viernes, 24 de junio de 2011

El Guardián


Mayo de 1982

El suelo retemblaba bajo las incesantes explosiones de los obuses de los gringos. El bombardeo había empezado de madrugada y las bombas caían con regularidad británica... allí en Ganso Verde, o Goose Green, como le decía el gringaje, el pequeño destacamento de tropas argentinas aguantaba como podía.

Cada tanto pasaba un Harrier bajito y rociaba a los colimbas con esas bombas raras que explotaban en el aire y desparramaban muerte a diestra y siniestra, así que el solo sonido de los reactores hacía que los pibes se tiraran de cabeza a los pozos de zorro y solo pudieran rezar. El único que no salía corriendo era el teniente primero... cuando oía el rugido de los aviones ponía los ojos en blanco manoteaba la MAG que estaba sobre un trípode sacado de uno de los blindados que quedaron allá en Puerto Argentino, le metía un cinto de balas y escupía fuego a despecho de los pedazos de turba que volaban a su alrededor cuando caía el enjambre de las beluga. Garrido era clase 62, morochazo, correntino y patriota... cuando convocaron, el se podría haber quedado en el rancho, pero ni ahí; salió corriendo al cuartel con lo justo para preparar el bagayo y subir al Unimog... de ahí al avión de transporte y amanecer en Malvinas. Puerto Argentino era chiquito y prolijo, nunca había visto casitas tan cuidadas ni gringos tan rubios. El general gritaba por los altoparlantes y todos lloraban con el Himno. Entonces conoció al Oso, el oficial de nombre y apellido árabe que llevaba siempre cuatro granadas en la charretera, las que le crujían las mandíbulas cuando lo abrazaba, era comando al igual que el capitán de ojos claros que, según se decía, era la pesadilla de los SAS británicos.
Ellos eligieron a los mejores tiradores y a los que sabían arreglarse solos para llevarlos a la Isla Soledad. Garrido era uno de ellos, manejaba el FAP o la MAG como el mejor, pero además sabía carnear y cocinar una oveja o una res y sabía hacer fuego en la turba húmeda en la que el borceguí se hundía diez centímetros.
Los primeros días fue bravo acostumbrarse al frío que no paraba nunca... pero con el tiempo se las arreglaban muy bien y las tardes se iban con mate, oveja asada y guitarreada, uno de los pibes tenía una y las canciones eran a pedido.

Una tarde todos se pusieron serios, había que encontrar al piloto de un Pucará que se había eyectado ahí cerca. Todos ayudaron pero fue Garrido el que lo encontró, el piloto tenía un corte en el costado y una esquirla en la pierna, costó llevarlo al vivac, al rato llegó el helicóptero y se lo llevaron... en agradecimiento el piloto le dejó su .22 ( una Bersa 62 mas chica que su mano ) y le pidió que le metiera al menos una bala a un Gurka en su nombre... muy pronto la promesa iba a ser cumplida.
El bautismo de fuego fue raro. Primero escucharon al helicóptero y pensaron que era el de abastecimiento... a menos de seiscientos metros descubrieron que era un Sea King y le metieron todas las balas que pudieron, se alejó humeando en dirección al estrecho... pero mandó la contra. Dos reactores los sobrevolaron y las beluga se llevaron a cuatro colimbas y un suboficial, dejando heridos a varios. El teniente y Garrido eran los únicos que respondieron el fuego sin importarles los racimos de muerte que se desgranaban a su lado. Los aviones se fueron para dejar paso a algo peor. Por todos lados aparecieron gurkas y soldados ingleses. Fue el combate mas largo de esa semana, pero aguantaron la posición y los invasores se fueron. Entonces llegaron dos helicópteros con comandos argentinos, en uno venía el Oso y el capitán; bajaron ahí y les dejaron municiones y comida, eligieron a dos o tres y al teniente para una misión... y el teniente eligió a Garrido para quedar al mando, ya que los suboficiales estaban heridos.
Los helicópteros partieron y los comandos se perdieron en la noche. En unas horas se escucharon intensos combates y el incesante tableteo de las ametralladoras. Catorce horas después volvieron los comandos, eran unos cantos menos, pero sus compañeros y el teniente estaban bien. El capitán los felicitó (estaba herido, pero parecía no importarle) y partió junto a los demás por tierra, hacia la pista que había a unos kilómetros.

