La Alcantarilla
Dedicado a Jehová A. Sánchez, quien me puso en conocimiento de esta historia, en una noche de frío y miedo allá en el campo.
El
paisaje transcurría monótono aquella noche de junio.... de vez en vez
algún insecto se aplastaba contra el faro delantero de la locomotora,
que alumbraba la lóbrega noche con una persistente pero tenue llovizna,
que hacía mas corta la visibilidad.
Los dos maquinistas tomaban mate mientras
dejaban pasar las horas en aquel tramo férreo que unía las localidades
de Venado Tuerto con Rufino, en la provincia de Santa Fe; en forma
regular el ayudante se levantaba, echaba un vistazo a los instrumentos
de la locomotora y espiaba por las escotillas delanteras que no hubiese
alguna vaca trasnochada cruzando las vías. El convoy se deslizaba
ruidoso en la oscuridad y solo la luz del furgón de cola donde el
guardia seguramente dormía, daban idea de la longitud enorme del mismo,
llevaban un cargamento de piedras partidas, granos y combustibles
ayudados por dos locomotoras, pero solo la delantera estaba funcionando
en ese momento, y como iban a la velocidad de crucero, el ruido no era
para nada molesto y permitía la charla entre aquellas dos personas....
Fue justamente durante uno de esos controles
de instrumentos, que el ayudante creyó ver algo blanco y grande colgando
de uno de los postes del telégrafo ferroviario que se alineaban
prolijos a la izquierda de la formación...
– Pedro!, le gritó al jefe, vení a ver esto...
– Qué hay?, preguntó preocupado el motorman...
– No alcanzó a ver bien... es algo raro..
– Hay algo cruzado en las vías? Preguntó poniendo su mano en el freno de emergencias
– No, no, es algo en uno de los postes... mirá, le dijo señalando algo blancuzco en el tope de un poste como a doscientos metros
– Que diablos es eso...? se preguntó el motorman tomando la poderosa linterna que llevaba como equipo
Unos segundos mas tarde pasaban junto al poste, Y NO PODÍAN DAR CRÉDITO A LO QUE ESTABAN VIENDO...
Encaramado al tope del mismo, sentado sobre
la cruceta donde se apoyaban los hilos del telégrafo se hallaba un
hombre completamente desnudo y atado a éste con un cinturón, que les
hacías señas desesperadas y gritos, que ellos no podían oír por el ruido
de los motores.
– Que hacemos Pedro...? paramos? Le preguntó el ayudante
El motorman pensó un segundo y luego accionó
suavemente la palanca de los frenos... el tren comenzó a detenerse
estrepitosamente, al tiempo que el guarda del furgón de cola cayó al
piso de la litera donde dormía, golpeándose la cabeza...
– Que mierda pasa? Se dijo en voz alta mientras
se ponía el sobretodo, tomaba la linterna y el revólver .38 que formaba
parte de su equipo.
– Por que estarán parando acá en el medio del campo...?
Detener una formación de 50 vagones no era cosa sencilla y le tomó como trescientos metros el detenerse completamente.
Una vez completamente detenido, el poste
donde se hallaba el hombre había quedado a mitad de la formación, así
que de una punta y la otra del tren veía las luces que se le acercaban
por el terraplén.
– Socorro!!!!!, ayuda!!!!!!!!!!!!! gritaba con
ojos desesperados de terror un hombre joven atado a la punta del poste,
Por el amor de Dios, VENGAN POR MI!!! gritaba con todas sus fuerzas.
Al oír los gritos con nitidez, tanto el
guardia que venía armado desde la parte posterior del carguero, como el
maquinista y su ayudante que venían del otro extremo sintieron un
profundo miedo que les erizaba la piel... el ayudante sacó entonces de
entre sus ropas una pistola que siempre llevaba, como esperando que algo
terrible sucediera...
