– Hable, dijo con voz pastosa.
– Hola Emilio, soy Beto, buen
día, disculpa que te despierte pero salió un trabajo justo para vos, es
sencillo y te va a dejar buena plata...
Alberto era la
nueva pareja de su ex mujer, y todavía no había decidido si le molestaba
más que fuera tan amable con él o que disfrutara de su mujer como el
mismo no había podido.
– Decime de que se trata, me interesa, le respondió.
– Mirá, unos chinos compraron
la vieja mansión Vereen de la calle Calvario y quieren hacer un
relevamiento fotográfico para que los arquitectos decidan si la tiran
abajo o la reforman para poner un centro de compras.
– Es sencillo, para cuando lo querés...?
– Vení después de mediodía a la inmobiliaria y hablamos.
– Ok, ahí estaré.
Colgó el
teléfono y prendió un cigarrillo, pensativo, mientras encendía la radio.
La primera noticia que oyó fue que el Cardenal Bergoglio había sido
elegido nuevo Papa y ahora se nombraba Francisco.
– Vaya, vaya, pensó, quién hubiera dicho que tendríamos un Papa argentino...
Se levantó finalmente y se fue a duchar.
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Emilio Bousquet
había sido un fotógrafo de renombre, trabajó para varios medios
nacionales e internacionales y tuvo su máximo esplendor durante el
primer gobierno de Menem, cuando exponía sus trabajos en varias galerías
y publicaba libros de fotografía de la naturaleza. Era un experto en
vida salvaje y flora natural y además un pionero en la
macrofotografía... Desgraciadamente, con el advenimiento de la era
digital, donde cualquiera tenía una cámara de alta definición
incorporada a su celular y donde se podían editar fotos que antes
llevaban horas y horas de trabajo en el estudio, con simples programas
bajados de internet; los fotógrafos “de rollo” como era él, habían
declinado hasta casi desaparecer. Recordaba, empero, cuando había hecho
varias sesiones de fotos con el entonces Cardenal Primado de Buenos
Aires, el cura Bergoglio, que recordaba como una persona muy amable y
simpática. También había hecho fotografía “free lance”, e incluso cuando
su economía se iba a pique hasta había trabajado para algunos editores
de pornografía...
Luego de
separarse de Adriana, la cosa le había ido realmente mal, debiendo
vender la casa familiar y pasando a vivir en un pequeño mono ambiente
alquilado. Lo único que conservaba de su antigua gloria era una vieja
camioneta 4x4, la que a su ex no le interesaba, permitiéndole
conservarla.
Hoy día
sobrevivía haciendo fotografía social (algo que odiaba) y de vez en
cuando lo convocaban para cacerías de extranjeros que deseaban guardar
recuerdo fotográfico de sus lances cinegéticos. Y eso era todo. Con
cincuenta años encima ya no había mucho por hacer, así que luego de
almorzar frugalmente, partió en la camioneta, rumbo a la inmobiliaria de
Alberto
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La pareja de su
ex le dio las llaves de la mansión y le explicó brevemente lo que
deseaban los clientes chinos. Emilio apenas lo escuchaba mientras veía
sobre su escritorio las fotos de su mujer y sus hijos en el barco de
Alberto, sonriendo felices y plenos desde el rectángulo de papel.
Decidió ir a la
mañana siguiente para disponer de buena luz para el trabajo, por lo que
el resto del día lo pasó preparando sus equipos. En la noche repitió,
una vez más, la velada de whisky en soledad.
Llegó a la vieja
mansión Vereen pasadas las ocho y le sorprendió lo inmensa que era,
ocupaba más de media manzana y tenía salida a dos calles, el último
dueño del lugar era un descendiente de nobles franceses, que había
desaparecido durante la dictadura y del que se decía que era traficante
de armas, con contactos con guerrilleros argentinos, chilenos y
uruguayos. Desde entonces la casa se hallaba desocupada y había sido
saqueada varias veces.
