miércoles, 25 de septiembre de 2013

La Copa de Madera

El sonido le martillaba los oídos. La velada de whisky de la noche anterior no le dejaba decidir si se trataba del teléfono o del despertador, se decidió por lo segundo y erró. Luego de algunos manotazos levantó el tubo y contestó:
                    Hable, dijo con voz pastosa.
                    Hola Emilio, soy Beto, buen día, disculpa que te despierte pero salió un trabajo justo para vos, es sencillo y te va a dejar buena plata...
Alberto era la nueva pareja de su ex mujer, y todavía no había decidido si le molestaba más que fuera tan amable con él o que disfrutara de su mujer como el mismo no había podido.
                    Decime de que se trata, me interesa, le respondió.
                    Mirá, unos chinos compraron la vieja mansión Vereen de la calle Calvario y quieren hacer un relevamiento fotográfico para que los arquitectos decidan si la tiran abajo o la reforman para poner un centro de compras.
                    Es sencillo, para cuando lo querés...?
                    Vení después de mediodía a la inmobiliaria y hablamos.
                    Ok, ahí estaré.
Colgó el teléfono y prendió un cigarrillo, pensativo, mientras encendía la radio. La primera noticia que oyó fue que el Cardenal Bergoglio había sido elegido nuevo Papa y ahora se nombraba Francisco.
                    Vaya, vaya, pensó, quién hubiera dicho que tendríamos un Papa argentino...
Se levantó finalmente y se fue a duchar.
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Emilio Bousquet había sido un fotógrafo de renombre, trabajó para varios medios nacionales e internacionales y tuvo su máximo esplendor durante el primer gobierno de Menem, cuando exponía sus trabajos en varias galerías y publicaba libros de fotografía de la naturaleza. Era un experto en vida salvaje y flora natural y además un pionero en la macrofotografía... Desgraciadamente, con el advenimiento de la era digital, donde cualquiera tenía una cámara de alta definición incorporada a su celular y donde se podían editar fotos que antes llevaban horas y horas de trabajo en el estudio, con simples programas bajados de internet; los fotógrafos “de rollo” como era él, habían declinado hasta casi desaparecer. Recordaba, empero, cuando había hecho varias sesiones de fotos con el entonces Cardenal Primado de Buenos Aires, el cura Bergoglio, que recordaba como una persona muy amable y simpática. También había hecho fotografía “free lance”, e incluso cuando su economía se iba a pique hasta había trabajado para algunos editores de pornografía...
Luego de separarse de Adriana, la cosa le había ido realmente mal, debiendo vender la casa familiar y pasando a vivir en un pequeño mono ambiente alquilado. Lo único que conservaba de su antigua gloria era una vieja camioneta 4x4, la que a su ex no le interesaba, permitiéndole conservarla.
Hoy día sobrevivía haciendo fotografía social (algo que odiaba) y de vez en cuando lo convocaban para cacerías de extranjeros que deseaban guardar recuerdo fotográfico de sus lances cinegéticos. Y eso era todo. Con cincuenta años encima ya no había mucho por hacer, así que luego de almorzar frugalmente, partió en la camioneta, rumbo a la inmobiliaria de Alberto
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La pareja de su ex le dio las llaves de la mansión y le explicó brevemente lo que deseaban los clientes chinos. Emilio apenas lo escuchaba mientras veía sobre su escritorio las fotos de su mujer y sus hijos en el barco de Alberto, sonriendo felices y plenos desde el rectángulo de papel.
Decidió ir a la mañana siguiente para disponer de buena luz para el trabajo, por lo que el resto del día lo pasó preparando sus equipos. En la noche repitió, una vez más, la velada de whisky en soledad.
Llegó a la vieja mansión Vereen pasadas las ocho y le sorprendió lo inmensa que era, ocupaba más de media manzana y tenía salida a dos calles, el último dueño del lugar era un descendiente de nobles franceses, que había desaparecido durante la dictadura y del que se decía que era traficante de armas, con contactos con guerrilleros argentinos, chilenos y uruguayos. Desde entonces la casa se hallaba desocupada y había sido saqueada varias veces.
Le costó abrir el cancel y desde dentro lo recibió un fuerte olor a humedad. Lo primero fue abrir los postigones de todas las ventanas para que la luz entrara en el lugar. Todo estaba sucio y abandonado. Los excelentes pisos de roble estaban cubiertos por una gruesa capa de polvo y las paredes florecían en manchas de humedad; no había allí prácticamente muebles y solo se veían algunas sillas y una mesa rota. Lo más probable es que los chinos echaran abajo aquello, y quizá fuese lo mejor, pensó.
Estaba terminando su trabajo cuando vio en una de las paredes una cruz de madera con forma muy peculiar, hacía años que no veía una similar; recordaba perfectamente que la única vez que había visto (y fotografiado) una similar era en las ruinas del último bastión de los cátaros en el castillo de Montségur, en el sur de Francia, donde aquellos caballeros medievales habían sido exterminados.


