A Mariela M, quien con su devoción religiosa inspiró esta historia
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El violento impacto lo desvió completamente. Casi a punto de perder el conocimiento entendió que se precipitaba a tierra, el enemigo le había acertado, y eso nunca había pasado antes.
Sintió miedo por
primera vez, mientras miraba con desesperación hacia abajo, hacia la
tierra de nadie donde caería en instantes, aquel lugar lucía sereno y
oscuro, completamente ajeno a la batalla que se desarrollaba sobre sus
cabezas. En medio de las sombras de la noche trataba de maniobrar lo
suficiente como para caer cerca de un rio que podía ver nítidamente a
unos miles de metros más abajo; sabía que el enemigo estaría siguiendo
su caída para rematarlo y aplicó todos los recursos que conocía para
mimetizarse entre las escasas nubes tratando de perderlos.
Casi llegando al suelo alcanzó a ver algunas luces cerca del río y trato de dirigir la trayectoria de su caída hacia allí...
Lo último que
vio antes del impacto y de perder la conciencia fue el tejado de una
pequeña construcción entre dos árboles junto al río, pero no pudo evitar
caer directamente sobre él.
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María Elena se
hallaba aún despierta a pesar de lo avanzado de la hora, le gustaba la
noche y su serena tranquilidad, se hallaba de visita en casa de su
hermana que tenía una propiedad junto al río. A ella le gustaba ese
lugar, tan distinto del ruidoso departamento céntrico donde vivía. En
aquel momento se hallaba de vacaciones, por lo que junto a sus hijos
había aprovechado la gentil invitación que le hicieran y estaba pasando
unos días en aquel bucólico sitio.
Se hallaba
rezando, ya que era mujer muy religiosa, y no pasaba un día sin dialogar
con Dios, luego de la cena, ella y su hermana habían charlado hasta
tarde recordando anécdotas de la niñez y habían reído como cuando eran
niñas. Los hijos de ambas habían salido de campamento con sus padres,
permitiendo a las hermanas aquel baño de nostalgia.
La charla se
había prolongado hasta tarde y su hermana se había retirado a dormir ya.
Sin embargo aquel sitio ejercía sobre ella un encanto particular, sobre
todo de noche, por lo que quedó despierta un rato mas...
Mientras miraba
por una ventana creyó ver un objeto oscuro que cruzó el cielo en
dirección a un cobertizo de una casa vecina que estaba en construcción,
al instante escuchó un estruendo como de algo que chocaba contra ese
cobertizo.
Con miedo, dudó
un momento entre llamar a su hermana y pedirle que la acompañe o ir
sola, se decidió por lo segundo; ella era mujer decidida y valiente, por
lo que tomando el viejo revólver .38 que le había dado el padre a su
hermana para su tranquilidad en aquel solitario paraje, mas una potente
linterna que providencialmente había olvidado su marido un par de días
antes, se encaminó hacia el lugar del ruido.
Con cierta aprensión, llegó al sitio, comprobando que parte del tejado y una parte de la pared también se habían desplomado.
Mirando con más
detalle, el haz de la linterna enfocó a alguien tirado allí dentro. Su
corazón le dió un salto en el pecho y sus sienes parecían a punto de
estallar. Sin duda alguien había tenido un accidente allí. Trató
vanamente de hacer funcionar su teléfono celular, pero en aquel sitio
solo en determinados momentos se obtenía señal como para intentar una
llamada.
Sin saber bien
que hacer, pero impulsada por su instinto samaritano, se abrió paso
entre los escombros para llegar hasta la persona que se encontraba
tirada ahí.
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Gabriel abrió
los ojos con dificultad sintiendo un contacto húmedo en la frente,
instintivamente se defendió de aquello que creyó una amenaza tomando
firmemente el brazo que tenía delante de sí. Escuchó un quejido y un
pequeño grito sofocado. Delante tenía a una mujer con un paño y un
cuenco con agua, que le estaba limpiando las heridas en la cara.
Automáticamente aflojó la presión y miro a los ojos de ella.