Al llegar todos al lugar donde gritaba
aquella persona, comprobaron que el poste estaba justo al borde de una
alcantarilla de escurrimiento de agua de los campos, una especie de
túnel de buen diámetro, de cemento y que comunica como un canal ambos
lados del terraplén para evitar las inundaciones.
Casi al mismo tiempo las tres linternas y las dos armas apuntaron a aquel joven que gritaba desesperadamente..
– Qué es lo que le pasa y quién es usted!!!??? le gritó el guardia mientas lo iluminaba...
– Por el amor de Dios, VIGILEN LA ALCANTARILLA
MIENTRAS ME BAJO, contestó aquel muchacho mientras se desataba del poste
y bajaba por las clavas de la escalerilla
Mientras hacía esto, el ayudante bajó su
linterna y alumbró la alcantarilla apuntándola con su arma.... Un grito
de horror se escapó de su boca al ver el enorme mar de sangre y despojos
que allí había...
– Virgen Santísima... que pasó aquí...? solo pudo articular aquel hombre ante lo que había frente a su vista.
Mientras el guardia y el motorman miraban con
estupor aquello, el muchacho que se hallaba desnudo y solo tenía puesto
un par de borceguíes, ya había bajado del poste y les gritó:
– Rápido, por el amor de Dios subamos al tren ANTES QUE VUELVAN!!!!!!!!!!!
Ante esto, y el miedo que sintieron al ver aquella carnicería, no dudaron en correr tras él hacia la locomotora.
Una vez dentro el muchacho, le dijo:
– Pronto, cierren bien todo!!!, acá no podrán entrar!!!!!!
Los tres hombres del ferrocarril se miraron entre sí y el motorman fue el primero en hablar:
– Esperá un poquito, pibe, que pasa, podés decirnos que pasó ahí en esa alcantarilla y que hacías en pelotas arriba del poste...?
– Ya les cuento, les contaré todo... pero por favor arranque ya y vámonos de aquí ANTES QUE VUELVAN!!!!!!!!
Mientras el pesado tren de carga retomaba la
velocidad de crucero, aquellos tres hombres no podían despegar los ojos
de los del muchacho, a quien le habían prestado un pantalón, una camisa
de trabajo y un grueso capote que llevaban para la lluvia, también le
habían dado un trago de Legui, que llevaban oculta en la locomotora.
Su relato no los dejaría dormir en mucho tiempo.
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TRES MESES ANTES DE ESA NOCHE
Antonio
Balmaceda estaba contento, la cosecha de maíz había sido excelente y ya
pregustaba la suma de dinero que ésta le reportaría, pero para eso,
necesitaba embolsarlo y enviarlo al acopiador, y la cantidad de peones
del campo no bastaba para aquello, así que corrió la voz por los
boliches del pueblo que necesitaba embolsadores y cosedores para su maíz
y que pagaba por día con alojamiento y comida. Eso era un anzuelo
seguro y efectivo para todos los changarínes, linyeras y crotos que
hubiera por los alrededores, efectivamente; al día siguiente empezaron a
llegar, a los mas aptos los ponía a coser las bolsas y a los que
servían de poco, a embolsar los marlos. Pero de todos los que conocía,
extrañó a uno, al Austríaco, un Linyera (hombre sin casa ni trabajo pero
que vivía en el campo) que no solo era diestro para coser y embolsar,
sino que sabía cocinar deliciosamente, incluso mejor que el cocinero del
campo.
A todos los que llegaban les preguntaba por él.
– Yo lo vi cerca de Venado, le decía uno.
– La última vez que lo crucé, andaba por Rufino, decía otro.
Pero lo cierto es que el Austríaco no aparecía.
– Si lo ven díganle que acá tiene trabajo,
buena plata y toda la comida que se pueda llevar al terminar, tentaba a
los peones para ver si lo localizaban.
Pero el Austríaco, ciertamente, YA NUNCA SE PRESENTARÍA
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SIETE AÑOS ANTES DE ESA NOCHE
El emprendimiento había resultado un fracaso, el patrón no aparecía y los chanchos se volvían cada vez mas incontrolables.