Le costó abrir
el cancel y desde dentro lo recibió un fuerte olor a humedad. Lo primero
fue abrir los postigones de todas las ventanas para que la luz entrara
en el lugar. Todo estaba sucio y abandonado. Los excelentes pisos de
roble estaban cubiertos por una gruesa capa de polvo y las paredes
florecían en manchas de humedad; no había allí prácticamente muebles y
solo se veían algunas sillas y una mesa rota. Lo más probable es que los
chinos echaran abajo aquello, y quizá fuese lo mejor, pensó.
Estaba
terminando su trabajo cuando vio en una de las paredes una cruz de
madera con forma muy peculiar, hacía años que no veía una similar;
recordaba perfectamente que la única vez que había visto (y
fotografiado) una similar era en las ruinas del último bastión de los
cátaros en el castillo de Montségur, en el sur de Francia, donde
aquellos caballeros medievales habían sido exterminados.
Intrigado,
decidió descolgarla y llevársela, después de todo, todo el lugar sería
demolido y lo más probable es que alguien hiciera un fuego con aquella
cruz. Tomó una de las tres viejas sillas que
había allí y se subió a ella para alcanzar la cruz, luego de
descolgarla, una de las patas de la silla cedió y cayó al suelo
estrepitosamente, ensuciándose con el polvo del piso. Maldijo por lo
bajo y se incorporó, sacudiéndose la suciedad. Cuando trató de enderezar
la silla, notó que en un doble fondo de su respaldo sobresalía una
especie de sobre o bolsa de plástico. Con su navaja terminó de romper el
respaldo y sacó la bolsa, ésta era pesada y contenía, al parecer,
varias cosas. Llevó la bolsa al antiguo comedor, donde sobre la mesa
rota volcó el contenido.
No podía dar
crédito a lo que veía, había allí un grueso fajo de dólares, una pistola
Luger P08 Parabellum y una libreta Moleskine de tapas de hule negro de
las que viera solo en su infancia.
Sin pérdida de
tiempo guardó todo nuevamente en su bolsa plástica y ésta dentro de su
bolso de fotografía... el destino le había dado un bono extra y se
sentía feliz por ello.
Terminó su trabajo, cerró la casa y se dirigió a la inmobiliaria.
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Entregó las
llaves de la mansión y prometió llevar las fotos impresas y editadas a
la mañana siguiente al estudio de los arquitectos encargados del
proyecto. Ni siquiera contó el dinero que le diera Alberto por el
trabajo, su mente estaba en el fajo de dólares que hallara en la silla
rota.
Una vez en el
departamento sacó con cuidado las cosas de la bolsa plástica. La pistola
estaba cargada, pero él era aficionado al tiro, así que sabía cómo
descargarla, la misma estaba en excelentes condiciones. Miró la libreta
con apuro, pero obligándose a pasear las hojas, para estirar un poco más
la emoción de ver cuántos dólares le había regalado la fortuna.
Sin embargo algo
en aquella libreta le llamó la atención... estaba escrita en francés.
Idioma que el dominaba, por haberlo aprendido de sus abuelos de ese
origen, leyó algunas partes y otras no las comprendía demasiado, pero ya
habría tiempo de ver de qué se trataba. Llegó el recuento del dinero.
Había allí quince mil dólares, que en ese momento de su vida, eran algo así como un regalo del cielo.
Esa noche cenó
en un buen restaurante junto a Valeria, una amiga que compartía su
soledad y que le alegraba el cuerpo un par de veces a la semana. Luego
de la cena y de un encuentro sexual prolongado volvió a su departamento.
No sentía sueño así que decidió traducir el contenido de la libreta.
Lo que leyó allí no le permitió conciliar el sueño durante toda la noche.
