Enio Bucareli miraba el brillo del agua bajo
el sol de Atlántico mientras algunos delfines corrían delante de la proa
del barco haciendo temerarias cabriolas entre la espuma que levantaba
la quilla.
Pensaba en Varese, el pueblo del norte de
Italia que acababa de dejar y que probablemente no volviese a ver jamás.
Junto a su joven esposa viajaba a América escapando de la locura de la
guerra y del hambre que siempre acompañaba a esa demencial costumbre de
los hombres. Argentina era su destino, había oído hablar de ella y todo
lo que escuchara siempre eran cosas buenas, así que hacia allí se
dirigía en ese frío invierno de 1.914.
Alessia Tedesco, su mujer, era una de las
criaturas mas bellas que hubiesen existido en el jardín del Edén, la
conoció en Bolzano, cerca de la frontera con Austria y evidentemente
ella poseía sangre germánica que se dejaba entrever por el rubio níveo
de su cabello y el celeste profundo de sus ojos. Lo suyo fue amor a
primera vista, y mutuo, ya que desde que se vieron supieron que sus
destinos estaban unidos para siempre. El embarazo del primer hijo estaba
en curso y el viaje no le sentaba bien a la joven, sin embargo lo
soportaba calladamente junto a su esposo, el aire de cubierta y el sol
pleno y franco del océano le gustaba mucho.
Desembarcaron en el puerto de Buenos Aires y
como muchos inmigrantes deambularon unos días con sus escasas
pertenencias a cuestas por la provincia, hasta que en un poblado de
reciente creación, hallaron a una tía de Alessia y hacia allí se
dirigieron.
Belén de Escobar por aquellos años era apenas
una estación de ferrocarril y un diminuto pueblo, sin embargo era una
de las puertas del Delta, un lugar que había entusiasmado a Enio desde
que visitara el puerto de Tigre y viera las cantidades de frutas,
animales, pescados, y demás producciones que de allí provenían.
Con Alessia habían reunido varias alhajas de
herencia familiar, las que constituían el capital inicial para
establecerse en la región.
Compraron una parcela de varias hectáreas sobre la margen noreste del río Luján, a unos ocho
kilómetros de las ruinas de una antigua destilería de alcohol que se
hallaba sobre una alta barranca, en un paraje denominado El Cazador,
cerca de la ciudad de Belén.
Allí se establecieron construyendo una cabaña
sobre pilotes de quebracho que pronto se fue agrandando a medida que el
trabajo de la pareja iba dando frutos y la familia crecía.
Allí nació Paolo, el varón, y la pequeña
Lina; tan rubios y bellos como su madre, y allí se criaban sanos y
fuertes aprendiendo las costumbres del Delta fecundo que los cobijara.
La familia Burareli nunca imaginó que en todo Paraíso siempre podía hallarse una serpiente.
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Eusebio Gauna galopaba por el camino real en
inmediaciones de Los Cardales, poblado del Norte de Buenos Aires cuando
se encontró con el viejo gaucho Segundo Belloso en un boliche a la vera
de la Ruta, ambos compartieron una ginebra mientras se asaba un cabrito
al rescoldo, propuesta del bolichero para que comieran los paseantes
aquella mañana.
– Qué anda haciendo, don Belloso por estos pagos? Preguntó por decir algo Gauna.
– De paso, amigo, solo de paso... conseguí un
conchabo en un campo acá cerca, voy a trabajar de peón en la isla de una
familia italiana en el Luján...
– Que bien, le respondió Gauna, al que la idea de ocultarse por un tiempo en la isla lo seducía...
