lunes, 29 de noviembre de 2010

Paraíso Quebrado

Angel era un pibe normal. En la escuela le iba bastante bien y ya se perfilaba como un buen número siete en el fútbol..., hijo único, era el orgullo de su mamá, que lo tenía siempre con la ropa almidonada y el pelo peinado a gomina, pegadito a la frente.
En su vida solo existía un grave lunar... su padre.
El viejo Ruiz tenía un carácter violento, que el vino de la tarde caldeaba mas allá de lo aconsejable, solía volver del trabajo a las siete u ocho, dependiendo de la cantidad de copas que hubiera trasegado en el viejo almacén de Poroto, donde otros como él se emborrachaban para olvidar por un momento sus propios fracasos...

La tarde en que Angel perdió su futuro, el viejo Ruiz volvió temprano, pero curiosamente mas borracho que de costumbre, su madre lo miró con la tristeza y la resignación de quien sabe que su suerte está echada... en ese momento, la fuente con el huevo batido para las milanesas que tenía en las manos cayó estrepitosamente al suelo, manchando la botamanga del pantalón del viejo, eso y su reacción, fueron una sola cosa... solo que Ángel se cruzó frente al golpe que el viejo dirigió a su mujer.

El violento revés de la mano derecha golpeó al pequeño que por entonces tenía nueve años haciéndolo rebotar contra el borde de la mesada, con la mala fortuna que su sien izquierda golpeó de lleno el filo de ésta.
Tres meses se debatió entre la vida y la muerte en el hospital, y en esos tres meses sucedieron varias cosas. Su padre fue preso y alguien lo mató de un puntazo al tercer día de detención, su madre se vio obligada a empeñar y vender cuanto tenía para tratar de salvarle la vida, incluso hasta vendió la casa que había sido de su abuela y que era donde vivían... también durante esos tres meses su inteligencia se detuvo, su mente dejó de ser una máquina perfecta para pasar a funcionar de forma intermitente.
Su destino estaba sellado.

Creció en el barrio Bardessono, en una casita que la madre había conseguido alquilar gracias a los buenos oficios de un pariente lejano (y único) que tenía. Angel Ruiz a duras penas (y gracias a la preocupación de sus maestras) logró terminar la primaria pero nada mas. Aun cuando ponía su mejor esfuerzo, cualquier tarea que requiriera cierto esfuerzo intelectual le estaba vedada, sin embargo tenía alguna destreza manual que le permitió encontrar un trabajo que ayudara a la economía de su madre.
El viejo Medina tenía una cerrajería sobre Mitre que funcionaba bastante bien en una época en que las cerraduras (inseguridad mediante), empezaron a hacerse necesarias. Allí trabajaba Angel y le iba bastante bien, la repetición mecánica propia del trabajo lo favorecía y desarrolló una vida relativamente normal.
Ya a los veinticinco años comprendió que conseguir una mujer no le iba a ser sencillo, si bien era alto, su extrema flacura le daba una aspecto desgarbado, sumado ello a su falta de luces y a la sencillez con que vivía agregaban peso a su gran timidez.
Debutó sexualmente (como muchos) en el Cabaret Stella Maris, un antro que siempre estaba con las puertas abiertas para solitarios como Angel.
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A los treinta y cinco su vida sufrió otro grave revés. Su Mentor y patrón, el viejo Medina falleció. Angel estaba desolado, el mundo que laboriosamente había construido se desmoronaba; sin alguien que le dijese que hacer, el futuro se presentaba a su vista como un territorio lleno de peligros y dificultades, eso sin contar con que su madre, ahora jubilada tenía un ingreso magro que no permitiría mantenerlos a ambos.
Los hijos de Medina sin embargo lo apreciaban, así que decidieron regalarle todas las máquinas del taller, pero vendieron el local, por lo que Angel debió instalar la máquinas en su habitación y desde allí comenzó a hacer trabajos entre los viejos clientes de la cerrajería, que lo llamaban mas por lástima que por necesidad.
Sin embargo su vida austera y esos ingresos equilibraron su economía y la vida continuó sin aristas algunos años mas.

A los cuarenta y cuatro sufrió el dolor mas profundo de su vida. Una tarde de agosto en que volvía de reparar un candado encontró a su madre muerta en la cocina. Su mundo volvió a destrozarse una vez mas y por primera vez cruzó su mente la idea del suicidio. Para agregar mas dolor a su ya pesada carga, los nuevos dueños de la casita que alquilaban, decidieron no renovar el contrato por lo que su situación real era verdaderamente desesperante.