La libreta
pertenecía al francés dueño de la casa, en la misma se detallaban los
negocios que hacía con los diferentes grupos guerrilleros como los
Tupamaros uruguayos o los de ERP en argentina, también había detalles
del tráfico de metralletas chinas con gente de Allende en Chile y los
pasos de frontera que usaban para esos menesteres. Pero lo que había
llamado la atención de Emilio era la descripción detallada de un envío
de mejicanos de oro que el francés pensaba enviar a Chile, porque sabía
que sus días en Argentina estaban contados. Eran quinientos mejicanos de
oro, mas una caja conteniendo una reliquia familiar que tenía
escondidos en Capilla del Monte, en la provincia de Córdoba, y que había
llevado a Neuquén, con el objeto de pasarlos a Chile, para seguir
operando bajo la protección de gente de Salvador Allende.
El diario del
francés daba cuenta que la avioneta que había despachado desde Lonco
Luan, al norte de Aluminé, para hacer el cruce por el paso de Icalma se
había perdido una hora después de decolar y que no tenía noticias de la
carga desde entonces.
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La cabeza de
Emilio hervía de codicia.... quinientos mejicanos de oro equivalían
actualmente a un millón de dólares, que quizá aún estuviesen allí, en
algún lugar entre el extremo norte del lago Moquehue y la frontera con
Chile. En la libreta del francés se consignaba que el vuelo era ilegal y
no informado a las autoridades y que tres meses de búsqueda habían sido
infructuosos. Tenía la matrícula de la aeronave, LV-INRI y que era un
Piper PA 11.
Si ese oro estaba allí, él lo encontraría.
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Lo primero que
hizo fue recurrir a sus viejos contactos en diarios y revistas para
averiguar mas sobre el francés, también contactó con cazadores de la
zona de Aluminé que conocía de sus tiempos de fotógrafo de revistas de
caza para averiguar sobre aquella avioneta, la que era evidente que
pertenecía a alguien de la zona. Luego quiso saber sobre la forma de
canjear los mejicanos de oro, en caso de hallarlos.
Lo que no
imaginaba Emilio era que uno de sus mails, el que tenía la matrícula de
la aeronave, había disparado una alarma en un centro de inteligencia de
un lugar desconocido, el que a partir de ese momento, comenzó a
monitorear todas las comunicaciones de Emilio, incluso dos días después,
hasta su celular estaba intervenido.
Quince días le
tomó reunir toda la información que necesitaba, incluso consiguió que
Valeria, una ex policía aeronáutica, que tenía contactos en la fuerza
aérea, le trajera varios mapas de tráfico aéreo del paso de Icalma y
datos meteorológicos comunes a la época de la desaparición del avión y
su carga.
Emilio Bousquet
era un hombre inteligente que estaba dispuesto a hallar la aguja en el
pajar. Una pequeña avioneta con un millón de dólares en oro estaba en
algún lugar de esos bosques y él la hallaría.
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Los primeros día
de septiembre canceló todos sus compromisos, preparó su equipo de
campamento, comida para dos semanas, y en la vieja 4x4 partió hacia
Neuquén.
Se hospedó en
una estancia de Ñorquinco donde tenía un amigo que lo conectó con gente
del aeroclub que le podía dar noticias de lo que buscaba. Trataba de no
llamar la atención sobre el verdadero propósito de su búsqueda, pero
quería saber sobre la aeronave, y principalmente, sobre su dueño.
Su pesquisa lo llevo frente a Gregoria Salas, nada menos que la viuda del piloto.
– Mi marido siempre anduvo en
cosas raras... yo le decía que se dejara de contrabandear pero no me
hacía caso, yo sabía que algún día los militares chilenos lo bajarían,
él siempre volaba de noche, y eso me daba miedo..
– Tiene idea de que llevaba en ese último viaje?, le preguntó con aire inocente el porteño.
– Qué sé yo... el siempre
llevaba cigarrillos, whisky y en aquella época también cajas pesadas que
le traía un francés que no me gustaba nada...
Por alguna razón, aquella mujer le contaba esas cosa a Emilio sin desconfianza, quizá por ser amigo del estanciero...
Le agradeció la información y cuando se incorporaba, la mujer le dijo:
– Tenga cuidado, porteño... en aquella época gente peligrosa andaba preguntando lo mismo que usted y nunca volvieron del bosque...