                                          
Intrigado, decidió descolgarla y llevársela, después de todo, todo el lugar sería demolido y lo más probable es que alguien hiciera un fuego con aquella cruz. Tomó una de las tres viejas sillas  que había allí y se subió a ella para alcanzar la cruz, luego de descolgarla, una de las patas de la silla cedió y cayó al suelo estrepitosamente, ensuciándose con el polvo del piso. Maldijo por lo bajo y se incorporó, sacudiéndose la suciedad. Cuando trató de enderezar la silla, notó que en un doble fondo de su respaldo sobresalía una especie de sobre o bolsa de plástico. Con su navaja terminó de romper el respaldo y sacó la bolsa, ésta era pesada y contenía, al parecer, varias cosas. Llevó la bolsa al antiguo comedor, donde sobre la mesa rota volcó el contenido.
No podía dar crédito a lo que veía, había allí un grueso fajo de dólares, una pistola Luger P08 Parabellum y una libreta Moleskine de tapas de hule negro de las que viera solo en su infancia.


                       


Sin pérdida de tiempo guardó todo nuevamente en su bolsa plástica y ésta dentro de su bolso de fotografía... el destino le había dado un bono extra y se sentía feliz por ello.
Terminó su trabajo, cerró la casa y se dirigió a la inmobiliaria.
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Entregó las llaves de la mansión y prometió llevar las fotos impresas y editadas a la mañana siguiente al estudio de los arquitectos encargados del proyecto. Ni siquiera contó el dinero que le diera Alberto por el trabajo, su mente estaba en el fajo de dólares que hallara en la silla rota.
Una vez en el departamento sacó con cuidado las cosas de la bolsa plástica. La pistola estaba cargada, pero él era aficionado al tiro, así que sabía cómo descargarla, la misma estaba en excelentes condiciones. Miró la libreta con apuro, pero obligándose a pasear las hojas, para estirar un poco más la emoción de ver cuántos dólares le había regalado la fortuna.
Sin embargo algo en aquella libreta le llamó la atención... estaba escrita en francés. Idioma que el dominaba, por haberlo aprendido de sus abuelos de ese origen, leyó algunas partes y otras no las comprendía demasiado, pero ya habría tiempo de ver de qué se trataba. Llegó el recuento del dinero.
Había allí quince mil dólares, que en ese momento de su vida, eran algo así como un regalo del cielo.
Esa noche cenó en un buen restaurante junto a Valeria, una amiga que compartía su soledad y que le alegraba el cuerpo un par de veces a la semana. Luego de la cena y de un encuentro sexual prolongado volvió a su departamento. No sentía sueño así que decidió traducir el contenido de la libreta.
Lo que leyó allí no le permitió conciliar el sueño durante toda la noche.
La libreta pertenecía al francés dueño de la casa, en la misma se detallaban los negocios que hacía con los diferentes grupos guerrilleros como los Tupamaros uruguayos o los de ERP en argentina, también había detalles del tráfico de metralletas chinas con gente de Allende en Chile y los pasos de frontera que usaban para esos menesteres. Pero lo que había llamado la atención de Emilio era la descripción detallada de un envío de mejicanos de oro que el francés pensaba enviar a Chile, porque sabía que sus días en Argentina estaban contados. Eran quinientos mejicanos de oro, mas una caja conteniendo una reliquia familiar que tenía escondidos en Capilla del Monte, en la provincia de Córdoba, y que había llevado a Neuquén, con el objeto de pasarlos a Chile, para seguir operando bajo la protección de gente de Salvador Allende.


