contestó. Tomó la llave que Valería ocultaba en un saliente del marco de la puerta y abrió.
Golpeó la puerta del departamento en la cadencia convenida pero solo le respondió el silencio. Preocupado usó la otra llave y abrió lentamente la puerta mientras empuñaba la .380.
Al entrar se le paralizó el corazón. El departamento estaba prácticamente destrozado, las computadoras en red estaban destruidas y tiradas por el suelo, todo estaba en desorden y hasta los cuadros habían sido arrancados de las paredes. Recorrió el departamento esperando lo peor hasta que encontró algo aún peor de lo que imaginaba.
Latrodecto estaba en la bañera, con el cuerpo completamente deshecho... vio un raro puñal que estaba a un costado, su rostro mostraba aún el horror de lo que había sufrido antes de morir. La herida mortal estaba en el cuello, prácticamente le habían seccionado la cabeza.
Mareado se volvió al comedor y se sentó en una silla. Por un tiempo quedó embotado, incapaz de mover un músculo. Lentamente volvía a pensar. Un sentimiento de odio profundo que aquel frío asesino jamás había experimentado nació en su pecho. De inmediato recapituló la escena de la última vez que había visto con vida a su amante y recordó sus palabras... buscó la netbook en la que Latrodecto guardaba sus trabajos pero no la halló, y las computadoras que allí había estaban destruidas. Pero Valería era muy cuidadosa y siempre tenía un registro de todo cuanto estaba haciendo, así que Réquiem se dirigió a la cocina, que también había sido revisada. En la puerta de la heladera había un imán de una gran araña... allí en el adorno se ocultaba una tarjeta micro SD que le diría que había pasado. Y no para la policía. No. Él se encargaría personalmente del que había hecho esto. No pararía hasta ver muertos a todos los responsables.
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Asistió al entierro de su novia pero de lejos. La familia de Valeria no lo conocía y por otra parte su dolor e ira eran demasiado fuertes para que pudiera estar con alguien.
Volvió a su departamento y conectó la tarjeta de memoria para ver que era lo que había hecho que mataran de esa forma a Latrodecto.
Su rostro se iba transfigurando a medida que desentrañaba la información.
A partir de ese momento su rostro volvió a tener la frialdad de siempre.
En menos de una semana había identificado y ubicado a los dos tipos que habían matado a Valeria.
Y al que lo había ordenado.
También había descubierto por qué.
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Los asesinos de Latrodecto pertenecían a un culto satánico muy poderoso que se había instalado en el país y que estaba preparando algo siniestro y secreto. Algo cuyo conocimiento le había costado la vida a Valeria. A él eso no le importaba en absoluto, pero lo iban a pagar.

Silenciosamente se descolgó por el alto tapial de la quinta donde dormían los ejecutores de su mujer, previamente había desconectado los sistemas de seguridad con un programa que ella misma había dejado preparado. En el jardín miró con indiferencia los signos y símbolos en los vidrios de las ventanas y paredes del lugar, extraños grabados en un idioma desconocido y que parecía haber sido escritos con sangre. La puerta del lavadero estaba sin llave. Al entrar un hedor insoportable le azotó la nariz, encendió la pequeña linterna mientras le quitaba el seguro a la 9 mm.
Algo, una especie de sexto sentido que poseía, lo hizo darse vuelta justo cuando uno de los tipos con un raro puñal en la mano, se le abalanzaba desde las sombras.
El asesino reaccionó mecánicamente. Dos disparos en el pecho y uno en la cabeza detuvieron definitivamente al agresor.
En un instante apareció el otro con la misma clase de arma, logró cortarle el antebrazo en el tiempo que tardó en realinear el arma, pero un certero balazo lo detuvo para siempre.
Se limpió la sangre con su propio pañuelo, el que ató a la herida y luego se dedicó a incendiar toda la casa.
Saltó a la vereda y se alejó caminando lentamente hacia la avenida, mientras repetía para sí mismo .”La leyes te hacen sufrir porque sos culpable, porque podés serlo o porque quiero que lo seas...”. a lo lejos se veían las llamas del gran incendio y se oían las sirenas.
Ese si era un buen mensaje para el jefe de estos tipos. Y seguía él.
Como era su costumbre, dejó la pistola sobre un tapial a la entrada de la villa La Cava.
Antes de tomar el colectivo, la pistola ya no estaba allí.
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Cuando llegó a su departamento notó que el pequeño fragmento de cinta scotch que había colocado entre el marco y la puerta estaba despegado. Preparó su navaja y abrió lentamente.