Aquellas palabras erizaron por un momento los cabellos de la nuca de Emilio.
Se despidió de
su amigo estanciero y se dirigió al lago Moquehue, sin sospechar que
otra camioneta con tres personas seguía con gran detenimiento sus pasos.
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En el poblado
del Mallín de Icalma alquiló una pequeña lancha por dos semanas y se
dirigió al norte del lago, justo a las puertas del paso de Icalma, el
que usara el piloto en sus vuelos clandestinos. Desembarcó su equipo en
la orilla norte del lago y fondeó la lancha en un pequeño ancón al
abrigo del viento.
Las palabras de
la mujer volvían una y otra vez a su cabeza, por lo que decidió preparar
su arma, una Glock 19 que siempre lo acompañaba en el bosque, y que
colocó en su cinturón.
Buscó un viejo refugio que figuraba en sus mapas y que sería la base desde donde comenzaría la búsqueda.
A la luz de una
lámpara de querosén, revisó una y otra vez los mapas tratando de
adivinar cuál sería la ruta que eligiera el piloto perdido.
Finalmente
decidió cortar el paso como si fuera un pastel y recorrer una porción
por vez, revisando cada quebrada, cada valle, cada depresión, tratando
de hallar las alas plateadas del avión.
Mientras él
recorría el bosque, otra lancha atracaba en aquella playa, y tres
hombres de aspecto siniestro establecían un campamento en un lugar
oculto cercano. Los tres llevaban armas largas y no eran precisamente
cazadores. Al menos no de animales.
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Los
días pasaban y el ánimo de Emilio decaía, los días en el bosque se
hacían monótonos y la rutina de cocinar, caminar todo el día atento a
cada detalle lo hastiaba... pensaba si aquello valía la pena, y si no
estaba desperdiciando parte de los dólares que había encontrado en
aquella aventura; sin embargo algo dentro de él le decía que, de algún
modo, todo cuanto había hecho en la vida lo conducía a ese lugar y ese
momento. No podía explicar la sensación que sentía, pero siempre
terminaba pensando que aquello era lo que debía hacer, que él
encontraría ese oro y se reivindicaría con la vida y consigo mismo, y
que tal vez pudiera comprar un barco más grande que el de Alberto en el
que sus hijos sonrieran felices mientras él los fotografiaba...
En la noche del séptimo día, algo aconteció.
Estaba durmiendo
dentro de su carpa cuando sintió claramente la presencia de alguien
afuera de la misma. Sigilosamente tomo la pistola y se preparó para lo
inesperado... lo que sea que estuviera ahí afuera estaba caminando
alrededor de la carpa.
Con sumo cuidado abrió un poco el cierre de la puerta, lo suficiente como para poder espiar hacia afuera.
El corazón se le
detuvo de espanto al ver una inmensa figura de casi dos metros de alto,
completamente cubierta de pelos que miraba la carpa con gesto feroz...
Cuando enfilaba
el cañón del arma hacia esa cosa, alguien silbó desde una pequeña
quebrada y el ser aquel corrió en dirección al sonido.
Emilio salió de la carpa y miraba aterrorizado a todas partes sin ver nada.
Era suficiente,
decidió que los quince mil dólares que había encontrado eran bastante...
no quería arriesgarse más, desarmó el campamento y arma en mano tomó el
camino de regreso al lago con el propósito de volver a Buenos Aires...
aquello que había visto no era normal y sin duda él jamás había visto ni
oído de algo así, pero no quería quedarse a saber más.
Justo cuando
subía un repecho que había atravesado tres día antes notó algo que no
había visto en ese momento: el bosque de lengas tenía, visto desde allí,
una altura uniforme, pero había una franja de unos cinco, quizá siete
metros de ancho, donde los árboles eran mucho más bajos y la misma se
extendía por unos cuarenta y cinco metros. Justo al final de esa franja
algo brillaba.
Sacó los
binoculares para ver y el corazón pareció darle un vuelco. La
inconfundible silueta del plano de cola de un avión brillaba entre las
ramas.