                               

El diario del francés daba cuenta que la avioneta que había despachado desde Lonco Luan, al norte de Aluminé, para hacer el cruce por el paso de Icalma se había perdido una hora después de decolar y que no tenía noticias de la carga desde entonces.
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La cabeza de Emilio hervía de codicia.... quinientos mejicanos de oro equivalían actualmente a un millón de dólares, que quizá aún estuviesen allí, en algún lugar entre el extremo norte del lago Moquehue y la frontera con Chile. En la libreta del francés se consignaba que el vuelo era ilegal y no informado a las autoridades y que tres meses de búsqueda habían sido infructuosos. Tenía la matrícula de la aeronave, LV-INRI y que era un Piper PA 11.
Si ese oro estaba allí, él lo encontraría.


                              

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Lo primero que hizo fue recurrir a sus viejos contactos en diarios y revistas para averiguar mas sobre el francés, también contactó con cazadores de la zona de Aluminé que conocía de sus tiempos de fotógrafo de revistas de caza para averiguar sobre aquella avioneta, la que era evidente que pertenecía a alguien de la zona. Luego quiso saber sobre la forma de canjear los mejicanos de oro, en caso de hallarlos.
Lo que no imaginaba Emilio era que uno de sus mails, el que tenía la matrícula de la aeronave, había disparado una alarma en un centro de inteligencia de un lugar desconocido, el que a partir de ese momento, comenzó a monitorear todas las comunicaciones de Emilio, incluso dos días después, hasta su celular estaba intervenido.
Quince días le tomó reunir toda la información que necesitaba, incluso consiguió que Valeria, una ex policía aeronáutica, que tenía contactos en la fuerza aérea, le trajera varios mapas de tráfico aéreo del paso de Icalma y datos meteorológicos comunes a la época de la desaparición del avión y su carga.
Emilio Bousquet era un hombre inteligente que estaba dispuesto a hallar la aguja en el pajar. Una pequeña avioneta con un millón de dólares en oro estaba en algún lugar de esos bosques y él la hallaría.
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Los primeros día de septiembre canceló todos sus compromisos, preparó su equipo de campamento, comida para dos semanas, y en la vieja 4x4 partió hacia Neuquén.
Se hospedó en una estancia de Ñorquinco donde tenía un amigo que lo conectó con gente del aeroclub que le podía dar noticias de lo que buscaba. Trataba de no llamar la atención sobre el verdadero propósito de su búsqueda, pero quería saber sobre la aeronave, y principalmente, sobre su dueño.
Su pesquisa lo llevo frente a Gregoria Salas, nada menos que la viuda del piloto.
                    Mi marido siempre anduvo en cosas raras... yo le decía que se dejara de contrabandear pero no me hacía caso, yo sabía que algún día los militares chilenos lo bajarían, él siempre volaba de noche, y eso me daba miedo..
                    Tiene idea de que llevaba en ese último viaje?, le preguntó con aire inocente el porteño.
                    Qué sé yo... el siempre llevaba cigarrillos, whisky y en aquella época también cajas pesadas que le traía un francés que no me gustaba nada...
Por alguna razón, aquella mujer le contaba esas cosa a Emilio sin desconfianza, quizá por ser amigo del estanciero...
Le agradeció la información y cuando se incorporaba, la mujer le dijo:
                    Tenga cuidado, porteño... en aquella época gente peligrosa andaba preguntando lo mismo que usted y nunca volvieron del bosque...
Aquellas palabras erizaron por un momento los cabellos de la nuca de Emilio.
Se despidió de su amigo estanciero y se dirigió al lago Moquehue, sin sospechar que otra camioneta con tres personas seguía con gran detenimiento sus pasos.
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En el poblado del Mallín de Icalma alquiló una pequeña lancha por dos semanas y se dirigió al norte del lago, justo a las puertas del paso de Icalma, el que usara el piloto en sus vuelos clandestinos. Desembarcó su equipo en la orilla norte del lago y fondeó la lancha en un pequeño ancón al abrigo del viento.
Las palabras de la mujer volvían una y otra vez a su cabeza, por lo que decidió preparar su arma, una Glock 19 que siempre lo acompañaba en el bosque, y que colocó en su cinturón.
Buscó un viejo refugio que figuraba en sus mapas y que sería la base desde donde comenzaría la búsqueda.