El desorden era brutal, parecía como si un huracán hubiera pasado por allí. Lentamente recorrió las habitaciones. Habían revuelto todo. Y se habían llevado sus armas.
- Hay una que no encontraron, desgraciados...
Desenroscó la pata de un mueble y de su interior extrajo el silenciador y la caja de balas .22 subsónicas de la pistola. Guardó todo en un bolso y salió.

Pasó por la Iglesia de la Merced y metiendo el antebrazo en el agua bendita recuperó la pistola, la secó con su pañuelo y la guardó en su bolsillo.

Mirando la imagen de Jesús que lo observaba allá desde lo alto le dijo:
- Nunca pensé que iba a trabajar para vos... pero igual, éste trabajo te lo voy a hacer gratis.
Y salió.
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- Si ésta pistola es la que no encontraste, ésta será la que usaré con vos, maldito. Pensó para sus adentros.

Como seguramente habría alguien observando sus movimientos, se fue a la terraza y por las cañerías se descolgó al edificio contiguo, y de ése pasó al siguiente y de ahí a la calle.
A tres cuadras guardaba una moto en un garaje alquilado que ni siquiera Latrodecto conocía. Salió a la ruta y se dirigió a la zona norte.
En Cardales tenía una pequeña casa de campo que solo él conocía. Estaba aterido de frío cuando encendió la chimenea. Se sirvió un trago y pensó sus próximos movimientos.
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La mansión del empresario se hallaba muy cerca del colegio Marín, sobre las barrancas de San Isidro, estaba rodeada de altas medianeras y tenía un servicio de vigilancia formidable. Pero Jeremías contaba con el legado de Latrodecto... su software volvía vulnerable cualquier sistema de seguridad. Una tormentosa noche de final de octubre una sombra se descolgó hacia dentro de la propiedad desde el alto muro.

En la cintura llevaba la Bersa .22 que había rescatado de la Iglesia de la Merced cargada con las balas especiales y en un bolsillo el silenciador que enroscó prolijamente en el extremo del cañón.
Conectó la palmtop a la caja de la alarma y la desconectó, abrió con sutileza una ventana y se descolgó dentro. En la oscuridad tropezó y cayo al piso.
Al encender la pequeña linterna se le paralizó el corazón.
Tres enormes y silenciosos mastines abrían sus fauces mostrándole sus colmillos que estaban a centímetros de su garganta... le que iban a destrozar ya...
De repente uno de ellos lo olfateó y se quedó quieto. Los restantes hicieron lo mismo, giraron y se fueron por una puerta lateral.
- Éstos perros si que son buenos guardias, se sonrió mientras pasaba por un amplio salón.
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En ese instante las luces se encendieron. El tipo estaba allí, vestido con una bata de seda y con una copa en la mano.