– Quién es usted? Le preguntó
sin entender demasiado lo que pasaba. Indudablemente no era el enemigo;
pero en la tierra de nadie, cualquiera podía transformarse en uno.
– Me llamo María Elena, hace
un rato vi pasar algo por el cielo que chocó acá y vine a ver... es el
piloto?, dónde está el avión o el helicóptero..? preguntó intrigada, ya
que antes de sacarlo de entre los escombros con bastante esfuerzo, había
revisado la zona sin encontrar ningún aparato. Concluyendo que
probablemente se hubiera hundido en el río que se hallaba a pocos metros
de ahí.
– Me llamo Gabriel, y soy un soldado, que es éste lugar? Preguntó
– Estamos en un barrio cercano
al río, a veinte kilómetros de la ciudad, he intentado avisar a las
autoridades, pero no he podido comunicarme...
Al oír esto,
Gabriel abrió los ojos al máximo y su rostro cambió de expresión. Debía
decirle algo convincente a esa mujer, ya que si el enemigo interceptaba
esa transmisión (y de seguro lo haría) estaría perdido.
María Elena miraba como hipnotizada los grandes y profundos ojos azules de aquel hombre...
Jamás había
visto ojos de ese color y ciertamente el aspecto de aquella persona era
un enigma, no parecía ser mayor, pero tampoco aparentaba ser joven, sus
facciones eran del tipo escandinavo, pero tenía los labios carnosos como
un latino y su pelo era lo más llamativo; largo y abundante según le
daba la luz parecía un rubio profundo y claro, cambiando según el ángulo
a un castaño francamente oscuro. Todo en el era raro... ni siquiera
recordaba haber visto jamás un uniforme como ese, que aunque maltrecho y
sucio no presentaba ni una rotura y era de un material que no se
atrevía a definir... tenía sangre en la espalda de dos profundos cortes
en la única parte de su traje que estaba rota, sin embargo lo había
revisado pero no encontró ninguna herida.
– Le suplicaría que no lo
haga, le respondió Gabriel con firmeza, soy piloto de pruebas y mi
aeronave es material clasificado, si las personas equivocadas descubren
que caí aquí, este lugar correría gran peligro...
– Peligro...? que clase de peligro?, preguntó ella con preocupación.
– Créame, no querría saberlo,
le contestó mientras apoyaba su mano sobre la de la mujer, que al
contacto con aquella sintió como una descarga eléctrica desconocida, que
se sumo a una sensación extraña, de bienestar casi, que la hizo olvidar
el miedo y mirar profundamente a aquel desconocido.
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Afuera, en la
oscuridad de la noche y a unos cuantos miles de metros sobre sus
cabezas, el enemigo acechaba la tierra de nadie buscándolo, sabían que
había caído allí y que lo encontrarían tarde o temprano. sus aliados no
sabían que le había acertado y no vendrían al rescate. Gabriel estaba
solo en aquel lugar.
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María Elena
volvió a la casa entrada la madrugada, le había llevado al cobertizo
unas mantas para abrigarse y una botella de agua mineral, le preguntó si
podía hacer algo mas por él, a lo que le pidió que por ahora no
mencionase a nadie su presencia.
En cualquier
otra circunstancia, María Elena habría avisado a alguien de tan extraño
acontecimiento, pero ese hombre la había subyugado de tal forma que
había cumplido sus indicaciones sin siquiera dudarlo. Se acostó y rezó
un rato, pero se distraía constantemente pensando en los ojos de ese
extraño piloto.
Por la mañana el olor inconfundible del café y las tostadas la despertó.
– Buen día dormilona, le reprochó jocosamente su hermana, parece que anoche trasnochaste....
– Eh... si, bastante, me
acosté tarde... anoche. Le contestó sin coordinar muy bien los
pensamientos por hallarse aún casi dormida.