Lo que en un principio iba a ser una estación
de cría de cerdos modelo, se había convertido en un lugar sucio y
abandonado, y los dos únicos peones que aun creían que el patrón les
pagaría lo adeudado, ya ni siquiera podía sacar algún provecho de la
venta de lechones, porque los animales estaban flacos, enfermos y casi
no había hembras preñadas.
– Que hacemos Víctor? Preguntó el mas joven, no
quedamos acá a esperar a ver que pasa o no vamos a embolsar? Yo no creo
que el polaco vuelva..
– Tampoco yo... pero que hacemos con los animales...?
– Soltalos, rompamos uno de los alambrados y que se vayan al monte, al menos ahí van a encontrar comida los pobres bichos.
– Me parece que tenes razón, capaz que el viejo
se murió en “las europas” y nadie sabe que tenia el criadero... andá
preparando las pilchas y los caballos, esta tarde nos largamos de acá.
Mientras el otro preparaba las cosas, Víctor
Berrade cortaba con el alicate el alambrado principal que separaba las
porquerizas del campo... a no mas de media legua había un monte espeso
donde seguramente los treinta cerdos Pietrain belgas (los mas grandes y
fuertes del mundo) encontrarían una nueva casa.
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TRES AÑOS ANTES DE ESA NOCHE
Las comisarías de Cristophersen, María Teresa
y San Gregorio comenzaron a recibir extrañas denuncias que hablaban de
desapariciones de hacienda primero, luego de caballos, incluso de
animales domésticos como perros y gatos... los que NUNCA MAS eran
hallados; al principio se desestimaban las mismas, pero ante la cantidad
creciente, comenzó a transformarse en una preocupación real y lo que al
principio se tomaba como broma ociosa en las charlas de sobremesa,
ahora empezaba a inquietar a la gente de esas comunidades rurales del
interior de Santa Fe.
Pero cuando se empezaron a denunciar
desapariciones misteriosas DE PERSONAS, es que la policía decidió tomar
el asunto en serio y destacó un hombre de cada pueblo para que
trabajaran en forma coordinada.
Los mismos recorrían las estancias y los
puestos recabando información, intentando encontrar puntos en común
entre tantas denuncias.
Y finalmente lo hallaron.
Al parecer la mayor cantidad de denuncias se
concentraban en un sector de cinco leguas cuadradas alrededor de las
vías del ferrocarril que unía Venado Tuerto con Rufino.
Hacia allí se dirigió entonces la investigación.
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UN AÑO ANTES DE ESA NOCHE:
Los tres changarínes venían caminando por el
terraplén del ferrocarril cuando escucharon el cornetazo de la
locomotora, se bajaron del mismo y decidieron hacer noche en la
alcantarilla 66 que se hallaba allí mismo, el lugar estaba seco y limpio
y les proporcionaría un lugar cómodo para armar un rincón donde poner
los aperos y dormir antes de llegar a la estancia de Brítez, donde
habían conseguido conchabo como alambradores, el mas viejo soltó a los
dos galgos que los acompañaban y los mismos salieron disparados
silenciosamente hacia el campo, seguramente en una o dos horas volverían
con alguna liebre o una mulita para agregar al guiso de fideos que el
mas joven ya estaba preparando.
Menos de cinco minutos después, el grito lastimero y desesperado de uno de los perros los puso en guardia.
Ya era de noche y unos sonidos extraños
provenientes DESDE EL OTRO LADO de la alcantarilla les erizó la piel...
uno de ellos sacó de su bolsa el .32 con el que se protegía, el mas
callado corrió su poncho y desenvainó el facón que brilló a la luz de la
Luna.
El mas viejo se santiguó.
El mas viejo se santiguó.