- Te estaba esperando, asesino.
Réquiem miró rápidamente a todos lados esperando encontrarse con guardias armados... pero no, aquel personaje estaba solo.
- Indudablemente tu condición de asesino impidió que Minos, Eaco y Radamanto te destrozaran hace un momento... han olido que sos uno de nosotros.
- Yo no soy uno de ustedes, soy el que te va a mandar a la muerte, hijo de puta.
- Lo dudo, Jeremías... no hay instrumento humano que pueda matarme.
- Apuesto que un balazo entre los ojos sí lo hará, le respondió con ironía el asesino.
- Desdichado!... pensás que un simple humano como vos puede representar el capítulo final de mi existencia...?; No tenés idea de quién tenés enfrente...
- Oh, sí que tengo idea... frente a mí hay un próximo pedazo de carne muerta..
- Ja, ja... debo reconocer que sos valiente y muy hábil... no cualquiera podría haberse cargado con tanta limpieza a dos de mis generales...
En ese momento Réquiem recordó algo de las cosas que le había dicho Latrodecto antes de morir.
- Sólo respondeme algo antes que te mate... quien carajo sos y por qué despachaste a mi mujer...
- Verás, soy alguien que tiene LA MISIÓN, la humanidad llegó al final del camino y junto a mi padre la pondremos en donde debe estar... en el infierno. Soy lo que los humanos llaman la Bestia... mi padre es el ángel mas bello de Dios, el desterrado.
- Lo que sos es loco, nazi de mierda...!
- Ja ja... los nazis solo fueron pobres aprendices de lo que se hará... verás, necesito aliados inteligentes que unan la amoralidad y la inteligencia...y demostraste ambas cosas mas el valor de vencer a mis dos mejores sirvientes... te propongo unírteme... tendrás todo cuanto quieras, ya que el mundo pronto me pertenecerá....
- Solo contestame algo: por qué te cargaste a mi mujer?
- Era una molestia constante siempre pretendiendo penetrar nuestra mejor creación y modo de controlar y dominarlos a ustedes, pobres humanos, siempre se entrometía en nuestra Internet...
El asesino ya había oído suficiente... cerrojó la Bersa, colocando una bala en la recámara. Al tiempo que el hombre de la copa se sonreía...
- De verdad pensás que instrumento humano alguno puede hacerme daño... je je je...
En ese momento el casi imperceptible sonido de un doble disparo silenciado marcó dos pequeños agujeros a la altura del corazón de aquel sujeto.
Bajó su cabeza y con una expresión entre incrédula y aterrorizada miró la herida mientras las piernas se le aflojaban...
- Pero... no puede ser... no...
Un tercer disparo, esta vez entre los ojos lo envió definitivamente con su padre, el demonio, si es que éste existía...
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Jeremías caminaba tranquilamente por la calle España rumbo al río mientras las sirenas de los bomberos convergían en el impresionante incendio que consumía la gigantesca mansión enclavada en la barranca.

“Las leyes te hacen sufrir porque sos culpable, porque podés serlo o porque quiero que lo seas...” repetía para sus adentros mientras desarmaba la pequeña pistola... la misma que había sido bendecida dentro de la pira bautismal por el joven sacerdote que treinta años después sería el primer Papa sudamericano..
Al llegar al río arrojo los pedazos de la pistola a las aguas y consideró que ya era suficiente... que quizá era tiempo de hacer otra cosa.
Vio una preciosa flor amarilla entre la maleza, la cortó y subió a su moto rumbo a la tumba de Valeria, donde la dejaría.
En la vieja Iglesia de la Merced en lo alto de la Cruz, la imagen de Jesús parecía tener una mística y fugaz sonrisa.