El teniente les contó que los comandos habían hecho un desastre entre los invasores, pero con ojos sombríos les dijo que eran demasiados.
Los días fueron pasando con algún que otro combate y tiroteo, pero todo estaba en relativa calma.
Hasta que una noche de tormenta en que Garrido estaba de guardia, durante la fugaz luz de un relámpago, vio figuras furtivas que se acercaban al vivac. Dio la alarma y se desató el infierno. Una lluvia de balas cayó sobre ellos y las explosiones de las granadas los aturdían, fue entonces que conoció a los gurkas cara a cara. Uno de los nepaleses se le echó encima puñal en mano, buscando su cuello... Garrido era fornido y grandote y no le costó sujetarlo con un brazo mientras buscaba con la otra mano la pistola que le dejara el piloto. La extrajo y le disparó al gurka en la cara, instantáneamente se quedó definitivamente quieto, pero Garrido no tuvo mucho tiempo para alegrarse ya que una marea de soldados caían sobre ellos.
El combate fue sangriento. Con su FAP al rojo vivo disparó y disparó sin darse cuenta del tiempo... al amanecer montones de cuerpos por todas partes daban cuenta de la ferocidad de la pelea.
El teniente ordenó replegar con el equipo que pudieran cargar. Garrido estaba milagrosamente ileso aunque cubierto de sangre y ayudó a dos compañeros heridos a marchar a la pista. El teniente quedó allí para cuidar a los heridos que no podían moverse y fue esa la última vez que lo vio con vida.
En la pista despegaban los últimos helicópteros con los heridos. La invasión se daba con toda furia y se veían aviones propios y enemigos por todas partes, oyéndose explosiones de todo tipo en todos lados.
En uno de los últimos helicópteros en llegar, vinieron comandos con armas y municiones. Uno de ellos ordenó a los que pudieran andar, seguirlos hasta un pequeño ancón donde una lancha los haría cruzar el estrecho y de ahí por tierra hasta Puerto Argentino.
Otros comandos marcharon al frente para no volver.
Garrido pidió permiso para quedarse a cuidar a los heridos que faltaban evacuar, a lo que el Oso respondió con un emocionado “autorizado!” abrazándolo según su costumbre y entregándole varios cargadores para el FAP.


Junto a Garrido quedaron siete soldados heridos, que no estaban tan graves como para irse en los primeros viajes... sin embargo con el correr de las horas los helicópteros no volvían y se prepararon para hacer noche junto a la pista, donde aún había cuatro Pucará semi destruidos.

Tuvieron tiempo de fumar un cigarrillo y comer algo antes que una verdadera marea humana les cayera encima. Los disparos veían por doquier y Garrido logró ubicar a sus compañeros en un pozo de zorro que había en un promontorio, todos disparaban hacia todas partes, porque desde todas partes aparecían mas y mas gurkas...
Garrido entendió que su suerte estaba echada y decidió trepar a lo alto del promontorio para atraer el fuego y alejarlo de sus camaradas. Disparó todo lo que aguantó su FAP, después siguió tirando con un FAL que había allí con una mano y con la .22 del piloto en la otra, mientras era rodeado por gurkas que trepaban ya el promontorio....
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Mayo de 2011


Liam O’Malley estaba inmensamente satisfecho.
Había conseguido la granja a precio de ganga. De padres irlandeses, él era malvinense de cuna, casado con una galesa criaba cuatro hijos que crecían felices a pesar del frío y la turba húmeda.
La Pradera del Ganso era un lugar tranquilo y alejado, pero la casa era confortable y abrigada. Las ovejas prosperaban y su única preocupación era el precio de la lana.

Todas las mañanas llevaba a sus hijos a la escuela en el Land Rover blanco y alguna vez se había detenido a mirar de cerca la chatarra que había quedado de los cuatro aviones argentinos que había en la pista. Muchas veces había encontrado restos de la guerra. Un viejo casco, cuchillos, balas... algún fusil olvidado, fotos y crucifijos de madera... objetos escritos en castellano.
Él pensaba que los viejos dueños de la granja se la había dejado a ese precio por el peligro de las minas, ya que se negaba a creer en las habladurías que mencionaban viejos fantasmas de la guerra... prefería creer que era por las minas.
Sin embargo en Stanley le habían informado que la zona era absolutamente segura. Y de hecho sus ovejas andaban por todas partes sin haber tenido jamás un incidente.