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TRES MESES ANTES DE ESA NOCHE
El Austríaco, como lo conocían todos en
realidad se llamaba Helmut Kernan y durante la guerra había sido médico
militar... durante la misma perdió a toda su familia, que murieron
durante los diferentes bombardeos de los aliados. Solo y sin rumbo, se
embarcó, como muchos alemanes hacia la Argentina, al llegar pasó un
tiempo trabajando como médico rural, pero los horrores que había vivido
durante la guerra le habían turbado un poco la razón pero principalmente
el alma. Así que se hizo linyera, la versión argentina de los homeless
pero que vivía en el campo, sin rumbo ni oficio, viviendo de las
oportunidades y los pequeños trabajos que siempre le ofrecían en las
estancias, cocinaba muy bien y su inteligencia superior lo ponía por
encima de cualquier peón, sabía todas las tareas del campo y era de
confianza. Por ello todos se disputaban su auxilio en tiempo de cosecha,
y él lo sabía.
Mas de una vez le habían ofrecido trabajo
fijo, dada su valía, pero su carácter taciturno y huraño lo hacía volver
al campo una y otra vez, concluidas las cosechas. Vivía del campo y lo
conocía a la perfección, y éste le proveía de animalitos y plantas con
las que se alimentaba él y su única compañía; un perrito mediano de raza
indefinida que no se despegaba de él nunca mas de dos metros. Los que
lo conocieron contaban que solo con el animalito hablaba en su lengua y
que a veces lloraba.
Era prolijo y limpio, cosa rara en su gremio y
tenía por herramienta un pequeño y filosísimo cuchillo que manejaba con
maestría. Jamas se separaba de su bolsa, donde según él, estaba su
casa.
Aquel día pensaba llegar al campo de
Balmaceda, donde sabía que era requerido, pero aquella noche de marzo
hacía mucho frío y detestaba caminar de noche, así que la providencial
alcantarilla 66 del terraplén del ferrocarril por donde venía caminando le venía de perlas para pasar la noche.
Acomodó sus petates en uno de los extremos
del túnel y a la luz de las intensas estrellas (esa noche no había Luna)
encendió un pequeño fuego donde se dispuso a cocinar.
Traía consigo un trozo de tasajo, fideos,
cebollas y tomates mas otras hierbas y vegetales que había ido
recogiendo por el camino; al rato de su pequeña olla surgía el perfume
de un sabroso guiso y el perrito, acurrucado en un trozo de manta vieja
junto al fuego, miraba la olla con ojos fijos de gula. El Austríaco
miraba el cielo y seguramente recordaba cosas de la guerra porque sus
profundos ojos celestes brillaban emocionados.
En ese momento un sonido sordo, gutural e
irreconocible, que aquel viajado hombre no podía identificar, surgió del
oscuro extremo de la alcantarilla que comunicaba al otro lado del
terraplén ferroviario.
El hombre se puso en guardia de inmediato, el perro erizó los pelos del lomo y mientras
gruñía, se acurrucó junto a él con la cola entre las patas, mirando
fijamente aquel rectángulo de oscuridad que era la boca de la
alcantarilla.
El Austríaco echó mano entonces a su bolsa,
en ella guardaba quizá la única cosa que vino de Europa con él, una
pistola Walther P38 con las insignias nazi, verificó la carga, la montó y
se puso detrás del fuego y delante de su perro apuntando hacia aquella
profunda oscuridad....
Segundos después los animales y la hacienda
de los alrededores se espantaron al oír la sucesión de disparos y luego
el horroroso grito final de aquel hombre que supo conocer los mayores
espantos de la guerra, un segundo después el aullido agónico de su perro
les daba una certeza cargada de presagios...
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UN MES ANTES DE AQUELLA NOCHE
Los policías de las tres localidades venían
en la zorra que el jefe de estación de Venado tuerto les había provisto
para moverse a lo largo de las vías a los efectos de llegar a las
estancias interiores de la zona, que eran las que mayor cantidad de
denuncias habían hecho sobre desapariciones diversas, incluso la última,
de un estanciero que había contratado tres alambradores, que habían
sido vistos por uno de los conductores del tren que unía las localidades
y QUE NUNCA SE HABIAN PRESENTADO.