lunes, 22 de marzo de 2010

After Dark

Este relato está basado en anotaciones de la bitácora de trabajo de Gabriel Alvarado, un joven porteño que desapareció en el monte misionero en mayo de 2005, y cuya desaparición guarda extraordinarias analogías con los casos de Antonio Da Vilas Boas en Minas Geráis (Brasil) y Dionisio Llanca  de Bahía Blanca (Argentina) quienes, sin embargo no desaparecieron (consultar en la web) y pudo escribrirse gracias al invalorable aporte del cazador Bruno Saccone, quien nos facilitó la mencionada Bitácora y nos hizo un circunstanciado relato del lugar y los hechos.
   Un sonido sordo
y apagado y un imperceptible movimiento le indicaron que el micro estaba en movimiento. Sus pocas pertenencias estaban en la baulera y a su lado descasaba el bolso con sus instrumentos, la notebook y la pistola. Le esperaban mas de veinticuatro horas de viaje por lo que se preparó mentalmente a soportarlo, había aprendido la técnica de desconectarse de la realidad cuando estudiaba en la universidad... cerraba los ojos e imaginaba estar en un paraje extraño y tranquilo, con una suave brisa refrescándole la cara y una música suave de fondo.
Al cabo de catorce horas el viaje se había convertido en un infierno de quietud y movimiento, estar anclado al asiento se le hacía insoportable y el casi suave movimiento del bus lo mareaba y le provocaba náuseas, de nada valía intentar aplicar su técnica ni volver a ver las tres películas que había cargado en el mp4, decidió tomar una de las pastillas que su compañero de pensión le había dado para estos casos. Así pudo dormir y las siguientes nueve horas se le hicieron mas llevaderas.
   Llegó a El Dorado en la provincia de Misiones una fresca mañana de abril. Miró con ojos asombrados aquel paraíso verde y rojo, que se extendía hasta donde daba la vista, verde vegetal y rojo de la tierra. Nunca había estado en un lugar así y tenerlo al alcance
de la mano le provocó la íntima satisfacción de haber alcanzado la meta.
   Preguntó a un almacenero por la dirección que le habían dado y se dirigió a la oficina de Tropos, la empresa para la cual trabajaría los próximos doce meses.
Su flamante título de ingeniero forestal y su condición de hombre soltero y con disponibilidad de tiempo le habían abierto las puertas de ese lucrativo empleo, que, sin embargo, planeaba usar como puente para lograr un emprendimiento propio. Se presentó con el administrador, un hombre de origen polaco de facciones duras pero temperamento amable que le explicó básicamente cual sería su trabajo en el próximo año.
La tarea era sencilla, se trasladaría al monte y viviría e
n lo que allí se llaman habitáculos, una especie de iglú de plástico reforzado que  están construidos en gajos como una mandarina y pueden ser fácilmente transportados a cualquier parte donde se necesiten, tienen un acceso y tres ventanales que permiten ver a todas partes, se auto abastecen de energía con paneles solares y un pequeño generador a combustible, tiene capacidad para seis personas (aunque por su tarea él estaría solo) y cuentan con baño y cocina.


      