Mientras
desayunaban y su hermana le hablaba, ella casi no la escuchaba. Su mente
estaba en el cobertizo donde se encontraba él. Pensaba en que debía
hacer... desde luego por ahora la presencia de aquel intruso era un
secreto que no le mencionaría a nadie, por lo menos hasta saber las
intenciones de aquella persona, pero que le había producido tan profunda
impresión. Al extremo de no poder pensar en otra cosa...
– Eh, bajá pajarito!!!!, estás
en babia... que tenés en la cabeza?, extrañas a los chicos...?, le
gritó casi, su hermana para que le prestara atención.
En ese instante
recordó a sus hijos. Y a su marido. No había pensado en ellos desde que
se encontró con aquel hombre, y se lo reprochó a sí misma por dentro.
Si, quizá debiera contarle a su hermana lo que había pasado y llamar a
la policía para que se encargaran del asunto.
Mientras estaba a
punto de hablar volvió a sentir en el cuerpo aquella descarga que el
extraño le provocara cuando la tocó y no pudo emitir sonido...
– Buéh... parece que hoy
tenemos una de esas mañanitas... qué te parece si agarramos el auto y
vamos de compras, no tengo nada en la heladera y dentro de tres días
cuando vuelvan todos nos van a comer a nosotras si no hay nada...
vamos?, le propuso.
– Si no te molesta, preferiría quedarme, no me siento muy bien hoy, le mintió.
– Uh, no hay problema, vamos mañana si querés...
– No, no, no te preocupes, andá vos que yo me quedo acostada un rato más...
– Pero mirá que voy a tardar, tengo turno en la peluquería a las cinco así que voy a estar afuera casi todo el día...
– No te preocupes, estaré bien y de paso aprovecho a descansar un rato, le dijo, decidida.
– Como quieras, en la heladera te dejo unas ensaladas para el mediodía... te arreglas?
– Si, andá tranquila.
Una vez que
viera la camioneta de su hermana subir la empinada barranca, tomando
algunos alimentos y una botella de agua se dirigió al cobertizo.
Al llegar vió a Gabriel sentado como un budista y rezando.
No quiso
interrumpirlo y lo miraba desde la puerta de aquel lugar, era realmente
raro, no podía determinar su edad, ni decir si era corpulento o flaco...
la única palabra que se le ocurrió era armonioso... sí, todo en él
parecía armonioso.
Una vez que hubiera terminado de rezar se acercó a él, que parecía saber que ella estaba ahí desde hacía un buen rato...
Le ofreció
algunos alimentos pero el solo aceptó unas uvas y el agua, se sentía
intrigada pero no se atrevía a preguntarle nada. Él pareció adivinar
aquella situación y se adelantó...
– Como ya le dije, soy un
soldado en misión confidencial, no era mi intención caer aquí ni
importunar a nadie, pero no he tenido remedio, lo único que le pido es
que no mencione a nadie mi presencia, en un par de días estaré en
condiciones de marcharme si me ayuda un poco, ya que necesitaré algunas
cosas... le dijo mirándola a los ojos.
Ella lo oía
apenas. Estaba fascinada con aquel extraño, tan distinto a todo lo que
ella conocía, y que evidentemente procedía de un lugar que ella ni
siquiera podía imaginar. Pero algo la atraía de aquel hombre, con una
fuerza que no podía dominar, no podía dejar de mirar su rostro, su pelo,
su extraña figura.
No quería seguir pensando así.
Sentía enorme
culpa por sentirse atraída por aquella persona, pensaba que estaba
cometiendo un acto descabellado al ayudarlo sin avisar a nadie, después
de todo que sabía ella sobre él...? NADA.
Pero por otro
lado su sola presencia la dominaba, no podía dejar de pensar en otra
cosa, ni dejar de oírlo, pero nada podía hacer, su voluntad parecía
quebrada.
Casi a mediodía
el hombre recobró fuerzas como para caminar solo, apoyándose en ella se
puso de pié, al abrazarla para poder levantarse, María Elena tuvo un
vértigo en el cuerpo, una especie de atracción casi irreprimible que
solo la fuerza de su enorme voluntad pudo dominar...