El mayordomo del campo temía que hubiesen muerto bajo las ruedas del tren.
El mayordomo del campo temía que hubiesen muerto bajo las ruedas del tren.
El pequeño motor de la zorrita apenas
arrastraba el peso de los hombres de la ley así que la marcha lenta les
permitía ver bien los alrededores del terraplén... el mas inteligente de
los tres notó entonces algo extraño, prácticamente NO había animales ni
hacienda en los alrededores, ni siquiera los patos que abundaban en los
zanjones paralelos a las vías. NADA VIVO SE VEIA EN KILÓMETROS solo
algunas aves que pasaban raudas por encima de las vías
– Que raro che, no se ve ni una vaca, ñandú, ni
oveja ni nada... ni siquiera he visto liebres o zorros desde que
salimos... que será, habrán fumigado, preguntó a los otros dos
– La verdad no había prestado atención, pero tenés razón, no se ve nada vivo, raro
El tercero solo se limitó a acariciar la culata del Winchester .44 que llevaban consigo.
En un momento uno de ellos divisó algo que brillaba en un extremo de una alcantarilla que cruzaba el terraplén.
– Alberto, pará acá, estoy viendo algo allá abajo.
La zorrita se detuvo y los tres hombres bajaron de las vías.
Allá abajo encontraron objetos que
identificaron inmediatamente, ya que uno de ellos conocía al Austríaco y
reconoció el cuchillo de él, que tenía talladas sus iniciales, también
encontraron la pistola vacía, sus ropas, la bolsa y lo que brillaba y
les había llamado la atención: LA HEBILLA DE SU CINTURÓN MILITAR, que
tenía el águila del reich en dorado.
También hallaron suelas de zapatos masticadas
y objetos que aparentaban ser de otras personas en el interior del
túnel; un revólver .32, un facón, herramientas y mas ropa.
Fotografiaron todo y armando un gran paquete con el bolso del austríaco subieron a la zorra y salieron a velocidad para Rufino.
En la comisaría de San Gregorio se reunieron
los jefes policiales a tratar de resolver el misterio, se habló de pumas
y otros animales salvajes, pero las vainas disparadas de la pistola del
nazi, mas las vainas servidas del revólver indicaban que sus dueños SE
HABÍAN DEFENDIDO SIN LOGAR EFECTO ALGUNO EN SU VICTIMARIO... eso sumado a
las amplias manchas hemáticas en el lugar alimentaron toda clase de
especulaciones que en aquel lugar corrieron como reguero de pólvora.
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TRES DIAS ANTES DE AQUELLA NOCHE
Martín Avendici era un joven soberbio, dueño
de un físico importante, herencia de un abuelo vasco, mas una brillante
inteligencia lo habían convertido en líder natural de los muchachos del
colegio donde había estudiado, siendo luego líder del equipo de fútbol
del club de San Gregorio y cazador compulsivo como casi todos los
muchachos de allí. Junto a sus amigos Mateo Saravia y Julián Izarraga
solían armar partidas de caza de liebres o perdices que luego preparaban
y vendían como escabeche en el pueblo, no por necesidad de dinero sino
como diversión rentada... Oír las historias que surgieron a partir del
hallazgo de las cosas del Austríaco y desear salir a cazar LO QUE SEA
QUE LO HABÍA MATADO, fueron una sola cosa.
Esa misma noche prepararon en secreto sus
armas y provisiones para el fin de semana (era un viernes), mintiendo a
sus padres que pasarían el mismo en la casa de los otros, pero en
realidad partieron en bicicleta -dejaron los caballos para que los
padres no sospecharan- por el terraplén rumbo a la alcantarilla 66 que
era donde habían hallado los objetos. La idea era pasar la noche allí y
CAZAR al puma o animal que fuese que había despachado al Austríaco y a
los tres peones. Su juventud (ninguno pasaba los 24 años), su
inexperiencia y una falta de prudencia los llevó a armar campamento en
el mismo lugar en que ALGO, había despachado certeramente a un veterano
de guerra sin dejar siquiera un mínimo rastro de él
Llegaron al lugar y encendieron una fogata
para ahuyentar los insectos y para cocinar el asado que llevaban antes
de la noche cerrada, serían aproximadamente las siete de la tarde.
