La noche del 8 al 9 de Julio de 1991 se produjo
uno de los encuentros mas aterradores con seres presuntamente extraterrestres
en nuestro país, solo en contadas ocasiones se han informado de actitudes
agresivas de éstas entidades (el caso Kelly-Hopkinsville es el emblemático en
este sentido); lo que sigue es el relato circunstanciado de lo que sucedió:
Belén de Escobar, Argentina, 7 de Julio de 1991
Ruben salió de la armería contento con sus dos
cajas de cartuchos calibre 16... la sola certeza que en unos días saldría de
caza con sus amigos lo ponía de buen humor. Saltear con un par de días de
camaradería y diversión la rutina laboral constituía un regalo en su ajetreada
vida, sin contar que descansaría un poco de su demandante esposa e hijas...
El teléfono sonó varias veces antes de ser
atendido
-
Cómo andás
Pedro?; Conseguíste la cosas? Le preguntó a su amigo
-
Si, ya
tengo el guiso de lentejas preparado, le puse de todo!... también conseguí las
balas .22; arreglaste la hora con los muchachos?
-
Con Aníbal
si, pero Walter no puede venir, lo engancharon en la escuela con el discurso
del día de la Independencia... está que vuela.
-
Pobre! Con
las ganas de desenchufarse que tenía...!
Luego de combinar horarios volvió al taller,
debía terminar la reparación de dos autos antes de poder cerrar.
Puente Gobernador Mercante- Río Luján –
Argentina
8 de Julio de 1991, 21 PM
Los tres amigos terminaban de cargar la piragua
con los bolsos y las armas, la noche estaba serena y muy fría, allá en lo alto
las estrellas brillaban radiantes y una sensible helada iba blanqueando los
pastos.
La remada se desarrollaba sin incidentes
mientras que preparaban el rifle y la linterna grande, luego de sobrepasar el
country entrarían en zona de caza y era posible que ya aparecieran las nutrias,
pero nada se movía en la fría noche, y solo se oía el sonido de los remos
entrando en las frías aguas.
Vizcacheras- Río Luján – 12 Km. al Norte del
Puente Mercante
El candado estaba oxidado y se resistía, pero
los amigos lograron abrir la puerta de la cabaña. El suegro de Ruben tenía una
plantación de sauces americanos y álamos y era el lugar ideal para establecer
la “base”, asimismo la cabaña contaba con una cocina de leña que se apresuraron
a encender para sobrellevar el frío que a esa hora era intenso y para calentar
el espectacular guiso que traían congelado.
Comieron abundantemente y entraron en calor,
Aníbal amenazó con acostarse a dormir pero los amigos lo arrastraron a la
canoa, la madrugada recién comenzaba (eran apenas las dos) y si bien el frío
era bravísimo, el abrigo era bueno y la adrenalina de la cacería despertaba
atávicas sensaciones en los tres...
La Maglite alumbraba la costa y los pajonales
buscando la onda en el agua que delataría a la nutria... pero todo estaba
quieto y silencioso, fuera del sonido del agua nada se oía.
-
Me parece
que vamos a tener que probar en la
entrada del arroyo, acá no pasa nada, comentaba Pedro por lo bajo
-
Tenés
razón sentenció Aníbal, vamos...
Enfilaron la canoa en el arroyo y avanzaron por
él, alumbrando en ambas direcciones; en ese momento se oyó un chapoteo en el
agua a unos quince o veinte metros de donde se deslizaba la piragua...
Los tres amigos hicieron silencio aprontando
sus armas, mientras giraban lentamente la embarcación en esa dirección, con la
poderosa linterna seguían la línea de la costa buscando la fuente de ese
sonido...
A partir de ese instante la vida de los tres
cambiaría para siempre.
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No era una nutria lo que el haz de la linterna
enfocó.
Un ser extraño se encontraba parado en el barro
de la costa, que al sentirse iluminado, giró la cabeza y los miró con
ferocidad... este “ser” medía alrededor de metro veinte de estatura, de enormes
ojos (de unos 8 o 10 cm de diámetro) con las pupilas horizontales como tienen
los caballos, de largas y puntiagudas orejas que superaban el borde superior
del cráneo en mas de un palmo, feroces mandíbulas con colmillos intimidantes...
todo su cuerpo lucía como escamoso y de color verde yerba; pero lo peor de todo
era el aspecto de la garra con la que tapó sus ojos frente al haz de la
linterna, ésta tenía largos y delgados dedos rematados en uñas filosas y fosforescentes.
La sola visión de este ser de pesadilla hizo
brotar un grito de horror de las tres gargantas y un movimiento involuntario y
simultáneo que desbalanceó el precario equilibrio de la piragua, provocando que
los tres hombres cayeran por la borda; el shock provocado por el contacto con
las gélidas aguas los hizo reaccionar instantáneamente... si bien la
profundidad del arroyo solo les llegaba poco mas arriba de las rodillas, lo
irreal y horroroso de la situación, sumado a que la linterna estaba debajo del
agua y ENCENDIDA, los asustaba aún mas, creando un pandemonio de gritos
histéricos e imprecaciones... tardaron mas de un par de minutos en serenarse y
recuperar del fondo del arroyo la linterna, que gracias a ser estanca, aún
permanecía encendida... Ruben alumbró de inmediato el lugar donde había estado
aquel ser, pero ya no estaba allí.
El frío les aguijoneaba todo el cuerpo por
estar empapados y les costó trabajo recuperar la carga de la canoa y sus armas
del arroyo, aún así en menos de tres minutos remaban vigorosamente hacia la
cabaña.