Pero a veces el destino le da un respiro a quienes tiene contra las cuerdas. Desde hacía unos años reparaba sin costo las cerraduras de un centro de jubilados y algunos de ellos, anoticiados del negro porvenir que le esperaba decidieron ayudarlo. Por lo pronto todos los días le preparaban una vianda para que no tuviera el gasto y le conseguían buena ropa entre todos. Por supuesto y para no herir su orgullo intercambiaban esto por su trabajo, al punto que en ocasiones y para que aceptara la ayuda rompían ex profeso algunas cerraduras...

Una tarde Angel recibió una alegría, una de las jubiladas nuevas, enterada de las vicisitudes de su vida, y justo unos días antes de tener que entregar la casa, le ofreció un lugar. Ella poseía unos pequeños departamentos cerca de la ruta y uno de ellos, el del fondo, estaba desocupado. Llegaron a un acuerdo en el que él cambiaría el alquiler por trabajo, cuando los otros departamentos tuvieran algún desperfecto, él se encargaría de solucionarlos.

Así su vida pareció restablecer el cauce y poco a poco la idea del suicidio se desvaneció, seguía haciendo pequeños trabajos de cerrajería ya que había instalado las máquinas en uno de los dos cuartos del departamento. Seguía cambiando mantenimiento por almuerzo y cena y poco a poco comenzó incluso a ahorrar algún dinero, con el que compró un televisor usado y una radio, con lo que su vida se transformó en algo apacible y tranquilo.
Su horizonte parecía haberse suavizado y hasta alguna noche se sintió feliz de haber logrado desempeñarse tan bien y haber logrado sobrevivir solo y a pesar de todo. Su madre se sentiría orgullosa de él si lo viera.
Decoró su departamento y pintó sus paredes de colores alegres, algunas jubiladas colaboraron con cortinas y algunos muebles y Angel quedó satisfecho. La vida volvió a ser feliz y tranquila para él.
Entonces conoció a Vanesa.
La chica ocupó el departamento contiguo al suyo y si bien no era bonita, era terriblemente simpática. Angel la admiraba cuando volvía de su trabajo de cajera en el supermercado y la saludaba con la mano. Ella solía tomar sol en el patio central y leía allí sentada durante las tardes.
Un día llegó temprano y en un mal movimiento quebró la llave dentro de la cerradura. Buscó a Angel quien de inmediato le solucionó el problema e incluso le hizo una copia nueva de la llave rota. Por supuesto no le quiso cobrar y la saludó amablemente antes de despedirse.
Al día siguiente, cuando volvía del centro de jubilados ella lo estaba esperando. Tenía puesto un vestido floreado que a Angel se le antojó celestial, estaba realmente bonita con esa vincha y los ojos radiantes.

- Te preparé esta torta por el favor que me hiciste ayer, le dijo

- Gracias. No era necesario, pero igual gracias...
- Querés que la probemos a ver como me salió?, que te gusta? El mate, el té o el café?... o algo fresco?

Así pasaron la tarde en el patio conversando y riendo.
Esa noche Angel no podía dormir. Sentía algo dentro de sí que jamas había sentido y la sola evocación del rostro de Vanesa le provocaba una sensación desconocida en el estómago.
Al día siguiente se cruzó con ella en el patio nuevamente.

- Venís a tomar unos mates?... hoy hice galletitas, me salieron bárbaras...
Angel debió ponerse de color bordó porque a ella se le escapó una risa...
- Dale, no seas tímido, que hice un montón...
..................................................................................................................................... Así comenzó una relación que cambió por completo la vida de Angel, por las noches sonreía inexplicablemente y se sentía inmensamente satisfecho de sí... había comprado una camisa y pantalón nuevos e incluso un frasco de perfume. Todas las tardes esperaba ansioso a Vanesa y él mismo preparaba el mate e incluso alguna vez compró facturas.
Ella se divertía riendo ruidosamente con las anécdotas que él le contaba sobre algunos casos cómicos en su trabajo, siempre con personas encerradas en lugares increíbles y cerraduras rotas.
Ella no hablaba mucho de sí misma, solo mencionó que venía de Pilar y que tampoco tenía familia.