                                           

A la luz de una lámpara de querosén, revisó una y otra vez los mapas tratando de adivinar cuál sería la ruta que eligiera el piloto perdido.
Finalmente decidió cortar el paso como si fuera un pastel y recorrer una porción por vez, revisando cada quebrada, cada valle, cada depresión, tratando de hallar las alas plateadas del avión.
Mientras él recorría el bosque, otra lancha atracaba en aquella playa, y tres hombres de aspecto siniestro establecían un campamento en un lugar oculto cercano. Los tres llevaban armas largas y no eran precisamente cazadores. Al menos no de animales.
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 Los días pasaban y el ánimo de Emilio decaía, los días en el bosque se hacían monótonos y la rutina de cocinar, caminar todo el día atento a cada detalle lo hastiaba... pensaba si aquello valía la pena, y si no estaba desperdiciando parte de los dólares que había encontrado en aquella aventura; sin embargo algo dentro de él le decía que, de algún modo, todo cuanto había hecho en la vida lo conducía a ese lugar y ese momento. No podía explicar la sensación que sentía, pero siempre terminaba pensando que aquello era lo que debía hacer, que él encontraría ese oro y se reivindicaría con la vida y consigo mismo, y que tal vez pudiera comprar un barco más grande que el de Alberto en el que sus hijos sonrieran felices mientras él los fotografiaba...
En la noche del séptimo día, algo aconteció.
Estaba durmiendo dentro de su carpa cuando sintió claramente la presencia de alguien afuera de la misma. Sigilosamente tomo la pistola y se preparó para lo inesperado... lo que sea que estuviera ahí afuera estaba caminando alrededor de la carpa.
Con sumo cuidado abrió un poco el cierre de la puerta, lo suficiente como para poder espiar hacia afuera.
El corazón se le detuvo de espanto al ver una inmensa figura de casi dos metros de alto, completamente cubierta de pelos que miraba la carpa con gesto feroz...
Cuando enfilaba el cañón del arma hacia esa cosa, alguien silbó desde una pequeña quebrada y el ser aquel corrió en dirección al sonido.
Emilio salió de la carpa y miraba aterrorizado a todas partes sin ver nada.
Era suficiente, decidió que los quince mil dólares que había encontrado eran bastante... no quería arriesgarse más, desarmó el campamento y arma en mano tomó el camino de regreso al lago con el propósito de volver a Buenos Aires... aquello que había visto no era normal y sin duda él jamás había visto ni oído de algo así, pero no quería quedarse a saber más.
Justo cuando subía un repecho que había atravesado tres día antes notó algo que no había visto en ese momento: el bosque de lengas tenía, visto desde allí, una altura uniforme, pero había una franja de unos cinco, quizá siete metros de ancho, donde los árboles eran mucho más bajos y la misma se extendía por unos cuarenta y cinco metros. Justo al final de esa franja algo brillaba.
Sacó los binoculares para ver y el corazón pareció darle un vuelco. La inconfundible silueta del plano de cola de un avión brillaba entre las ramas.
Se dirigió hacia allí con precaución, con la mente siempre recordando la cosa de la noche anterior, así que con el arma en la diestra llego al fondo del barranco.
Allí estaban los restos de la avioneta y su piloto. Verificó la matrícula; LV-INRI, no cabía en sí de la alegría, estaba frente a lo que vino a buscar.
El avión no estaba demasiado estropeado, solo sus alas estaban destrozadas, la cabina y el resto del fuselaje estaba intacto, dentro, se veían los restos esqueléticos del piloto aún en su asiento con una gorra y los auriculares puestos. Con el machete forzó una de las puertas y abrió la cabina, con cuidado sacó el cuerpo, que colocó a un costado y entró.
Había allí varias cajas, las fue abriendo una a una, en dos de ellas habían carabinas M1 americanas, en otra paquetes de cigarrillos franceses y en las dos últimas, dos cajas de metal con cerraduras, una de ellas bastante pesada, también el bolso del piloto, con una botella de licor y una pistola calibre .45.
Sacó las cajas con cerradura y las forzó.
Sus ojos se salieron de las orbitas al ver las brillantes monedas de oro, en una de las cajas estaban los mejicanos de oro. Quinientos de ellos.
Sin perder tiempo los colocó en su mochila, dejando allí, parte del equipo y los alimentos que ya no necesitaría. Luego abrió la otra caja.
Lo que encontró lo llenó de intriga.
Era una antiquísima copa de madera, como de medio litro de capacidad, construida, probablemente por su color, de cedro del Líbano, con una solo adorno, un aro de cobre de unos siete centímetros de ancho a mitad de la parte superior y que tenía tallado un sencillo esquema de un pez. Aquel objeto no parecía valer gran cosa, sin embargo estaba envuelto con gran delicadeza en un paño de seda y la caja tenía moldeada exactamente su silueta, que la contenía a la perfección.