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Al llegar pusieron leña en la cocina y se
desvistieron rápidamente, los tres temblaban violentamente y luego de secarse
corrieron un banco junto a la cocina donde se sentaron los tres desnudos, uno
junto a otro y en un profundo silencio. Ninguno de los tres se atrevía a
hablar.
Mientras ponían las ropas a secar junto a la
chimenea de la cocina y limpiaban y recargaban las armas (tenían allí dos
escopetas del 16, un rifle .22 y un revólver del .38) no se atrevían siquiera a
mirarse entre ellos, ni mucho menos a conjeturar sobre lo que había allí
afuera.
-
Tu suegro
no tendrá algo fuerte en algún lado?, preguntó Pedro, necesito un trago...
-
Fijate
atrás del paquete de harina, creo que hay una botella de Legui
Los tres bebieron de la botella y se serenaron
lo bastante como para poder hablar sobre lo que habían presenciado.
-
Qué
carajos es eso que vimos? Preguntó con la voz aflautada de frío e inquietud
Aníbal
-
No tengo
idea, pero era bien fiero...
-
No será
que nos asustamos de balde? Terció Ruben, a un par de km. Luján abajo hay un
criadero de asnos, capaz que era un animal de ahí y nosotros asustándonos por
nada...
Ninguno de los tres creía en esta explicación,
pero los tres DESEABAN creerla.
-
Seguro!
Sentenció Pedro, que estaba mas asustado que sus amigos, si eso cabría, seguro
que es un burro que estaba con las patas enterradas en el barro...
-
Y los
dientes?, y la garra esa...? Aníbal miraba el piso cuando pronunció estas
palabras
-
Quizá era
una rama de una planta que nos dio esa sensación, no sé, para mi nos asustamos
al cohete...
Los tres guardaron silencio; era mejor creer en
esto último a pensar que algo ajeno a este mundo estaba allí afuera, y ellos a
dos horas de cualquier ayuda, en un lugar desolado y solitario y sin
posibilidades de irse hasta que las ropas estuvieran secas...
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A las cuatro de la mañana la ropa aún estaba
húmeda y así, desnudos los tres tomaban un café caliente y hablaban de
cualquier cosa menos de lo sucedido.
En ese instante, un sonido sordo les llegó
desde el monte, del fondo de la plantación de álamos.
Algo se acercaba a la cabaña, algo que producía
una gran agitación entre las plantas, parecido al movimiento que hacía la
hacienda cuando a veces cruzaba el río y se movía entre los árboles. Pero esto
no era hacienda, era otra cosa.
Instintivamente los tres tomaron las armas
mientras aquel sonido se acercaba mas y mas... en un instante escucharon el
primer golpe contra la pared de madera de la cabaña, la que daba al monte.
Con desesperación Pedro comprobó que la puerta
estaba sin trabar y se arrojó sobre ella calzando la tranca, justo cuando desde
todo el monte y alrededor de la vivienda estallaban alaridos y aullidos como
nunca antes habían oído, mientras que toda la estructura de la casa (que está
enclavada sobre pilotes de madera) temblaba ante los golpes y arañazos que una
multitud de entidades desconocidas le daban, mientras se los oía correr
alrededor...
Los tres amigos, que desnudos se acurrucaban
uno contra otro, a pesar de tener las armas en la mano, no atinaban ni siquiera
a moverse, solo lloraban en total silencio temblando de terror en forma
violenta, mirando al piso apretando los dientes, deseando que terminara todo de
una vez...
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Aquel asedio de pesadilla duró quizá diez o
quince minutos, durante los cuales los tres amigos sintieron el verdadero
significado de la palabra miedo. Después de ese tiempo, la agitación se fue
calmando y lo que sea que la causara, parecía retirarse al monte de donde había
venido.
Solo se atrevieron a moverse cuando las
primeras luces se filtraban por la pequeña ventanita de la cocina. Se vistieron
y sin siquiera hablar los tres prepararon todo para huir de ahí... pero salir de
la cabaña era otra cosa.
Después de largos titubeos retiraron la tranca
y descargaron varios tiros a través de la hendija, luego cerraron y miraron por
la ventana. Al no suceder nada, Ruben, que era el mas entero se asomó revólver
en mano, seguido de los otros dos.
No había nada ni nadie.
Mientras cargaban a toda velocidad la piragua,
los rayos del sol mostraban en las paredes de la cabaña cientos de arañazos y
marcas que encajaban perfectamente con aquella garra de pesadilla que vieran en
el arroyo.
La vuelta fue otra tortura, pero nada sucedió,
lograron regresar al Mercante sin otros incidentes.
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Casi dos décadas después de estos hechos,
Ruben, quien era un conocido mecánico de la ciudad, murió a temprana edad
víctima de un paro cardíaco, pero nunca, en esos casi veinte años, volvió a
aquella cabaña, ni volvió a cazar en el Luján.
Su amigo y empleado, Pedro, hoy día tiene su
propio taller, pero jamas volvió allá; solamente Aníbal, en 2011, en una lancha veloz de motor
y solo a primera hora de la tarde, volvió con unos investigadores a aquel
lugar, pero estando en la cabaña, sufrió
un ataque de nervios, por lo cual hubo de ser sacado de allí.
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Aún hoy pueden verse, para aquellos que se
atrevan a pasar por el lugar, los rastros de aquella terrible noche, las marcas
de esos dedos de pesadilla en las paredes de la cabaña y en muchos árboles del
lugar. Curiosamente, la hacienda del otro lado del río jamás se acerca a ese
recodo, y todos los hacheros, contratados a lo largo del tiempo para levantar
los álamos y los sauces, sin explicaciones razonables, terminaron nunca con el
trabajo.