  Vio las fotos y le pareció lo suficientemente confortables para afrontar la soledad en la que se encontraría, sin contar con que estaría solo en lo profundo del monte y a muchos kilómetros de cualquier lugar. El trabajo básicamente era recorrer aquel monte virgen en descubierta de madera, como lo llaman allí, es decir, encontrar y clasificar las especies forestales valiosas, marcar su posición con un GPS, para que luego las cuadrillas de talado los encontraran con facilidad. Debía también evaluar las posibilidades del campo para plantar las especies que le interesaban a la empresa y realizar el mapa topográfico del terreno a forestar.
El trabajo no lo impresionó en absoluto, ya que era para lo que se había preparado en la universidad... solo lo molestaba un poco el hecho que debía estar solo en el monte durante varios días, en un lugar que seguramente era frecuentado por contrabandistas, cazadores furtivos y “palmiteros”, unos sujetos que talaban de forma ilegal la palmera euterpe edulis para quitarle los cogollos (palmitos) y envasarlos y comercializarlos de manera clandestina.
- No se preocupe Gabriel, le dijo Ernesto Morawiki, el gerente de la empresa, en el habitáculo tendrá una escopeta del 12 para espantar los palmiteros, pero le cuento que hasta ahora no hemos visto a ninguno cerca de los diez iglúes que tenemos.
- Espero no encontrarme a nadie, y que nadie me encuentre a mi, le respondió en tono jocoso Gabriel Alvarado, mientras posaba su mano en el bolso donde descansaba la vieja Colt .45 que su padre le había dejado al morir y que era una de las pocas pertenencias que poseía, sin embargo prefirió guardar silencio sobre su arma, ya que era mejor no despertar impresiones equivocadas en su flamante patrón, al enterarse que él viajaba armado.
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   Una semana después y ya perfectamente anoticiado de sus labores, entrenado con los equipos que usaría y con la ropa provista, abordó una de las 4 x 4 de la empresa y se dirigió junto con el guía y dos ayudantes al sector de monte que le habían asignado.
El viaje fue tortuoso y accidentado, la picada, apenas insinuada en lo cerrado del monte misionero estaba obstruida en varios tramos por troncos caídos y gruesas ramas, las que había que cortar con motosierra y retirar para que pudiera avanzar la camioneta.
El guía, al ver la expresión preocupada del porteño le dijo:
- Quédese tranquilo, Gabriel, si le pasa algo y no se lo comen las hormigas o algún yaguareté antes, lo podemos sacar en veinte minutos con el helicóptero... mientras lo miraba con gesto jocoso y una gran sonrisa campesina
- Como hago para avisarles si me pasa algo?
- Fácil amigazo, ese GPS que lleva también es un emisor, si le pasa algo basta con que active la tecla de emergencia y ya está, el helicóptero sale a buscarlo, lo mas que se puede tardar es sacarlo del monte hasta algún claro, pero quédese tranquilo hombre... acá nunca pasa nada.
La risa franca del guía lo tranquilizo bastante, aunque los peligros propios del monte no le eran desconocidos, una cosa era haber leído sobre ellos y otra, muy distinta, era vivirlos.
Luego de seis horas de barquinazos paradas y zarandeos llegaron a un pequeño claro y se detuvieron.
- Desde acá seguimos a pié, aclaró el guía.
Los ayudantes cargaron los paquetes con los alimentos y el equipo para el habitáculo, mientras que Gabriel y el guía llevaban el resto.
En una de las paradas, Gabriel se detuvo un momento alejándose del resto, abrió su bolso y tomando la pistola corrió una bala a la recamara y la calzó en el cinturón a la altura de la cadera, “por las dudas” pensó...
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   Llegaron al habitáculo cuando caía la tarde, le sorprendió esa estructura que parecía una gigantesca manzana en medio del monte. Habían desbrozado un amplio lote, casi pegado a un arroyo de aguas increíblemente frescas y cristalinas. El paisaje era conmovedor, hacia el frente una elevación en forma de sierra cerraba la vista, a la derecha el arroyo y hacia todos lados monte, cerrado, majestuoso.
El sol se estaba escondiendo entre las copas de los árboles mas altos y pensó que después de todo había tenido suerte, mucha suerte.
Esa noche durmieron todos allí y el guía le enseñó el funcionamiento del habitáculo, la cocina, el equipo de comunicaciones, las conexiones para la laptop y como debía cargar el agua del arroyo en el tanque para el uso sanitario. Gabriel estaba fascinado con el lugar y casi no pudo pegar un ojo esa noche.
Durante la madrugada disfrutó de los mil y un sonidos nocturnos que se producen en el monte, tan silencioso de día, tan parecido a un escenario vacío.
En la mañana sus acompañantes partieron y se quedó solo. Aprovecho para acomodar sus cosas, instalarse y colgar una hamaca paraguaya que había traído y que prefería a las rudas e incómodas literas del habitáculo. Decidió que haría su primera recorrida en la tarde, por que paseó un poco por los alrededores reconociendo el territorio y los confines del arroyo. El lugar era encantador, y a no ser por la perfecta y estremecedora soledad en la que se encontraba, se parecía mucho a un paraíso soñado. Los temores llegarían poco a poco...
Su plan de trabajo era sencillo. Seis horas diarias de caminatas en las cuadrículas en las que había dividido el terreno, demarcación de los arboles valiosos, identificación de las posiciones de cada uno y vuelta. Luego en el habitáculo preparar el informe y enviarlo por Internet a la oficina junto con la fotografía de  cada “palo” como le decían allí a los troncos. Luego cocinar, asear el habitáculo y a si mismo y después ver alguna película o conectarse por la red con los otros prospectores (junto con él había otros cinco ingenieros haciendo lo mismo), y a dormir... así las dos semanas completas que pasaría allí hasta que llegara el relevo, luego una semana de descanso en El Dorado o Posadas y vuelta al habitáculo hasta que el trabajo terminara.
Esa primera noche en soledad cocinó un trozo de carne que había traído especialmente junto con una pequeña botella de sidra que trajo para festejar su nuevo empleo. Cenó tranquilamente y se dispuso a dormir en la hamaca.
La noche transcurrió sin incidentes (salvo el constante bullicio de los insectos, mantenidos a raya por los mosquiteros de las ventanas...) y al despertar por la mañana le costó recordar donde estaba.
La caminata en el monte le trajo los mil y un olores de la selva y lo sorprendió una vez mas el profundo silencio reinante, tan parecido a un gigantesco teatro vacío.
Por la tarde pasó la información recogida. Había hallado especies verdaderamente valiosas y sus empleadores estaría satisfechos. Cenó liviano y se dio una ducha en el diminuto baño del recinto, luego intentó ver un film por Internet, pero el sueño lo venció.
Se despertó sobresaltado, como siempre, le costó recordar donde estaba, algo le llamó la atención de inmediato. El silencio. Ningún sonido de insecto o animal se oía. Primero pensó que había dormido demasiado y era de día, luego entendió que no, dada la oscuridad reinante. En ese instante dos relámpagos de luz muy intensa iluminaron el interior del habitáculo.