Cerca de las once de la noche el sueño, el
abundante asado y las tres botellas de vino casero que habían bebido les
hacía entrecerrar los ojos...
Estaban allí muy bien armados, Martín había
llevado la escopeta de dos cañones de su padre y la pistola .45 que
guardaba en la alacena de la cocina, los otros dos tenían también
escopetas de un caño y revólveres .38 que les habían hurtado a sus
padres para la aventura.
No imaginaban lo que aquella aventura juvenil les depararía.
Como a las tres de la mañana ALGO los
despertó, un sonido raro, como el que hace la hacienda moviéndose en la
oscuridad. Como muchachos de campo reconocieron que aquel sonido SE
ACERCABA A ELLOS... sin hablarse casi, los tres salieron de las cobijas
con las que se protegían del frío y aprontaron sus armas.... lo que sea
que fuera aquello, SE LES ESTABA ACERCANDO.
Unos segundos después oyeron claramente unos
sonidos rarísimos que venían del otro lado del túnel de la alcantarilla,
del lado que daba al monte de la chanchería abandonada.
Casi como un calco se estaba repitiendo la escena anterior.
En ese momento, Martín, el mas decidido, dio unos pasos dentro del túnel alumbrando con una poderosa linterna de campo.
Un grito de horror les ganó las gargantas al
ver brillar dentro del túnel muchísimos pares de ojos que fosforecían a
la luz de las linternas.
Casi al unísono los tres comenzaron a
disparar al interior del túnel; Martín alcanzó a disparar los cartuchos
de su escopeta y al menos seis balas de la pistola antes de ser atrapado
por tres o cuatro feroces chanchos cruza de jabalíes que parecían
brotar de la boca de la alcantarilla como feroces hormigas guerreras
frente a una indefensa langosta... Mateo que era el mas retrasado del
grupo no lo dudó y salió corriendo hacia el poste de telégrafo donde
trepó con la velocidad del rayo, Julián seguía disparando a los chanchos
que estaban despedazando a su amigo frente a él, cuando éstos se dieron
cuenta de su presencia y lo embistieron, por un segundo pareció
esquivarlos y corrió al poste donde ya estaba trepado Mateo quien le
tendió la mano para izarlo al mismo.
Pero no fue lo suficientemente veloz y uno de
los gigantescos chanchos Pietrain cruzados con jabalíes de monte
alcanzó a clavarle los colmillos en la pierna, arrebatándolo del poste.
Mateo debió entonces presenciar unos de los
espectáculos mas horrorosos que imaginarse pueda una persona. Seis o
siete chanchos comenzaron a despedazarlo y COMERLO delante de sus ojos,
en medio de los alaridos agónicos de su amigo. Desesperado vació una y
otra vez su .38 en las testas de aquellos gigantes horribles pero todo
era inútil... en menos de media hora de sus amigos solo quedaban
despojos de ropa, sangre y las suelas de sus borceguíes masticados...
entonces Mateo comprendió la dimensión de su peligro al ver que los
chanchos, aun insatisfechos se dirigían al poste donde él
estaba encaramado y comenzaba a topar y mordisquear la base del mismo
para que la FRUTA que de el colgaba, quedase al alcance de sus
colmillos...
En vano le disparó todas las balas que le
quedaban de su revólver, que si bien los hería, solo los hacía
retroceder por unos segundos, pero era tal la marea de animales
enfurecidos que había debajo de aquel flaco poste que inmediatamente
otro tomaba el lugar del herido. Pero algo aun mas impresionante le
quedaba por ver: sus amigos y quizá él mismo habían matado a varios, lo
que no imaginaba es que los otros cerdos DEVORABAN A LOS CAÍDOS CON LA
MISMA FRUICIÓN CON LA QUE HABÍAN DESPEDAZADO A LOS DOS MUCHACHOS...