Se dirigió hacia
allí con precaución, con la mente siempre recordando la cosa de la
noche anterior, así que con el arma en la diestra llego al fondo del
barranco.
Allí estaban los
restos de la avioneta y su piloto. Verificó la matrícula; LV-INRI, no
cabía en sí de la alegría, estaba frente a lo que vino a buscar.
El avión no
estaba demasiado estropeado, solo sus alas estaban destrozadas, la
cabina y el resto del fuselaje estaba intacto, dentro, se veían los
restos esqueléticos del piloto aún en su asiento con una gorra y los
auriculares puestos. Con el machete forzó una de las puertas y abrió la
cabina, con cuidado sacó el cuerpo, que colocó a un costado y entró.
Había allí
varias cajas, las fue abriendo una a una, en dos de ellas habían
carabinas M1 americanas, en otra paquetes de cigarrillos franceses y en
las dos últimas, dos cajas de metal con cerraduras, una de ellas
bastante pesada, también el bolso del piloto, con una botella de licor y
una pistola calibre .45.
Sacó las cajas con cerradura y las forzó.
Sus ojos se
salieron de las orbitas al ver las brillantes monedas de oro, en una de
las cajas estaban los mejicanos de oro. Quinientos de ellos.
Sin perder
tiempo los colocó en su mochila, dejando allí, parte del equipo y los
alimentos que ya no necesitaría. Luego abrió la otra caja.
Lo que encontró lo llenó de intriga.
Era una
antiquísima copa de madera, como de medio litro de capacidad,
construida, probablemente por su color, de cedro del Líbano, con una
solo adorno, un aro de cobre de unos siete centímetros de ancho a mitad
de la parte superior y que tenía tallado un sencillo esquema de un pez.
Aquel objeto no parecía valer gran cosa, sin embargo estaba envuelto con
gran delicadeza en un paño de seda y la caja tenía moldeada exactamente
su silueta, que la contenía a la perfección.
Al tenerla en sus manos sintió una paz extraña, una sensación que jamás había sentido, algo que le decía que aquella copa quizá era más valiosa que los mejicanos de oro y los dólares.
Al tenerla en sus manos sintió una paz extraña, una sensación que jamás había sentido, algo que le decía que aquella copa quizá era más valiosa que los mejicanos de oro y los dólares.
La envolvió en la seda y con gran cuidado la puso también en la mochila.
Cuando estaba
por irse miró el cuerpo del piloto. No podía irse dejándolo así, sin
embargo la tarde caía rápido y si no apuraba no llegaría a la orilla del
lago de día.
Decidió que no
importaba. Con un trozo de metal del avión y a modo de pala cavó una
fosa como de medio metro de profundidad, colocó allí el cuerpo, sacó
antes la billetera y una cadena de oro con una pequeña cruz que llevaba y
que pensaba llevarle a la viuda.
Lo cubrió de
tierra y con los restos de la hélice fabricó una sencilla cruz. Las
primeras sombras de la noche llegaban ya y decidió dormir en la cabina
del avión, ante la eventualidad de que ese ser de la noche anterior
volviese.
No tardó en dormirse y soñó que navegaba con sus hijos en un bello velero amarillo en un mar tranquilo y azul.
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La mañana siguiente recogió sus cosas y emprendió el regreso.
Al llegar a la pequeña bahía donde dejara la lancha se encontró con tres hombres armados que lo esperaban.
No le dieron
tiempo a sacar su pistola ni a intentar ninguna defensa, simplemente uno
de ellos le golpeó la cabeza con su arma y perdió el conocimiento.
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Cuando abrió los
ojos era ya media tarde... estaba aferrado a la mochila con las monedas
y la copa... sin comprender, se levantó con dificultad y un gran dolor
de cabeza. Al mirar en derredor, vio gran cantidad de vainas servidas y
uno de los fusiles automáticos de los hombres que lo golpearan, partido
en el suelo como si le hubiese estallado una granada encima. Una
sensación extraña de zozobra le fue ganando; algo terrible había
ocurrido allí mientras estaba inconsciente. Desde luego se había
producido un gran tiroteo, las vainas desparramadas por doquier lo
atestiguaban, pero... que había pasado.?