                


- “Tormenta”, pensó mientras esperaba el sonido del trueno.
Sin embargo este no llegó, decidió levantarse a mirar por una de las ventanas y se sorprendió de ver la noche estrellada.
- Qué raro, hubiera jurado que fueron relámpagos.
En ese instante notó que se apagaban algunas estrellas... salió del habitáculo para ver mejor y comprendió que un objeto oscuro que se desplazaba por el cielo iba ocultando las estrellas a su paso.
- Y eso?... las nubes de acá son mas oscuras que el cielo nocturno? Raro.
Siguió un rato mas despierto pero como nada pasó, volvió a dormirse. Eran las tres y treinta de la madrugada.
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   El siguiente día hacía calor, por lo que el relevamiento de los palos se le hizo pesado y debió parar un rato a mediodía a descansar. Mientras estaba sentado en un tronco bebió un poco de agua de su cantimplora y se fascinó viendo las aves de magníficos colores que andaban por allí. En eso estaba cuando notó algo extraño. Varios arboles tenían la punta de la copa quebrada, todos siguiendo un patrón geométrico, como si algo que venía por el aire los hubiera golpeado y quebrado todos a la misma altura. Se puso en marcha siguiendo aquella línea de destrucción y llegó a un pequeño claro que le impresionó por lo perfecto del circulo que formaban los troncos y ramas cortados y desparramados por el suelo. Todo parecía aplastado y girado en el sentido de las agujas del reloj en un diámetro de unos treinta y dos metros.
Decidió fotografiar todo el lugar , incluso las copas tronchadas de los árboles, estando en esa tarea notó que en el lugar la temperatura era mucho mas alta que en los alrededores. Anotó en su libreta todas las circunstancias y decidió finalizar la tarea del día y volver al habitáculo para comunicarse con su jefe y transmitirle lo visto.
- Le digo, Ernesto, que es la cosa mas rara que haya visto...
- Algún palo importante se perdió en ese remolino? Preguntó el encargado, a quien evidentemente le importaba mas las perdidas que la noticia.
- No, era un pedazo de monte sin nada valioso, pero me parece algo raro, será que están preparando un lugar para arrojar droga o algo así desde el aire?
- Ni idea, Gabriel, ante esa eventualidad esté alerta y avísenos si ve aeronaves por la zona, ordenó
- Perfecto, lo mantengo al tanto... corto y fuera.
El jefe miró al empleado de comunicaciones que estaba a su lado y le dijo:
- Me parece que este pibe estuvo tomándose unos traguitos allá en el monte, espero que no haga cagadas.
- Así parece jefe
- Por las dudas estáte atento a lo que transmita, si empieza con boludeces avisame.
- Ok jefe...
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Esa noche buscó por la web a ver si encontraba algo parecido a lo que había visto, pero no encontró nada significativo, por lo que decidió retirarse a dormir. Los insectos matizaban la noche con sus mil y un sonidos y reclamos.
Pasadas las tres de la mañana lo despertó un calor insoportable, estaba completamente transpirado, por lo que bajó de la hamaca a beber agua fresca... mientras se servía un vaso, vio en la oscuridad del monte dos luces que se desplazaban en forma paralela y de derecha a izquierda, por la parte media del cerro que flanqueaba el habitáculo por el frente, primero pensó que se trataban de las luces de un camión, idea que descartó inmediato, dado que en ese lugar solo había monte cerrado y una ladera con un ángulo muy escarpado... además las luces daban la impresión de desplazarse por el aire y no entre arboles. En ese momento las luces enfocaron al habitáculo, dejando a Gabriel momentáneamente ciego. Un segundo después, al recuperar la visión, el par de luces habían desaparecido.
- Esto no es normal. Pensó, mientras sacaba la escopeta del armario y le colocaba ocho cartuchos con postas
Volvió a acostarse, pero esta vez con la pistola bajo la almohada y la escopeta al alcance de la mano. Mientras trataba en vano de volver a dormir, elaboró múltiples hipótesis sobre el origen de las luces y lo demás. Nada le cerraba en una explicación que lo tranquilizara.