Eusebio Gauna era un matrero de la antigua
escuela, pendenciero de boliche, matón de comité y ladrón violento
cuando tenía la ocasión, sin embargo era persona instruida, ya que de
chico lo había criado una familia de franceses que lo había hecho
estudiar en un colegio Salesiano, sin embargo la naturaleza violenta de
Eusebio lo había hecho escaparse de allí a los catorce años; vivió de
trabajos temporarios como peón y de diversos atracos que cometía al
amparo de la noche. La ley lo buscaba también por un par de muertes
nunca aclaradas pero que tenían su marca: una puñalada certera en el
cuello. Portaba revólver y como todos, facón a la espalda. En el recado
del caballo y envuelto en un poncho de paño, escondía un Winchester 44
que robara de una estancia de portugueses hacía ya un año. Cualquiera
que le viese, solo veía un gaucho mas, de buen aspecto (era pulcro y
cuidado en el vestir) y bien hablado. Solo el fondo de sus ojos
delataban la perversa alma que lo habitaba.
Así el viejo Segundo y Eusebio siguieron
charlando de cosas del campo mientras daban cuenta del cabrito asado y
de dos botellas de ginebra. Pero la amabilidad de Eusebio en el convite
tenía un objetivo: sacar la información de donde se hallaba esa isla
para tenerla como lugar eventual a donde ir...
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Paraje Vizcacheras, trece kilómetros al norte del puente Gobernador Mercante, Río Luján, Buenos Aires, Junio de 1923
– Los frutales del fondo necesitan atención y con Cirilo no vamos a poder manejarlo, le decía Enio a su esposa.
Cirilo Cuenca era un chico de 15 años que la familia estaba criando y que los ayudaba con las tareas de la chacra.
– Llamalo al viejo Belloso cuando pases por el almacén, lo vamos a necesitar efectivo al menos este año, le contestó Alessia
– Si, ni bien vaya allá en el pontón le digo,
vamos a armar un lugar en el galpón para que puedan dormir ahí, de paso
le preparamos un fogón así no pasan frío...
Enio era un ser cándido, incapaz de pensar
mal o de alguna maldad, creía que todo el mundo era tan buena persona
como él, y ello sería lo que llevaría a su familia al desastre.
A los diez días, el viejo Segundo comenzó a
trabajar para la familia en la solitaria chacra, mientras le enseñaba el
oficio de peón a Cirilo. El viejo era bueno con la pesca y también
sabía cazar muy bien, por lo que la dieta de la familia mejoró con
bogas, tarariras y diversas aves, por lo que Enio decidió regalarle una
escopeta al viejo, con la cual la provisión de carne silvestre fresca
estaba asegurada... además el viejo gaucho sabía armar espineles con los
que el río les proveía de peces frescos a diario.
Todo era bonanza para la familia y los peones
que pasaban los días sin mas preocupación que el frío de aquel invierno
o de alguna tormenta fuerte.
Pronto llegaría la manzana de la perdición a aquel Paraíso.
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La noche se iluminaba a cada rato por los
violentos relámpagos de la tormenta, sin embargo los truenos no tapaban
del todo el sonido de los disparos.
La partida policial corría a una sombra que
cabalgaba desesperadamente rumbo a los bañados de Otamendi, el oscuro
jinete había cometido un crimen horrendo en Campana y la policía había
conseguido al fin ponerse tras las huellas, a punto de atraparlo ya...
pero el maleante tenía suerte, y una violenta tormenta se había desatado
como a propósito para cubrir sus rastros y darle esos segundos de
ventaja que estaban a punto de hacerle alcanzar el bañado que lo
salvaría de las balas policiales...
Gauna sostenía hábilmente las riendas del
caballo con una mano mientras con la otra descargaba el Winchester
contra los policías, que le respondían fieramente a golpe de sus Mauser
1909... pero la suerte del matrero prevaleció, logró zafar de la policía
internándose en el bañado, aunque debió abandonar al caballo, que
herido, quedó a la entrada de los juncos, sacó del recado lo que pudo y
corrió entre las cortaderas y el agua que le llegaba arriba de la
rodilla mientras las balas cortaban las plantas a centímetros de su
cabeza.