Caminaron por la orilla del río durante un trecho... ella preocupada le preguntó si sus enemigos no lo podrían localizar.
– Solo pueden hallarme de
noche, ellos no salen durante el día, puedo estar tranquilo, pero las
noches me son peligrosas, deberé ocultarme hasta reponerme, creo que un
buen lugar sería aquella casa, dijo señalando una en construcción justo
sobre la costa. Pero necesitaré algunas cosas, quizá le asombre lo que
le pida, pero créame que es necesario para mí.
Ella lo escuchaba atentamente y estaba totalmente dispuesta a hacer lo que le pidiera...
Lo que fuera... cualquier cosa.
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Por la tarde solo volvió a la casa cuando vió el auto de su hermana bajando el barranco.
Ésta se sorprendió de ver aún las tazas del desayuno en la mesa.
– Ah bueno, parece que te hiciste una cura de sueño... le dijo en broma.
– Si, descanse bastante y salí a caminar un rato. Le respondió mientras juntaba la mesa y lavaba aquellos trastos.
– Ayudame a bajar las cosas,
compre de todo, pero mi peluquera no me pudo atender, tengo que ir
mañana otra vez y también tengo clases de yoga, me vas a acompañar o vas
a hacer la gran Robinson Crusoe mañana también...?
Ambas rieron, pero su hermana menor no sospechaba que ella no iría a ninguna parte mientras Gabriel estuviese ahí.
Aquella noche le
produjo gran impaciencia la idea de su hermana de ver una película,
María Elena solo deseaba que se durmiese de una vez para poder ir a ver a
Gabriel. Solo el recuerdo de la imagen de sus ojos le producía como una
especie de abstinencia que ya casi era un dolor físico... no podía
pensar en otra cosa, y solo en un arrabal de su mente estaban las
imágenes de sus hijos. Qué era aquello? Que le estaba pasando...?, no
podía explicarlo, pero era como si todos estos años no significaran
nada, y solo existiera el tiempo desde que había visto a aquel hombre,
como si todo cuanto había hecho en su vida se desdibujara con su
imagen... era algo que la angustiaba, y en los breves momentos en que
charlaba con su hermana y lograba distraerse, podía pensar en su
familia.
Gabriel, que ya
se había instalado en la casa a medio construir pegada al espejo de
agua, también pensaba en ella... en todos los años que duraba la batalla
jamás había querido conocer a ninguna persona de la tierra de nadie,
sabía que muchos de sus compañeros bajaban a ese lugar e incluso
buscaban mujeres con las cuales unirse sexualmente, muchas veces los oía
decir que ellas eran mil veces mejor que sus compañeras de batalla,
pero él era un soldado demasiado orgulloso, demasiado perfecto y no
compartía esas debilidades, solo le importaba la misión que se le había
encomendado. Y ganarla.
Pero esta mujer
era algo que nunca había conocido, su desinterés en ayudarlo, el flujo
casi animal que emanaba de ella cuando la tocaba y que no pasaba
desapercibido para alguien como él, incluso su mirada, tan distinta, tan
llena de sentimientos puros, tan diferente de las miradas profesionales
y frías de sus compañeras. De pronto descubrió que NUNCA había estado
con nadie, que nunca había estado con una verdadera mujer, como las de
la tierra de nadie; por supuesto que se satisfacía como todos los
soldados lo hacían, los días en que menguaba la batalla se reunían en
los corredores de su base y tenían sexo con quien deseaban, pero éste
era puramente biológico y a los efectos de tranquilizar ese aspecto del
cuerpo... nunca había conocido el amor, como el que se decía que era
habitual en la tierra de nadie. Y de repente había conocido a ésta
mujer, que lo ayudaba y parecía sentirse tan atraída por él, como lo
estaba él de ella.
Y contra su voluntad de guerrero, comenzó a desearla.