Cuando en la mañana siguiente le comunicó la noticia a su jefe por radio todos en la oficina central de Tropos se miraron extrañados...
- Qué está pasando con el pibe, jefe? Preguntó el operador de radio a Ernesto
- Y yo como podría saberlo?, respondió de mala gana... quizá le dio fiebre de cabaña... (la fiebre de cabaña es un trastorno síquico que padecen algunas personas que están confinadas solas en lugares aislados.
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El trabajo esa mañana le hizo olvidar un poco el miedo que había tenido la noche anterior. A mediodia el calor volvió a ser inusual, por lo que acampó bajo un grueso tronco caído y se dispuso a comer unas galletas que llevaba consigo. En eso estaba cuando algo le sucedió.
Estaba tomando un trago de agua cuando tuvo la clara sensación de que estaba siendo observado... lentamente dejó la cantimplora en el suelo y con suavidad extrajo la pistola del cinto y le quitó el seguro mientras se daba vuelta con gesto casual...
El espanto lo paralizó. En lugar de encontrarse, como imaginaba, con uno o varios palmiteros o contrabandistas, lo que vio lo dejó extático...
Tres personas estaban paradas observándolo entre los árboles... pero no eran normales, algo extraño había en ellas... algo no humano. Dos parecían hombres y eran un poco mas bajos que la tercera que tenía aspecto de mujer, ninguno de los tres superaba el metro sesenta de altura y tenían facciones orientales, de aspecto tibetano o mongol, los “hombres” eran calvos y la mujer tenía el cabello largo, muy negro y completamente liso... de bocas muy pequeñas y casi sin labios, con la nariz y las orejas apenas insinuadas en el rostro se destacaban los grandes y rasgados ojos orientales que lo miraban con profundidad. Los tres vestían una especie de mamelucos muy ajustados de un color oscuro e indefinible y llevaban una especie de arma o instrumento en un costado del cinturón.
Se acercaron a Gabriel sin hacer prácticamente ningún ruido. Como en un sueño los vio acercarse sin poder ni siquiera moverse, no ya levantar el arma.
Al llegar a su lado una de estas personas sacó un instrumento de su cinturón y le tomó una de las manos mientras el otro le saco la pistola y la dejo en el suelo. El primero le clavó un aparato con tres agujas entre los dedos medio y anular de la mano izquierda y en ese momento perdió el conocimiento,
Despertó en un recinto circular. Estaba desnudo sobre una especie de mesa o cama de un material desconocido y muy blando. Alrededor no se veían muebles ni tampoco puertas o ventanas y el lugar estaba iluminado por una especie de luminosidad que parecía salir de las mismas paredes. Se sentía raro.
En un momento una especie de humo o niebla de color naranja fue inundando el lugar y el se sintió de manera cada vez mas rara... se estaba excitando. En ese momento una de las paredes pareció abrirse y la mujer entró. Estaba desnuda, su cuerpo era menudo y delgado, sus senos apenas destacaban en el pecho y su sexo era diminuto, carecía por completo de vello. Se acercó a Gabriel y al contacto con su cuerpo sintió algo parecido a una intensa descarga eléctrica. Sus sentidos se embotaron y se sintió arrastrado a una cópula lujuriosa e interminable...
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Despertó  en su hamaca con el dolor de cabeza mas fenomenal que hubiera sentido nunca. Le costó muchísimo ponerse de pié, a un costado estaban sus cosas, estaba vestido y su pistola estaba junto a el. Era de noche y no entendía que hacía allí. Bebió casi un litro de agua con gran avidez y consultó su reloj, eran las tres de la mañana.
No sabía que hacer, si llamaba a sus empleadores y les contaba lo que le había sucedido, seguramente no podría seguir en el trabajo... tomó varios comprimidos de los que le había dado su amigo y se sentó en el piso, estaba mareado y sin fuerzas... solo atinó a trabar la puerta del habitáculo con una vara y a colocar la escopeta cerca de sí antes de dormirse profundamente.