Con las primeras luces del alba y todavía con
una lluvia torrencial alcanzó a atravesar el bañado llegando a las
costas del río Luján, donde se refugió en una casa abandonada que
utilizaban a veces los cazadores de nutrias que visitaban el lugar. A
media mañana la lluvia cesó, pero Gauna sabía que la partida policial lo
seguiría buscando, por lo que cortó las cadenas de un pontón de toneles
que usaban los cazadores para cruzar el río y con una pértiga de caña
se impulsó Luján abajo rumbo al puente Mercante.
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El viejo Segundo estaba a orillas del río
terminando de cruzar un espinel junto a Cirilo, cuando entre la bruma
vio acercarse por el canal central a un pontón con alguien a bordo... de
lejos la figura le resultó familiar y aguzó la vista... en ese momento
un escalofrío le recorrió la espalda y se persignó; había sentido la
sensación de caminar sobre una tumba, como si la muerte hubiese pasado
por allí.
Unos segundos después reconoció a Eusebio Gauna como el que dirigía la pértiga del pontón...
– Gauna?, preguntó sorprendido el viejo,
mientras Cirilo recogía la soga que el extraño le arrojara, para amarrar
el pontón al muelle de la chacra.
– Si, soy yo, pero que gustazo encontrarlo don
Segundo!!!!, le respondió amable el matrero... no sabe la desgracia que
me acaba de acontecer, suerte que encuentro gente amiga en estas
soledades...
El viejo no respondió, solo ayudó a bajar los
bultos que traía el gaucho, entre los cuales y muy bien envuelto en un
poncho de paño, el viejo reconoció la silueta inconfundible de un rifle.
Luego
de presentarle a Gauna al dueño de casa y su familia, Enio lo invitó a
acomodar sus cosas en el galpón y le pidió a su mujer que hiciera algo
de comer al forastero, este apenas levantaba la vista y solo lo hizo
para mirar de una forma rara a Alessia, algo que no pasó desapercibido
para Cirilo.
– Pero que es lo que le ha pasado buen hombre?, preguntaba Enio mientras ponía la mesa,
por su parte Alessia y el viejo peón guardaban silencio y miraban con desconfianza al forastero.
Gauna inventó una historia de maleantes en el
camino, que lo despojaran del caballo mientras hacía noche en el campo
de un amigo, y de haber salvado algunas pocas pertenencias arrojándose
con ellas al río... Enio escuchaba con ingenuidad aquel relato mientras
su mujer recogía el plato del gaucho sin mirarlo, mientras éste volvía a
mirarla, pero esta vez con un brillo de lascivia, que solo fue captado
por Segundo, quien experimentaba ya una aguda desconfianza por el
intruso.
Enio conversó brevemente con su mujer y
decidió, a pesar de la opinión negativa de ella, invitar a Gauna a pasar
la noche allí. Este agradeció y se instaló en el galpón donde dormían
Cirilo y el viejo, quien en ese momento se había retirado con el
muchacho para terminar de instalar el espinel.
– Vio don Segundo como miraba ese tipo a la mujer del patrón?
– Si, lo vi y no me gustó nada, ese hombre siempre me produjo desconfianza creo que se lo voy a decir al patrón..
– Mejor no se meta, don segundo, deje que sea él quien lo descubra solo, no vaya a ser que el tipo se la agarre con usted...
– Tenés razón, pibe... mejor cierro el pico.
La manzana ya estaba en el Paraíso, solo esperaba ser mordida.
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Al día siguiente Gauna se ofreció a ayudar a Enio que estaba talando una parte del monte
de sauces americanos para poner renuevos de
álamos, el hombre trabajaba muy bien y sabía el oficio, lo que le llamó
la atención al italiano. Mas tarde el matrero vio algunos animales de la
hacienda de la familia lastimados por cortaderas, con unos yuyos y
raíces les preparó una tisana que los alivió. Enio estaba maravillado de
los conocimientos, la predisposición al trabajo y la charla educada del
extraño, y por dentro pensó en ofrecerle trabajo.
– Dígame Gauna, por lo que me cuenta Segundo, usted se desempeña como peón por tanto, es cierto?