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Finalmente maría
Elena pudo salir de la casa, su hermana dormía plácidamente cuando
salió por la puerta de la cocina con el botellón de agua y unas frutas
para Gabriel. Lo encontró, como la vez anterior, en posición de Loto y
rezando, pero esta vez notó alegría en su expresión cuando la vió llegar
y de inmediato se incorporó para recibirla... cuando la abrazó para
agradecerle su ayuda, las miradas de ambos se cruzaron, y por primera
vez en toda su larga existencia, Gabriel sintió el estremecimiento que
otros de sus compañeros contaban cuando se encontraban con las mujeres
de la tierra de nadie... quizá eso fuese amor.
María Elena
estaba como poseída por una atracción absolutamente irresistible que
aquel extraño soldado le provocaba, al punto que no podía pensar en otra
cosa que no fuera él, deseaba que el tiempo se detuviera para siempre
en ese instante, para no tener que volver a ser quien era, para solo
poder dejarse arrastrar por lo que sentía y gozar plenamente de las
sensaciones y el placer que aquel hombre le despertaba... para no sentir
culpa, ni dolor por la traición hacia su familia que creía estar
llevando a cabo.
Ambos aquella
noche hicieron un esfuerzo sobrehumano para no unirse en un encuentro
sexual, para no dejarse arrastrar por aquella pasión absolutamente
irresistible que los tenía atrapados, y a costa de un ejercicio colosal
de la voluntad, solo se miraron y acariciaron durante horas, hablando de
cosas que a ninguno de los dos realmente les importaba.
Casi al amanecer volvió a la casa. Su hermana estaba levantada y sentada en la cocina la esperaba.
– Dónde mierda te metiste?, en que andás María Elena? Le preguntó cargada de angustia.
– Estuve caminando por la orilla del río, le mintió casi sin culpa.
– Me vas a matar de un susto, por que no me avisaste, pensé que te había pasado algo...
– No me pasa nada... sólo que no podía dormir y salí a disfrutar de la noche
Su hermana no
quedó demasiado convencida de su explicación, pero al ver la serena
expresión en el rostro de María Elena se tranquilizó un poco.
Luego ambas
prepararon el desayuno y ordenaron un poco la casa. Hablaron de muchas
cosas, como siempre cuando estaban juntas, pero lo que no notó la
hermana de María Elena era la turbación en el rostro de ella cada vez
que nombraba a su marido o a sus hijos. Era como si por esos días
aquellos NO formaran parte de ella, como si los hubiese anulado de su
alma, o mejor, los hubiese ocultado... no podía imaginar que su hermana
mayor se había enamorado de aquel raro soldado que cayera cerca de su
casa tres noches antes...
– Hoy vas a venir conmigo a
hacer las compras y a yoga?, de paso podes pasar por la peluquería vos
también así te hacés los reflejos que me dijiste... le dijo a María
Elena a media mañana.
– Mirá, prefiero quedarme acá,
hace unos días que ando media perdida en mi cabeza y quiero ordenar mis
ideas, este lugar me ayuda. Y estar sola también.
Su hermana no estaba muy convencida de dejarla sola, menos aun después del raro paseo de la noche anterior, por lo que le dijo:
– Y si no voy nada y nos
quedamos jugando a las cartas?, hacemos cualquier pavada al mediodía y
sacamos la mesa al parque, querés...?
– No!, le contestó
resueltamente María Elena, te dije que me gustaría estar sola... además,
necesito que me traigas algo del supermercado, comprame veinte cajas de
gelatina sin sabor...
– Qué?, le respondió, dudando de lo que había escuchado..
– lo que oíste, después te explico.
– Te sentís bien, Mary? Para que querés veinte cajas de gelatina...?
– Vos traelas, después te cuento...
– Pero...
– Por favor, solo hacelo.
Su hermana
comenzó a pensar en que María Elena no estaba bien, pero ella no podía
explicarle que era un pedido de Gabriel, quien tampoco le había dicho
para que las quería.
Profundamente preocupada su hermana menor subió a la camioneta rumbo a la ciudad...
– No quiero irme y dejarte sola, me parece que no estás bien, hermana..