Todo horror tiene su límite y Mateo estaba a
punto de desmayarse cuando el poste pareció ceder... se erizó de horror
al comprobar que YA NO TENIA BALAS, les arrojó inútilmente el revólver y
pensó que ya llegaba su fin. A último segundo se le ocurrió prender
fuego pedacitos de su ropa y arrojarla debajo del poste. Tuvo buen
efecto, mientras duraba la llama, los chanchos dejaban en paz la madera
del poste y se alejaban unos centímetros mirando con insana gula a la
COMIDA que desde arriba les arrojaba fuego. Aquellos animales que alguna
vez habían sido domésticos NO LE TEMÍAN AL HOMBRE, y sus crías,
provenidas de cruzarse con jabalíes de la zona, habían heredado tal
condición pero también habían heredado la ferocidad de los navajeros salvajes, sumado al tamaño descomunal que su raza les aportaba. Eran perfectas maquinas de matar y devorar.
Fue un largo día el que Mateo pasó quemando
pedazo a pedazo toda su ropa alejando momentáneamente a los hambrientos
asediadores... hacia la tarde se nubló y una llovizna tenue amenazó con
apagarle los fuegos que lo mantenían aún a salvo de las bestias... sin
embargo su ropa de algodón ardía bien y lo mantuvo lejos de las
mandíbulas de aquellas bestias, al tiempo que vio las luces del carguero
que se aproximaba cuando ya no había que quemar.
El estrépito del tren aproximándose fue la
única cosa que asustó a los suidos, haciéndolos escapar en estampida por
la misma boca del túnel de la alcantarilla de donde habían salido.
Mateo agradeció al cielo que los conductores del tren se detuvieran a
ayudarle.
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DOS DIAS DESPUES DE AQUELLA NOCHE.
Conocidos los detalles de la tragedia de boca
de Mateo Saravia, los padres de los muchachos muertos, ahogados de
dolor y deseos de venganza, los policías de los tres pueblos y la
mayoría de los hombres horrorizados de espanto ante los hechos,
organizaron la partida de caza mas vasta que se haya visto en la región,
cientos de cazadores armados, caballos y mastines feroces rodearon
aquel monte donde se refugiaban aquellos chanchos descomunales, que
vendieron caro su exterminio, provocando varios heridos y un número no
determinado de caballos y perros muertos en aquella furiosa y épica
batalla.
Se contaron ciento cincuenta cerdos cruza con
jabalí muertos, ninguno pesaba menos de doscientos kilos, fueron
muertos incluso los lechones.
Nada quedó vivo en aquel monte y aguada.
Con tractores fueron llevados los cuerpos a
un profundo cañadón e incinerados en esa misma semana. Nadie se
atrevería a tocar siquiera la carne de aquellos animales.
Todos volvieron a sus casas tratando de olvidar la tragedia.
Algunos nunca lo lograrían.
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UNA SEMANA DESPUES DE AQUELLA NOCHE
La chancha entendió que no podía dar un paso
mas, con una pata rota de un balazo había logrado escapar de aquel monte
por estar retrasada de los demás, así que cuando oyó los perros de la
batida, cambió de dirección y caminando metida en el zanjón de agua
paralelo a la vía, logró escapar de la matanza... un día después llegó a
la alcantarilla 65 donde debió detenerse, los dolores de la parición no
le dejaron dar otro paso.
Once lechones produjo la camada. Solo siete sobrevivieron.
La chancha vivió lo suficiente para hacerlos
llegar al destete y murió. Uno de los lechones, el mas grande le dio el
primer mordisco. Los otros lo imitaron inmediatamente.
Terminada aquella carne, levantaron la vista y vieron el monte.