– Así es, Bucareli, siempre ando de estancia en
estancia buscando conchabo, vio como es esta vida.... justamente ahora
andaba buscando trabajo por la zona, hasta que me sucedió esta
desgracia...
Enio no dijo nada, pero en sus adentros estaba a punto de tomar una decisión, que sin saberlo, les cambiaría la vida a todos.
La manzana había sido mordida.
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– Te parece ofrecerle trabajo?, apenas podemos
pagarle a Segundo y mantener a Cirilo... no se..., le contestó Alessia
cuando Enio se lo propuso.
– Se que podemos pagarle poco y quizá no
acepte, pero con su ayuda podemos desbrozar algunas hectáreas mas y
plantar mas álamos, con esa diferencia podemos armar un lindo arreo de
caballos.
Enio soñaba con un futuro de gran estanciero y
en su puro corazón no podía imaginar la maldad, como no puede hacerlo
nadie que no la haya practicado, por no estar en su naturaleza, no podía
ver las señales que tenía delante y que si veían todos en la chacra,
hasta sus pequeños hijos Paolo y Lina le temían al forastero. Sin
embargo y a pesar de las opiniones en contra de todos decidió proponerle
trabajo a Eusebio Gauna.
– Que buen hombre es usted Bucareli, ofrecerle
esta oportunidad a un desconocido... gracias por la confianza, no hay
problema, con lo que me pague estará bien, gracias!!!
– Instálese nomas en el galpón y en la semana
veré de traerle algunas cosas del almacén para que esté cómodo, y esta
noche le diré a Segundo que carnee un capón, así lo asa según me
contó...
– Quédese tranquilo patrón, esta noche se va a chupar los dedos...
A Alessia la noticia no le gustó en absoluto, Segundo y el muchacho se miraron, y ambos lamentaron aquella decisión.
A partír de ese día, Gauna hizo todo lo
necesario para hacerse imprescindible en la chacra y poco a poco fue
manejando todo, no por amabilidad o trato de buen peón, sino para saber
donde Enio guardaba el dinero de las operaciones comerciales que hacía
en el pueblo.
La serpiente finalmente había llegado al paraíso.
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Las miradas lujuriosas que Gauna le dirigía a
Alessa eran notadas por todos, excepto por Enio, quien creía tener en
Gauna un colaborador modesto. Alessa evitaba en todo momento estar cerca
del matrero y varias veces intentó decírselo a su esposo, pero este no
le creía y pensaba que eran imaginaciones de la joven, hasta sus hijos
se daban cuenta que aquel hombre no era bueno, a la pequeña Lina mas de
una vez la había apartado de mala manera de sus cosas y a Paolo lo
miraba de tal forma que este le tenía terror.
Cierta tarde que debía reparar la roldana del aljibe, miraba fijamente a Alessia mientras
esta colgaba la ropa que acababa de lavar. Enio estaba en Belén
cerrando un negocio de venta de unos animales, los chicos jugaban bajo
una frondosa casuarina que se encontraba delante de la casa y el viejo
peón con el muchacho estaban en la costa levantando los espineles.
Era su oportunidad.
Se acercó despacio a la joven mirándola fijamente.
– Que hace, Gauna?, le preguntó asustada la joven cuando vio que el hombre se acercaba con una extraña mirada...
– Lo que haría cualquier hombre que tiene delante a una mujer como vos...
– Está borracho?, váyase, cuando vuelva mi marido lo va a matar...
– O yo lo voy a matar a él... pero depende de vos, si te hago mía ahora, puede que le perdone la vida a ese infeliz y a su cría...
– Está loco?, gritó Alessia mientras corría en dirección al rancho en busca de la escopeta que su marido tenía sobre la ventana...
Gauna corría mas rápido que ella y la atrapó
en la cocina, la arrojo contra la mesa mientras le arrancaba la ropa y
desnudándola completamente, la poseyó una y otra vez, mientras la
golpeaba salvajemente.
Alessia se defendió con todo su ser, pero el
hombre la venció y desnuda, a merced de todo lo que aquella bestia le
hacía, solo podía gritar...