– Dejate de joder, estoy mejor
que nunca, solo quiero estar sola y estos días son algo así como un
regalo del cielo, deja de hacerte problemas, voy a estar muy bien... le
dijo con una amplia sonrisa y el rostro iluminado
– Si vos lo decís, igual trataré de volver temprano...
– No es necesario, hacé lo que tengas que hacer, acá voy a estar.
Su hermana
arrancó, no muy convencida, solo la tranquilizaba en parte el semblante
de felicidad de María Elena cuando vió que se quedaba sola...
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La camioneta no había terminado de subir el empinado barranco cuando María Elena corrió a la casa en construcción.
Allí la esperaba Gabriel, tan ávido como ella...
Las siguientes
seis horas ambos se entregaron con frenesí al éxtasis del amor físico,
entrelazando sus cuerpos como nunca ambos lo habían hecho... durante ese
lapso que no formó parte del tiempo, sus almas se unieron también en un
lazo que perduraría aun cuando después de algunas horas ya no volverían
a verse nunca mas...
Luego de aquella
jornada en que ambos descubrieron el placer del goce físico que no
parecía pertenecer a este mundo, Gabriel decidió sincerarse y contar su
realidad a aquella mujer de la tierra de nadie.
María Elena
escuchaba el relato de aquel soldado sin siquiera poder concebir en su
mente, ni mucho menos abarcar las cosas que oía... todo su ser se
sumergía en los ojos de Gabriel, que la miraba como nunca aquel temible
guerrero había mirado. Con amor, algo que desde la noche de los tiempos
le había sido vedado, y que ahora conocía de la manera más inesperada...
nunca más
volvería a ser el mismo, ahora entendía por qué sus compañeros a veces
se arriesgaban a descender en la tierra de nadie para encontrar a sus
mujeres, para sentir aquello que no podían hallar entre sus propias
compañeras...
Y amó, y se amaron una y otra vez, hasta que el crepúsculo le indicaba a maría Elena el retorno de su hermana.
Volvió a la casa unos minutos antes que se vieran las luces del vehículo descendiendo el barranco.
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– Hola Mary, le dijo al verla
esperándola en la mesa de la cocina con el mate preparado y una película
en el DVD, parece que me extrañaste...
– Si... no te imaginás cuánto. Le mintió
– Acá te traje lo que me pediste, espero que me expliques para que lo querés...
– Mañana, le prometió
– Mañana por la noche vuelven los chicos, que te parece que les hagamos de cenar...?
en ese instante
una aguda aguja de dolor atravesó el corazón de María Elena... por
primera vez en más de tres días pensaba en sus hijos y su marido...
angustia era la palabra que se le ocurrió para explicar lo que sentía.
Y vergüenza.
Sin embargo
pronto aquellos sentimiento amenguaron su intensidad, en realidad ella
no los había traicionado, ya que no había disminuido el amor que sentía
por ellos, tampoco habría de hacer nada que los lastimase, como dejarlos
o algo así... por su parte su marido había sido infiel varias veces, y
aun cuando ella lo tolerase, porque en parte sabía que también ella era
responsable por eso, tampoco había dejado de quererlo, solo que por
primera vez en su vida se había permitido sentir SIN LIMITES el amor y
el goce físico... sin complejos, ni angustias, ni ataduras. Se había
entregado completamente a aquel soldado hasta quedar vacía de todo
deseo, hasta haber satisfecho hasta la más minúscula partícula de deseo
que hubiese sentido nunca, y aquello no era de este mundo, no había, por
lo tanto, comparación ni traición. Entonces se serenó, y entendió que
en una horas aquel soldado se iría para siempre, y que solo le quedaría
de él el recuerdo de lo que le había hecho sentir en la piel y en el
alma, algo que jamás había sentido, y que, sabía, jamás volvería a
sentir. Y pudo ser entonces feliz como tampoco nunca antes lo había
sido.