                                    



Al tenerla en sus manos sintió una paz extraña, una sensación que jamás había sentido, algo que le decía que aquella copa quizá era más valiosa que los mejicanos de oro y los dólares.
La envolvió en la seda y con gran cuidado la puso también en la mochila.
Cuando estaba por irse miró el cuerpo del piloto. No podía irse dejándolo así, sin embargo la tarde caía rápido y si no apuraba no llegaría a la orilla del lago de día.
Decidió que no importaba. Con un trozo de metal del avión y a modo de pala cavó una fosa como de medio metro de profundidad, colocó allí el cuerpo, sacó antes la billetera y una cadena de oro con una pequeña cruz que llevaba y que pensaba llevarle a la viuda.
Lo cubrió de tierra y con los restos de la hélice fabricó una sencilla cruz. Las primeras sombras de la noche llegaban ya y decidió dormir en la cabina del avión, ante la eventualidad de que ese ser de la noche anterior volviese.
No tardó en dormirse y soñó que navegaba con sus hijos en un bello velero amarillo en un mar tranquilo y azul.
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La mañana siguiente recogió sus cosas y emprendió el regreso.
Al llegar a la pequeña bahía donde dejara la lancha se encontró con tres hombres armados que lo esperaban.
No le dieron tiempo a sacar su pistola ni a intentar ninguna defensa, simplemente uno de ellos le golpeó la cabeza con su arma y perdió el conocimiento.
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Cuando abrió los ojos era ya media tarde... estaba aferrado a la mochila con las monedas y la copa... sin comprender, se levantó con dificultad y un gran dolor de cabeza. Al mirar en derredor, vio gran cantidad de vainas servidas y uno de los fusiles automáticos de los hombres que lo golpearan, partido en el suelo como si le hubiese estallado una granada encima. Una sensación extraña de zozobra le fue ganando; algo terrible había ocurrido allí mientras estaba inconsciente. Desde luego se había producido un gran tiroteo, las vainas desparramadas por doquier lo atestiguaban, pero... que había pasado.?