El pequeño Paolo escuchó los gritos de su
madre y corrió a la casa, cuando entró a la cocina y vio aquella
situación, una bravura inusual para sus nueve años le hizo tomar el
porrón de barro de una ginebra y partírlo en la cabeza a Gauna, que
estaba sobre su madre. Este se dio vuelta y con ferocidad golpeó al
niño, que dio con la cabeza contra la cocina de leña, cayendo al piso
inconsciente. Su madre reaccionó clavando un pequeño cuchillo que había
sobre la mesa en el hombro del matrero. Enfurecido, Gauna sacó su facón,
y de un golpe limpio y perfecto, cortó el cuello de Alessia, quien
murió de inmediato.
En la puerta de la cocina estaba parada la
pequeña Lina, con una muñeca en la mano, cuando Gauna, con el cuchillo
goteando aún la sangre de su madre, se acercó a ella con la mirada
encendida de infierno.
Eusebio Gauna estaba arrojando los cuerpos de
los niños al aljibe cuando llegaban de vuelta Segundo y el muchacho. Al
ver lo que pasaba, Segundo se volvió hacia el galpón donde estaba la
escopeta que le regalara Enio. Cirilo quedó paralizado de horror y sin
poder moverse del lugar.
Gauna fue mas rápido y con la escopeta del
italiano disparó primero al muchacho, que cayó ahí mismo y luego al
viejo, que arrastrándose por el piso, seguía tratando de llegar al
galpón.
Se acercó lentamente al lugar donde estaba el viejo y tomándolo del mentón, le levantó la cabeza y lo degolló.
– Lo siento viejo, me caías bien, pero estos son negocios, le dijo mientras el viejo moría.
En ese instante se escuchó a lo lejos el motor de la lancha de Enio.
Gauna se escondió en la casa y esperó al
italiano que, inocente de toda aquella matanza, atravesaba el patio
rumbo a la casa sin darse cuenta de nada...
Lo primero que vio fue a su mujer desnuda en
el piso, en medio de un gran charco de sangre, la mente del italiano se
turbó y cayó de rodillas... un segundo después se irguió y mientras
llamaba a los gritos a sus hijos buscaba un revólver que tenía en un
mueble de la cocina.
Nunca llegó a usarlo, al darse vuelta, lo
último que vio antes de recibir un culatazo de su propia escopeta fueron
los ojos demenciales de Gauna, que brillaban con el fulgor del mismo
infierno.
Dio media vuelta y cayó de rodillas y de
espaldas al asesino, que tranquilamente apoyó los cañones de la escopeta
en la cabeza del italiano y disparó.
El matrero revisó las cosas que traía Enio y
encontró una abultada suma de dinero, luego dio vuelta toda la casa
hasta que en unas maderas del techo encontró una caja metálica de té
donde estaba todo el dinero de la familia. Sonrió satisfecho preparó sus
cosas y después, pateando el cuerpo de la mujer a un costado, se sentó
en la mesa a comer, bebió abundante vino hasta que notó algo a lo que no
le había prestado atención... El cuerpo de Cirilo no estaba en el
patio, sin pensarlo tomó el revólver que aun estaba en la mano del
italiano y salió a buscarlo, siguió el rastro de sangre del muchacho
hasta el río y vio que lo había cruzado en un pequeño bote, a unos dos
mil metros del ancón donde estaba, había una casa con hacheros,
indudablemente el muchacho ya estaría allí.
Al sentirse descubierto se derrumbaba el plan que tenía de quedarse hasta el otro día antes de huir de ahí.
Fue hasta el corral y ensilló el mejor
caballo, un alazán enorme, el mas alto caballo que hubiera visto y que
era de la silla de Enio, le puso la montura y preparó sus cosas, cargó
el Winchester y los dos revólveres, también la escopeta del italiano y
cuando tuvo todo dispuesto, cruzó el río por un vado de poca
profundidad. Por el oeste se veían los relámpagos de una tormenta que
llegaría allí antes de la noche.