Una más prolija
revisión de los alrededores le permitió hallar otro de los fusiles y más
arriba de la quebrada, algo macabro... había allí un brazo cuya mano
aún aferraba una pistola.
Algo explotó en
su cabeza haciéndole comprender. Esa gente, sin duda se había topado con
el ser (o varios de ellos) de la otra noche, y habían terminado mal.
Pero no lograba entender por qué a él no lo habían atacado, quizá el
estar inconsciente lo protegió o quizá otra cosa... de pronto recordó la
copa y lo que había sentido al tenerla en las manos y entendió que
quizá ella lo había protegido. En todo caso no pensaba quedarse a
averiguarlo.
Volvió a la
bahía y sin más pérdida de tiempo abordó la lancha e inició el cruce del
lago. Mientras se alejaba de la costa oyó un sinnúmero de sonidos
extraños, semejantes a aullidos que surgían de lo profundo del bosque y
vio entre los árboles brillantes ojos amarillos que lo observaban
alejarse...
Llegó al mallín
en el crepúsculo. Había vuelto una semana antes de lo previsto así que
no lo esperaban. Fue a la guardería y devolvió la lancha.
– Que pronto volvió, amigo, le dijo el dueño.
– Así es, por suerte terminé el trabajo antes de lo previsto, así que aproveché.
Había mentido que estaba allí para fotografiar ciertas especies vegetales propias de la región.
– Sabe algo?, una día después que usted partió al norte, unos tipos me alquilaron otra lancha y fueron a la misma zona, los vio?
– La verdad que no, porque estuve siempre en el bosque... sabe a que vinieron?
– Dijeron que a cazar, pero
las armas que llevaban parecían de guerra, para mí que son espías o algo
así, vinieron en esa camioneta negra que está allá, dijo señalando una
Chrysler RAM Line negra, me tome el trabajo de buscar la patente en
internet y no figura... para mí que es falsa, por suerte me pagaron un
buen reaseguro, igual espero que vuelvan.
– Estarán cazando por ahí seguramente, le respondió, pensando que el buen hombre jamás los volvería a ver.
Se despidió y subiendo a la camioneta partió hacia Aluminé, donde se registro en un Motel de la ruta para descansar.
Casi no pudo
dormir pensando en las cosas que le habían cambiado tanto la vida en los
últimos días, así que tomo un par de píldoras y pudo entonces dormir.
En la mañana
pidió que le llevaran el desayuno a la cama y llamó a Valeria para
avisarle que volvería antes de lo previsto. En ese momento un
desvencijado Renault 4 L blanco paraba en la puerta de su habitación en
el motel.
Asustado, preparó la Glock, corriendo una bala en la recámara. Justo cuando golpeaban a la puerta.
– Quién es?, preguntó asustado.
– Jorge, abrime por favor, Emilio
La voz le era familiar, pero se negaba a creer a quien pertenecía.
Al abrir la
puerta, un hombre mayor, con anteojos y vestido con un pantalón negro y
camisa con cuello de sacerdote estaba frente a él.
– Su Santidad...?, pero, cómo...?
Las palabras le
salían entrecortadas, no podía dar crédito a sus ojos, Jorge Bergoglio,
el mismísimo Papa Francisco estaba parado frente a él.
– Me imagino que te estarás
haciendo muchas preguntas... pero si me cebás unos buenos mates, con
gusto te las responderé, allá en el Vaticano, no consigo nadie que cebe
un mate como la gente. Le decía con un brillo pícaro en los ojos.
– Pe.. pero..., las palabras se le cortaban en la garganta.