Los días de Angel se hacían infinitamente felices y creyó, por un momento que el destino quizá le fuese grato, que después de tanta penuria y dolor al fin encontraría la felicidad, el paraíso. Por supuesto se enamoró perdidamente de Vanesa, con aquel amor entre infantil (a pesar de tener cuarenta y ocho años) y primerizo, ya que nunca antes se había enamorado.
Para su cumpleaños Vanesa le regaló un cachorro de cóquer, “para que nunca mas estés solo”, le dijo.

El perrito llenó de luz la vida del hombre. Ambos ahora esperaban por las tardes a la mujer, el perro meneando su rabo corto y el hombre agrandando su sonrisa y su corazón.
Cocinaba para ella y ella le arreglaba la ropa y le prestaba sus libros “para que se entretenga mientras ella no estaba”, le dijo.

Así transcurrieron varios meses, los mas felices y plenos que jamas había vivido, hasta las jubiladas del Centro notaron su cambio y sonreían satisfechas, después de todo Angel parecía haber vencido su destino de soledad y miseria.

Cierta tarde, Vanesa le estaba enseñando a preparar un pollo al horno cuando se lastimó una mano con la cuchilla. Angel se apresuró a curarla mientras le acariciaba las manos.

Sus miradas se cruzaron de una forma inequívoca.
Esa noche Angel durmió en la cama de Vanesa.

Las siguientes semanas él estaba como en otro mundo, nunca antes se lo había visto mas feliz y parlanchín... saludaba a todo el mundo y se paraba a charlar con todos. En el centro de jubilados la noticia de su noviazgo fue recibida con un clamor propio de un aumento de los haberes jubilatorios y de inmediato quisieron conocer a la muchacha.
Todo parecía brillar en la vida de Angel y Vanesa.

Una tarde decidió ir a buscarla a la salida del supermercado y en el camino compró un ramito de fresias que eran las flores favoritas de ella.
Cuando llegó a la puerta la vio hablando con un hombre, dudó en acercarse pero finalmente lo hizo. Ella, visiblemente turbada lo llamó por su nombre y le dijo:

- Te presento a Sebastián, mi ex marido...
Angel lo saludó y notó la mirada fría de él, que lo miró como si se tratara de una mosca o un perro.
- Por favor esperame en casa, le dijo ella, que tengo que arreglar un asunto con Sebastián.
- Claro, no hay problema, le respondió Angel
Esa tarde la mirada de Vanesa ya no era la misma, estaba opaca y gris, no reía como siempre y lo despidió temprano diciendo que estaba cansada.
Dos días después le contó su historia: Su ex marido era alcohólico y se habían separado porque la golpeaba, ahora estaba haciendo un tratamiento y parecía haber cambiado.
Las siguientes semanas el mundo de Angel se resquebrajada y caía a velocidad vertiginosa.
Ella ya no lo recibía seguido y lo esquivaba siempre que podía... hasta evitaba al cóquer que siempre la buscaba por las tardes.
Angel lloraba en silencio por las noches, impotente frente a la devastación que la presencia del intruso había provocado en su vida.
Una tarde ella llegó con el hombre hasta la puerta del departamento y Angel, desde su ventana, reconoció en forma inequívoca una mirada que ya había visto antes. En el rostro de su madre cuando su padre volvía fresco y arrepentido luego de haberla golpeado y ella volvía a recibirlo una y otra vez.


Finalmente una tarde en que volvía de arreglar un candado Vanesa estaba esperándolo en la puerta de su departamento, vestía el mismo vestido con el que la conociera el primer día.

- Vengo a despedirme, le dijo con los ojos tristes.
No necesitaba que se lo dijera, ya la mirada de ella desde lejos denunciaba aquella decisión.

- Te voy a extrañar... fue lo único que su breve mente alcanzó a articular.

- Lo sé, yo también a vos... cuidate mucho, sos una buena persona...
Le dio un último beso y se fue, en un auto al otro lado de la calle alcanzó a ver el pelo largo de Sebastián.
..................................................................................................................................... Angel volvió lentamente a su vida anterior. Su mundo de felicidad y la posibilidad de haber llevado una vida como la de cualquiera, de haber amado y ser amado se habían esfumado para siempre, y con aquella mujer habían partido sus escasos sueños...
Su paraíso estaba definitivamente quebrado.
Solo el perro quedaba como recordatorio de aquel tiempo feliz donde vivió en ese breve refugio de felicidad.

Hoy aun puede vérselo por las tardes, caminando con la espalda encorvada, con su flacura, su perro y su soledad.
Volviendo a casa con bolsita de la vianda que le prepararan las jubiladas del Centro.