Despertó con las luces de la mañana. Se sentía mejor pero profundamente perturbado y sin saber que hacer. En eso sonó la señal de reclamo de la radio, era el jefe que quería saber porque la noche anterior no había enviado el informe diario.
Le mintió diciéndole que la laptop había tenido un desperfecto y que le enviaría los dos esa misma tarde.
Se baño en el arroyo y sus aguas frías lo calmaron lo bastante para hacerle pensar que tal vez había sufrido alucinaciones y que lo mejor era olvidar el incidente y seguir adelante, sin embargo decidió escribir un relato circunstanciado de lo que le había ocurrido en su cuaderno de bitácora. El resto de la mañana trabajó en las dos cuadriculas que debía, agregando la escopeta a su equipo, además de la pistola, y por la tarde envió los informes correspondientes. Todo ese día lo pasó con temor y mirando insistentemente hacia atrás, siempre esperando ver a aquellos seres entre los árboles...
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Los días fueron pasando sin otros incidentes hasta que llegó su relevo. Entregó los instrumentos y las llaves del habitáculo a su reemplazo y en la misma 4 x 4 que lo había traído volvió a El Dorado.
- Y amigazo?, que tal sus primeros quince días? Como lo trató el monte?
- Bien, bien, se limitó a decir Gabriel, por supuesto no se le ocurrió mencionar una palabra sobre el incidente.
En el despacho de su jefe recibió la paga y las llaves del departamento de Posadas que la empresa ponía a disposición de los empleados para el período de descanso.
- Y Gabriel?, siguió viendo luces raras ?, preguntó Morawiki en tono de broma.
Gabriel solo respondió con una sonrisa y se marchó a la estación de micros.
Los días en Posadas pasaron sin alternativas, no podía dejar de pensar en lo sucedido y evaluaba la posibilidad de no volver al trabajo. Por las noches, el recuerdo de aquella mujer extraña y lo que había sentido volvían una y otra vez. Y al pensar en los ojos algo le producía un cosquilleo en el estómago.
Habló por teléfono con su amigo Bruno y le contó lo que le había sucedido... su amigo lo conocía bastante para saber que no estaba inventando nada. Se estremeció y le preguntó si pensaba volver allí. Gabriel le respondió que si, después de todo solo había sido un enorme susto o poco mas.
Esa fue la ultima vez que habló con su amigo Gabriel.
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Los primeros cinco días de trabajo en el nuevo período de relevamiento transcurrieron sin novedades, poco a poco fue olvidando el susto experimentado y los días se hacían rutinarios, no olvidaba a aquella mujer extraña, sin embargo.
La noche del sexto día terminó de cenar temprano e intentó ver una película por Internet, no pudo hacerlo ya que la pantalla ondulaba y reverberaba impidiéndole ver nada. Salió fuera del habitáculo a mirar las estrella antes de dormir y fue en ese momento que sintió una sensación que le erizó los cabellos de la nuca. Sintió que lo observaban.
Al darse vuelta la vio.
Estaba parada justo en el límite del monte, detrás, lejos, se veía una luminosidad entre los árboles.
Entendió que estaba frente a una decisión. Todo se resumía a un si o un no. Nada sabía de la procedencia de esa mujer, ni donde quería llevarlo, pero en el gesto inconfundible de ella al llevarse las manos al vientre entendió que algo muy profundo lo uniría para siempre a ella.
No miró atrás ni una sola vez al salir del habitáculo con su bolso y sus pocas cosas para marchar tras ella.
Una fuerte luz pudo verse desde varios kilómetros elevándose al cielo desde el monte misionero... hasta perderse en la negrura de la noche.


             
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 Dos días después, el helicóptero de la empresa aterrizaba en un claro cerca del habitáculo 7,  en vano buscaron varios días algún rastro de Gabriel Alvarado, nadie nunca mas volvió a verlo ni a tener noticias de él. 

Las pocas cosas que dejó en el habitáculo le fueron entregadas por la policía  a su amigo Bruno Saccone, entre ellas la bitácora diaria que nos permitió reconstruir los últimos días de Gabriel en Misiones.