                           

Una más prolija revisión de los alrededores le permitió hallar otro de los fusiles y más arriba de la quebrada, algo macabro... había allí un brazo cuya mano aún aferraba una pistola.
Algo explotó en su cabeza haciéndole comprender. Esa gente, sin duda se había topado con el ser (o varios de ellos) de la otra noche, y habían terminado mal. Pero no lograba entender por qué a él no lo habían atacado, quizá el estar inconsciente lo protegió o quizá otra cosa... de pronto recordó la copa y lo que había sentido al tenerla en las manos y entendió que quizá ella lo había protegido. En todo caso no pensaba quedarse a averiguarlo.
Volvió a la bahía y sin más pérdida de tiempo abordó la lancha e inició el cruce del lago. Mientras se alejaba de la costa oyó un sinnúmero de sonidos extraños, semejantes a aullidos que surgían de lo profundo del bosque y vio entre los árboles brillantes ojos amarillos que lo observaban alejarse...


                                                      
Llegó al mallín en el crepúsculo. Había vuelto una semana antes de lo previsto así que no lo esperaban. Fue a la guardería y devolvió la lancha.
                    Que pronto volvió, amigo, le dijo el dueño.
                    Así es, por suerte terminé el trabajo antes de lo previsto, así que aproveché.
Había mentido que estaba allí para fotografiar ciertas especies vegetales propias de la región.
                    Sabe algo?, una día después que usted partió al norte, unos tipos me alquilaron otra lancha y fueron a la misma zona, los vio?
                    La verdad que no, porque estuve siempre en el bosque... sabe a que vinieron?
                    Dijeron que a cazar, pero las armas que llevaban parecían de guerra, para mí que son espías o algo así, vinieron en esa camioneta negra que está allá, dijo señalando una Chrysler RAM Line negra, me tome el trabajo de buscar la patente en internet y no figura... para mí que es falsa, por suerte me pagaron un buen reaseguro, igual espero que vuelvan.
                    Estarán cazando por ahí seguramente, le respondió, pensando que el buen hombre jamás los volvería a ver.
Se despidió y subiendo a la camioneta partió hacia Aluminé, donde se registro en un Motel de la ruta para descansar.
Casi no pudo dormir pensando en las cosas que le habían cambiado tanto la vida en los últimos días, así que tomo un par de píldoras y pudo entonces dormir.
En la mañana pidió que le llevaran el desayuno a la cama y llamó a Valeria para avisarle que volvería antes de lo previsto. En ese momento un desvencijado Renault 4 L blanco paraba en la puerta de su habitación en el motel.
Asustado, preparó la Glock, corriendo una bala en la recámara. Justo cuando golpeaban a la puerta.
                    Quién es?, preguntó asustado.
                    Jorge, abrime por favor, Emilio
La voz le era familiar, pero se negaba a creer a quien pertenecía.
Al abrir la puerta, un hombre mayor, con anteojos y vestido con un pantalón negro y camisa con cuello de sacerdote estaba frente a él.
                    Su Santidad...?, pero, cómo...?
Las palabras le salían entrecortadas, no podía dar crédito a sus ojos, Jorge Bergoglio, el mismísimo Papa Francisco estaba parado frente a él.
                    Me imagino que te estarás haciendo muchas preguntas... pero si me cebás unos buenos mates, con gusto te las responderé, allá en el Vaticano, no consigo nadie que cebe un mate como la gente. Le decía con un brillo pícaro en los ojos.
                    Pe.. pero..., las palabras se le cortaban en la garganta.
Luego de un rato Emilio logró serenarse y más tarde, mate de por medio, Francisco le dio una explicación:


                                                         


                    Verás, desde que en un e-mail anotaste la matricula de la aeronave que encontraste, un grupo de enemigos de la Iglesia está detrás tuyo, y nosotros detrás de ellos... en ese avión viajaba uno de los máximos símbolos de la cristiandad, algo que contuvo, ni más ni menos que la alianza de los cielos con los hombres. Esa copa que encontraste fue hecha por un carpintero hace más de dos mil años y se usó en la última comida que hizo con sus amigos... antes de ser crucificado. Esa copa es el Santo Grial. Es por eso que viajé de incógnito, solo si escuchabas de mi boca la explicación entenderías su importancia, estoy en el convento de las Carmelitas de Aluminé, que depende de los jesuitas, mi congragación. Vine a buscar, si es que decidís dármelo, este símbolo para llevarlo a lugar seguro.
                    Pero... por que es tan importante esta copa de madera...? preguntó Emilio.
                    La tradición dice que quien beba de ella estará bebiendo la sangre del Señor, con los dones y poderes que ello conlleva.... creemos que nadie está capacitado para eso, salvo aquellos que el Señor eligió aquella noche.
Emilio tardaba en procesar tanta información, la cabeza le daba vueltas y vueltas... ni en sus sueños más bizarros hubiera imaginado estar tomando mates en un motel de Aluminé con el Papa mientras en una bolsa tenía nada menos que el Santo Grial.
Aquello era demasiado para él.
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                    Hay algo mas, solo en vos está la decisión de entregarlo a la Iglesia, ya que fuiste elegido para hallarlo, muy pocos en el mundo han recibido semejante Don.
                    Pero, por que yo?, si no tengo nada de especial....
                    Durante las cruzadas, el Grial fue rescatado por caballeros franceses, algunos de ellos eran Templarios, que debieron refugiarse con los Cátaros, los que finalmente fueron exterminados por el mismo grupo que te seguía... a propósito, que fue del trío que mandaron detrás tuyo?
                    Algo monstruoso pasó allá arriba, unos seres extraños, gigantes peludos de ojos amarillos los destrozaron, no se mucho mas...
                    Dios reciba sus almas, murmuró su Santidad por lo bajo. Ya veo, los caminos del Señor son extraños, serán los seres Alma de los que hablan por estos lugares, sin duda el Grial debe haberte protegido.
                    Eso creo, pero sigo sin entender, por que yo...?
                     Porque al igual que el dueño de la mansión Vereen, sos descendiente directo de uno de los nueve caballeros fundadores de la Orden del Templo, de los Templarios... tu antepasado fue Jacques de Rossal, el del otro francés, Hugo de Payns.
                    Dios mío... alcanzó a balbucear Emilio, abrumado ante tanta información.
                    Lo que más extraño en el Vaticano, son los buenos asados... le respondió Francisco para cortar la angustia de Emilio, que lo miró primero sin entender y luego dibujó una sonrisa.
                    Desde luego, la copa se va con usted, su Santidad, le dijo el fotógrafo.
                    Me imaginé que teniendo sangre noble en las venas, nobles serían tus acciones.....
                    Y con los mejicanos de oro...?, que hago...?
                    El carpintero que hizo esa copa dijo una vez, “Dad al César lo que es del César”, así que no creo que se enoje si se lo das de la manera que más te guste, le contestó con una sonrisa y un guiño Francisco.
Después de una larga charla, Emilio le entregó solemnemente la copa, luego de besarla; Francisco se subió al viejo Renault y partió hacia el convento.
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Tres meses después sucedieron dos cosas...


En las catacumbas de la catedral de San Pedro, en Roma, una vieja copa de madera con la figura de un pez grabada a mano en un costado, era colocada en la tumba de uno de los que bebieron de ella en la noche de la última cena. A final del camino, Pedro seguiría custodiando la Alianza de los hombres con los Cielos.