Ese día se había demorado mas de lo debido en el pueblo y una fuerte tormenta amenazaba con complicarle el regreso a la granja. Sus niños quedaría en casa de los abuelos, por lo que lo esperaba una deliciosa velada con sus esposa.
Apuró la marcha mientras los relámpagos iluminaban la incipiente llegada de la noche.
Algo se cruzó en el camino y de un golpe de volante el Rover quedó de trompa en el zanjón del costado del camino. La turba era demasiado resbalosa hasta para el 4x4 británico, así que insultando por lo bajo en el dialecto irlandés de su infancia se calzó las recias botas y se dispuso a caminar hasta la granja para volver al día siguiente con el tractor.
Cortó camino junto a su perro por un pequeño promontorio que se veía a su derecha. El animal caminaba junto a él, despreocupado y oliendo todo lo que tenía enfrente. De repente el mastín se detuvo y erizó el pelaje del lomo. Liam notó el miedo del perro y se atemorizó a su vez. Miró a todas partes pero nada se veía, excepto los relámpagos cada vez mas cercanos.
Tropezó con una piedra y cayó de rodillas, con un grito ahogado de dolor, intentó incorporarse, pero se detuvo en seco. Frente a él, la figura de un soldado con uniforme de combate argentino le apuntaba con un fusil en una mano y una pequeña pistola en la otra. El perro metió la cola entre sus patas y bajó las orejas y la mirada gimiendo.

_ Quién es usted?, preguntó en inglés y lleno de temor.
La figura no le respondió. Solo lo miraba torvamente mientras le apuntaba. Con desesperación trató de incorporarse metiendo la pierna derecha en un agujero y volviendo a caer.
El soldado dejó de apuntarle a él, señalando en cambio, el agujero con el fusil.
Liam trató de desencajar la pierna del hoyo, pero no lo lograba. Cuando levantó la vista, el soldado ya no estaba allí.
Tardó un buen rato en sacar la pierna del agujero y cuando lo hizo, la luz de un relámpago iluminó el interior de lo que pensó era una cueva y creyó ver algo dentro. Su perro ladraba incesantemente hacia el interior.

Recordó que llevaba una pequeña linterna regalo de uno de sus niños y con su débil luz iluminó el interior de aquella cueva. Dio un respingo hacia atrás al descubrir que en el interior había varios esqueletos. ....................................................................................

Junio de 2011

Informadas las autoridades de Stanley, mandaron un grupo de soldados y varios forenses a recoger los cuerpos que allí se encontraban. Eran los restos de siete soldados argentinos desaparecidos en esa zona durante la guerra del siglo pasado. Empero aún faltaba uno de los desaparecidos, ya que las crónicas mencionaban a ocho.
Fue el mismo Liam que encontró el cuerpo entre unas rocas, las que sin duda habían caído sobre él durante alguna explosión. En su mano izquierda aún tenía una pequeña pistola de bajo calibre.

Los restos de los soldados fueron sepultados con honores militares junto a sus compañeros caídos en el pequeño cementerio militar de la isla Soledad, avisándoseles a sus familiares, los que asistieron a las exequias. El hermano menor del soldado Garrido fue uno de ellos.

Liam no pudo ocultar su emoción al reconocer el rostro del fantasma del soldado argentino en las facciones del familiar que había venido a despedirlo definitivamente.
Ni Liam ni su familia volvieron a sentir miedo nunca mas en la hermosa pradera del ganso, porque el guardián ya había cumplido con su misión, finalmente los camaradas que dejaran a su cuidado habían llegado a destino.


Allá en aquel pequeño promontorio, en algunas noches de tormenta, los lugareños juran que ven los fantasmas de un soldado con dos armas, y un comando con cuatro granadas cruzadas en su pecho... y que miran el horizonte hacia el Oeste.
Esperando... esperando.

miércoles, 8 de junio de 2011

Carola


Carola siempre fue una nena solitaria. Sin hermanitos y viviendo en ese pequeño departamento perdido en el último piso de ese enorme y frío edificio sus posibilidades de hacer amigos eran remotas. Papá no estaba (nunca había estado, ni lo había conocido) y mamá trabajaba muchísimo y solo la veía en casa a partir de la tarde; pero ella siempre se hacía un ratito para jugar con Carola entre cuaderno y cuaderno sobre la mesa (era maestra y corregía TODO el tiempo...).

La que estaba casi todo el día con ella era Cecilia, la amiga de su mamá y que ganaba unos pesos siendo su niñera... a Cecilia le gustaba mucho la tele y pasaba las horas soñando con los galanes de las novelas, le hacía el almuerzo y la leche de la tarde, pero los desayunos eran de mamá y el gran momento del día era la cena, donde mamá y ella se ponían al día, charlando y riendo ruidosamente entre milanesa y milanesa.

Después venía el broche de oro... ¡a mirar la tele en la cama! Ahí seguían las risas pero con cosquillas... después, despacito despacito, el sueño le ganaba a lo ojos y solo el ring ring del despertador avisaba que empezaba otro día.