Su plan era simple, llegar hasta las
barrancas del cazador y allí robar un bote con el cual se escondería
unos días en la isla, hasta poder cruzar al Uruguay, desde donde
seguiría camino a Misiones, donde tenía un lugar para ocultarse. Con el
dinero del italiano, podría vivir por años.
Ya era noche cerrada cuando encontró un
alambrado, al bajarse a cortarlo, una bala silbó sobre su cabeza,
inmediatamente oyó gran cantidad de disparos y vio a unos ciento
cincuenta metros a la gran partida policial que lo perseguía con el
muchacho al frente, Cirilo lo había identificado y ahora estaban sobre
él.
La tormenta se desató a toda furia y una
feroz lluvia parecía que, una vez mas, le permitiría escaparse de la
ley... recordaba un viejo camino que usaban los hacheros de monte y que
daba a los fondos del Cazador, donde una tranquera desembocaba a la
calle que costeando la barranca lo llevaría a una ruta que llegaba hasta
el puente Mercante y de ahí hasta el Paraná. A galope tendido se
dirigía hacia allí, disparando sus armas con una mano, mientras dirigía
al enorme caballo con la otra, las balas policiales pasaban cada vez mas
cerca de su cabeza.
En medio de los relámpagos divisó la tranquera abierta, si llegaba hasta allí estaría salvado, su caballo era mucho
mas veloz que el de sus perseguidores y lograría escapar.... cuando
estaba llegando vio algo que lo distrajo un segundo, dos luces
fosforescentes en un árbol que parecían estar a punto de golpearlo,
esquivó las luces hábilmente y giró la cabeza justo en el instante que
estaba a punto de atravesar la tranquera....
Un alambre, tensado fuertemente con un
malacate para alambres, se extendía de uno al otro poste, por la parte
de arriba; el dueño de aquel campo había decidido colocar esa rienda
entre los dos postes porque una severa tormenta anterior (la misma que
le había permitido escapar la primera vez de la partida policial), había
afojado las bases haciéndolos inclinar; la gran estatura del caballo
que había elegido Gauna, sumado a su propia estatura hacían que el tenso
alambre estuviera exactamente a la altura de su cuello.
En el preciso instante que Gauna atravesaba
al galope tendido la tranquera, el alambre funcionó como una afilada
guillotina, el cuerpo del jinete y el caballo siguieron por el camino,
pero la cabeza no.
Cuentan los memoriosos del pueblo que varios
asombrados vecinos vieron pasar al galope un caballo guiado por un
jinete desprovisto de cabeza que atravesó todo el tendido del camino que
con los años se transformaría en la avenida Kennedy, del barrio parque
El Cazador...
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Paraje Vizcacheras, Río Luján, 13 km. al norte del puente Gobernador Mercante
En la actualidad
En esa zona del Río Luján se encuentra,
cruzada en medio del curso de agua, una derruida barcaza que casi impide
el paso de las embarcaciones por el lugar, unos ochocientos metros
tierra adentro y hacia el noreste, hállase una gigantesca y solitaria
casuarina, perdida en el medio del campo. Al pie de ella pueden verse
unos antiguos pilotes de quebracho que han resistido al paso de las
décadas... también se puede encontrar entre la maleza el viejo brocal de
piedra de un aljibe.
Justo en aquel lugar, cuentan aterrados
cazadores y pescadores que se aventuraron en esa solitaria zona durante
la noche, pueden verse las “luces malas”, extrañas luminosidades
iridiscentes que bailotean entre las ramas del viejo árbol o sobre los
pilotes de madera... el lugar está considerado maldito por los escasos
pobladores y nadie frecuenta aquel lugar, ni siquiera de día.
Para aquellos que se atrevan a visitar el
lugar, quizá les sería útil llevar cámaras fotográficas, ya que el
espectáculo, lejos de ser maléfico, es hermoso y extraño...
No sería osado especular que aquellas no son
en realidad luces malas, sino quizá, las almas de dos pequeños niños que
no han podido hallar la redención.
Aún.
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