Su hermana
estaba encantada de aquel cambio que veía en el rostro y la expresión de
María Elena, no sabía que le había sucedido a su hermana, pero lo
celebraba y aquel resto de la tarde lo pasaron entre risas y charlas
hasta entrada la noche.
– Me voy a dormir, Mary, estoy
muerta de sueño, que descanses, mañana vuelve nuestra gente y se van a
comer hasta la tierra de las macetas, así que no salgo, me voy a dedicar
a cocinar, espero que ese experimento tuyo de la gelatina funcione, así
me salvo de hacer postre... le dijo, luego de un beso se retiró a
dormir.
Al cabo de unos
minutos, María Elena fue a lo que sería su último encuentro con Gabriel,
que había aprovechado el estar solo para preparar con unas maderas un
raro molde. Cuando se vieron supieron que pasara lo que pasara, y pasara
el tiempo que pasara, jamás se olvidarían y que a partir de ese día las
almas de uno y otro se pertenecerían... para siempre.
Mientras Gabriel preparaba la mezcla para reparar sus alas, María Elena no podía dejar de mirarlo...
Él sintió su mirada y se dió vuelta...
– Tengo una hora hasta que funcione la alquimia, le dijo... y eso bastó.
Volvieron a
fundirse en un solo cuerpo, y si el día anterior ambos habían gozado
como nunca, esa última hora juntos fue suprema, única e irrepetible.
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Cuando hubo
funcionado la alquimia, el Arcángel Gabriel volvió a tener sus alas
intactas, María Elena lo vió desplegarlas y sintió una extraña paz...
sabía que jamás volvería a verlo, pero agradecía infinitamente a los
cielos el haberlo conocido, el haber experimentado el goce físico y
espiritual como solo unos pocos elegidos habían conocido, y se sentía
tranquila, en unas horas volvería
a ser la misma mujer de siempre, la madre y esposa ejemplar que siempre
fué, pero jamás olvidaría aquellos tres días en los que conoció el amor
y el placer como pocos humanos experimentaron jamás...
Un segundo antes
de partir, Gabriel la abrazó y rodeó con sus alas, y mientras le daba
el último beso de despedida le aseguró que mientras existiesen los
cielos, y él fuese Arcángel, jamás nada podrá dañarla ni a ella ni a los
que ella quisiese.
Luego de eso,
batió sus flamantes y renovadas alas y se perdió en la negrura de la
noche, despedido por una lágrima de dolor y una sonrisa de felicidad en
el rostro de María Elena, quien volvió caminando lentamente hacia la
casa, su familia y su destino.
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El enemigo, que
sabía que Gabriel volaría en cualquier momento y ,lo estaba esperando...
pero aquel Arcángel combatió con una bravura desconocida, que dejó
fuera de combate a cuantos el enemigo le colocó delante, y luego de
varias encarnizadas batallas llegó finalmente a los cielos.
Allí, sus
compañeros, que lo esperaban preocupados, sonrieron al verlo entrar, con
los rastros de la batalla aun en el cuerpo, pero con el rostro
iluminado de un nuevo brillo.
Hacia el final del pasillo lo esperaba ÉL sentado en su trono resplandeciente...
– Bienvenido a casa Gabriel, le dijo suavemente..
– Señor, le respondió inclinado la cabeza y plegando sus alas...
– Has batallado fieramente, lo celebro...
– He cumplido la misión, le dijo satisfecho
– Has hecho mucho más que eso,
le respondió ÉL, has aprendido, has entendido por que debemos ganar
esta batalla, por que debemos liberar a las gentes de la tierra de nadie
del enemigo, has sentido dentro de ti el AMOR, aquella poderosa fuerza
que solo a los humanos se les ha dado generar..., a partir de hoy serás
aun más eficiente...
– Así lo he sentido, Señor, y créeme, no habrá soldado más bravo en los cielos
– No lo dudo, ahora ve a descansar... lo has ganado.
A partir de ese
momento, una rara paz reinó en su corazón y aunque se convirtió en el
más feroz soldado en la batalla, por siempre en su mente sonaron dos
palabras...
María Elena.