Carola pasaba bastante tiempo en el balcón, que era como una jaula de vidrio entre las nubes... o como un avión. Desde allí miraba la ciudad y los autos (que se veían chiquitos y veloces como bichitos ahí abajo). También veía la gente, que como hormigas corrían de aquí para allá, y deseaba ser pronto grande para correr ella también junto a todos los demás, porque pensaba que eso es lo que hacía la gente grande, correr todo el día de un lado a otro.

Pero lo mejor de la semana eran los sábados a la tarde donde junto a mamá y Cecilia salían a hacer la compra semanal y a mirar ropa. Carola estudiaba todos los movimientos, miradas y gestos de su mamá cuando se paraba frente a las vidrieras y deseaba ser grande para hacer como ella.

Aún con todas éstas cosas, a la vida de Carola le faltaba algo, si bien jugaba con sus muñecas (y algunas hablaban)... ¡todas decían siempre lo mismo!. Carola quería una amiga, alguien con quien jugar... alguien a quien contarle cuanto quisiera tener un papá.

Un día escuchó muchos ruidos en el departamento de al lado y un gran movimiento en los ascensores. Alguien se había mudado al 7° C.

Dos días después vio una nena sentada en el balcón del departamento de al lado como ella misma lo hacía todas las mañanas, la nena la miró con una gran sonrisa y la saludó con la mano. Ella le devolvió el saludo y la sonrisa.

Esa noche le contó a su mamá de la nena en el balcón y le preguntó si podía ser su amiga... por primera vez en su vida la mamá le desvió la mirada y le dijo: “tal vez”.

Carola no entendía nada... si esa nena vivía al lado de su departamento por qué no podía ser su amiga? Cecilia tampoco le aclaró el asunto.

Todas las mañanas las dos nenas miraban a los autos-bichitos y a las gentes-hormigas que corrían allá abajo. Cada una en su balcón-avión de vidrio, a tres metros una de la otra pero tan lejanas como la luna.

Así fueron inventando un lenguaje de señas, una le señalaba a la otra los enormes y panzones bichos-colectivos de color amarillo que al parar desparramaban cantidad de hormigas-gente que primero bajaban apuradas mientras otras subían aún mas apuradas... también se divertían a lo grande con las morisquetas que les hacían los obreros que trabajaban en la construcción del edificio de enfrente. Con los días se hicieron amigas silenciosas (no se podía hablar de balcón a balcón) pero de todas maneras se las arreglaron para divertirse y reírse de todo... de los pajaritos que a veces paraban en uno u otro balcón... de la ropa que una le ponía a sus muñecas o los dibujos que hacía la otra.

Una tarde una señora apareció en el balcón-avión de la amiga de Carola, la miró y una gran sonrisa se dibujó en su cara. Carola entendió que le preguntaba a la nena quien era su amiguita del otro balcón, hablaron un rato (pero Carola no oía nada, claro) y cuando la alzó en brazos ambas la saludaron con la mano. Carola saludó también y sin saber por que, se puso muy contenta.

Así siguieron los juegos entre los balcones-aviones y las dos nenas de piso 7. Llegó el invierno y el frío no las corría; sin haber hablado nunca entre ellas ya eran grandes amigas... Carola solo se ponía triste cuando la mamá de su amiga se la llevaba adentro, pero a esa hora también llegaba su mamá y seguía la diversión.

Una tarde Carola vio a la señora del balcón hablando en el pasillo del ascensor con su mamá. Cuando entró tenía la cara iluminada y una gran sonrisa, le dijo que hoy se tenía que poner muy linda porque tendría una fiesta. Carola estaba feliz, ésa era su primera fiesta y no entraba en si de la emoción. La mamá le puso su mejor vestido le peinó los largos cabellos con el cepillo una y otra vez, le puso una hebillita, la perfumó y le dio un paquete con un gran moño rosa para llevar a la fiesta.

Juntas fueron por el pasillo hasta la puerta del 7°C.

Cuando se abrió la puerta vio a su amiguita y por primera vez escucho su voz y su risa... le dio el paquetito tal como le había indicado su mamá y entró directo al Paraíso...

_ Quedate tranquila, Olga; soy maestra en una escuela especial y estoy acostumbrada a los chicos con Síndrome de Down, dejala tranquila, mi nena está está fascinada con Carola y ya son grandes amigas sin haberse conocido...

La mamá de Carola se alejó por el pasillo con una lágrima y una sonrisa juntas en la cara.

El mundo de Carola cambió para siempre a partir de ese día, tenía una amiga con quien compartir el balcón-avión, las muñecas y las tardes... ahora solo le faltaba un papá para ser totalmente feliz; pero el destino ya le estaba preparando una linda sorpresa respecto a eso...