Luego de un rato Emilio logró serenarse y más tarde, mate de por medio, Francisco le dio una explicación:
– Verás, desde que en un
e-mail anotaste la matricula de la aeronave que encontraste, un grupo de
enemigos de la Iglesia está detrás tuyo, y nosotros detrás de ellos...
en ese avión viajaba uno de los máximos símbolos de la cristiandad, algo
que contuvo, ni más ni menos que la alianza de los cielos con los
hombres. Esa copa que encontraste fue hecha por un carpintero hace más
de dos mil años y se usó en la última comida que hizo con sus amigos...
antes de ser crucificado. Esa copa es el Santo Grial. Es por eso que
viajé de incógnito, solo si escuchabas de mi boca la explicación
entenderías su importancia, estoy en el convento de las Carmelitas de
Aluminé, que depende de los jesuitas, mi congragación. Vine a buscar, si
es que decidís dármelo, este símbolo para llevarlo a lugar seguro.
– Pero... por que es tan importante esta copa de madera...? preguntó Emilio.
– La tradición dice que quien
beba de ella estará bebiendo la sangre del Señor, con los dones y
poderes que ello conlleva.... creemos que nadie está capacitado para
eso, salvo aquellos que el Señor eligió aquella noche.
Emilio tardaba
en procesar tanta información, la cabeza le daba vueltas y vueltas... ni
en sus sueños más bizarros hubiera imaginado estar tomando mates en un
motel de Aluminé con el Papa mientras en una bolsa tenía nada menos que
el Santo Grial.
Aquello era demasiado para él.
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– Hay algo mas, solo en vos
está la decisión de entregarlo a la Iglesia, ya que fuiste elegido para
hallarlo, muy pocos en el mundo han recibido semejante Don.
– Pero, por que yo?, si no tengo nada de especial....
– Durante las cruzadas, el
Grial fue rescatado por caballeros franceses, algunos de ellos eran
Templarios, que debieron refugiarse con los Cátaros, los que finalmente
fueron exterminados por el mismo grupo que te seguía... a propósito, que
fue del trío que mandaron detrás tuyo?
– Algo monstruoso pasó allá arriba, unos seres extraños, gigantes peludos de ojos amarillos los destrozaron, no se mucho mas...
– Dios reciba sus almas,
murmuró su Santidad por lo bajo. Ya veo, los caminos del Señor son
extraños, serán los seres Alma de los que hablan por estos lugares, sin
duda el Grial debe haberte protegido.
– Eso creo, pero sigo sin entender, por que yo...?
– Porque
al igual que el dueño de la mansión Vereen, sos descendiente directo de
uno de los nueve caballeros fundadores de la Orden del Templo, de los
Templarios... tu antepasado fue Jacques de Rossal, el del otro francés,
Hugo de Payns.
– Dios mío... alcanzó a balbucear Emilio, abrumado ante tanta información.
– Lo que más extraño en el
Vaticano, son los buenos asados... le respondió Francisco para cortar la
angustia de Emilio, que lo miró primero sin entender y luego dibujó una
sonrisa.
– Desde luego, la copa se va con usted, su Santidad, le dijo el fotógrafo.
– Me imaginé que teniendo sangre noble en las venas, nobles serían tus acciones.....
– Y con los mejicanos de oro...?, que hago...?
– El carpintero que hizo esa
copa dijo una vez, “Dad al César lo que es del César”, así que no creo
que se enoje si se lo das de la manera que más te guste, le contestó con
una sonrisa y un guiño Francisco.
Después de una
larga charla, Emilio le entregó solemnemente la copa, luego de besarla;
Francisco se subió al viejo Renault y partió hacia el convento.
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Tres meses después sucedieron dos cosas...
En
el Río de la Plata, un flamante velero color amarillo, que lucía en una
de sus velas una rara cruz cátara, era conducido por un feliz padre,
que no se cansaba de fotografiar a sus sonrientes hijos, mientras
agradecía a los cielos aquellas sonrisas...
En las
catacumbas de la catedral de San Pedro, en Roma, una vieja copa de
madera con la figura de un pez grabada a mano en un costado, era
colocada en la tumba de uno de los que bebieron de ella en la noche de
la última cena. A final del camino, Pedro seguiría custodiando la
Alianza de los hombres con los Cielos.